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Gara > Idatzia > Jendartea 2007-01-13
Los «nuevos mesías» de la solidaridad se llaman Gates o Clinton
En 2003 eran más de tres billones de dólares los que cientos de fundaciones filantrópicas, principalmente estadounidenses, dedicaron a programas de cooperación en todo el mundo. Son los nuevos e inquietantes «mesías» que han venido a sustituir a la incapacidad de los países ricos para ayudar a los más pobres.

Existe una falsa y extendida creencia de que los países más ricos destinan desde hace años mucho dinero a Africa, pero esas aportaciones no arrojan resultados. En 2005, esos mismos gobiernos que guardan en sus bancos del tesoro miles de toneladas de oro, prometieron a bombo y platillo volcarse con el sufrido continente negro. Un año después, la prueba del algodón sacó los colores al todopoderoso G-8. La historia se repetía. Dinero hay, pero falta voluntad. Una ausencia de buena disposición que en los últimos tiempos los gobiernos han abandonado, de forma sospechosa, en brazos de lo que algunos ya han definido como las nuevas megafundaciones.

El matrimonio formado por Bill y Melinda Gates fue recibido con estruendosos aplausos en la última conferencia mundial sobre el sida en Toronto, después de que anunciara una ayuda de 500 millones de dólares para el Fondo Global contra el sida, la tuberculosis y la malaria. Ellos fueron los auténticos «padrinos» del encuentro, junto a otro nombre que se ha hecho un hueco en la primera fila de estos nuevos filántropos del mundo, Bill Clinton.

En setiembre, la Iniciativa Global que lidera el ex presidente estadounidense celebraba una reunión paralela a la Asamblea General de la ONU en la ciudad de Nueva York. Se trataba de una especie de gala benéfica que un año antes había logrado recaudar 2.100 millones de dólares, cuyo destino son proyectos en favor del medio ambiente, la salud, la lucha contra la pobreza y a favor del entendimiento entre países, religiones y etnias. En esta segunda cita, en la que se reunieron cerca de mil líderes de empresas, gobiernos y otras organizaciones, Clinton les convenció para que entre todos aportaran 7.300 millones de dólares.

Entre los donantes estaba Unicef, pero también farmacéuticas como Merck o Pfizer, firmas como Siemens o nombres propios como los de Laura Bush o Barbara Streisand. Aunque si hubo un protagonista, ése fue el multimillonario británico Richard Branson, quien donó 3.000 millones de dólares a entregar en los próximos diez años para luchar contra el calentamiento global.

Lo que sentenció esta reunión de millonarios es que a los clásicos Bono, Bob Geldof o Sting, les han sustituido en la lucha por los más desfavorecidos nombres como Gates, Clinton, Branson o Warren Buffet. Este último, uno de los principales «tiburones» de Wall Street, decidió a mediados del año pasado donar nada menos que 37.000 millones de dólares a la Fundación Gates para financiar proyectos benéficos por todo el mundo. Cantidad que, puesta en un banco, generaría 120 euros de ganancia cada segundo; cantidad que supone el presupuesto de la ONU durante cinco años, y es igual a lo que Alemania se gasta en Defensa.

Ellos, y otros como el especulador y filántropo húngaro George Soros ­con presencia de sus fundaciones en una treintena de países­, el matrimonio Packard o el fundador de la compañía Intel, Gordon Morre, se han convertido en «los nuevos mesías» de millones de pobres. Son los sucesores de Daniel Guggenheim, David Rockefeller o Paul Getty.

Entre 1990 y el 2000, el importe de las donaciones de las fundaciones de EEUU se multiplicó por más de tres, pasando de 8,8 billones de dólares a 27,6 billones. En el mismo período, el importe de las donaciones internacionales se multiplicó por más de cuatro, pasando de 0,8 billones hasta 3,1 billones. El número de fundaciones se había prácticamente doblado entre 1990 y el 2000, pasando de 32.401 a 56.582.

Una de las más conocidas en el mundo de la ayuda al desarrollo es el Centro Carter, fundado por el ex presidente estadounidense Jimmy Carter y su esposa Rosalynn; se encuentra en el campus de la Universidad de Emory, en Atlanta, y cuenta con un presupuesto anual de 35 millones de dólares. Sin embargo, sus «servicios» en regiones como América Latina han sido, a veces, cuestionados.

Impacto en la agricultura

El hecho es que tras estas actitudes desinteresadas que se prodigan cada vez más ­tanto por poderosos personajes individuales como por multinacionales de todo tipo­, hay quien advierte una mano oscura, un nuevo orden mundial en la ayuda a los más necesitados.a organización no gubernamental Grain, dedicada a velar por la biodiversidad agrícola a nivel mundial, se hacía eco hace unas fechas de las oscuras intenciones que hacia Africa esconden algunas de estas megafundaciones, una de ellas, precisamente, la de los Gates.

Hacía referencia a la ‘‘Alianza por una Revolución Verde en Africa’’, anunciada en setiembre por Bill y Melinda Gates, y su objetivo declarado de que «la meta final es que al cabo de veinte años los agricultores hayan doblado o incluso triplicado el rendimiento de sus cosechas y que vendan los excedentes en el mercado». El eje central de esta iniciativa consiste, según Grain, en el mejoramiento de nuevas semillas y lograr que pequeños agricultores africanos las utilicen. En total, 150 millones de dólares en una primera ayuda. Pero junto a Gates, participa también la Fundación Rockefeller, que en su día liderara aquella primera Revolución Verde ­que arrancó en Méjico­ de los años cincuenta.

«Su impacto ­asegura esta ONG­ en la agricultura provocó durísimas polémicas: sus impulsores sostienen que salvaron millones de vidas humanas al haber multiplicado la productividad de los cultivos, en tanto que sus críticos señalan el efecto devastador que tuvo para la población campesina, los pequeños agricultores y el medio ambiente. Nadie niega que sí generó un inmenso mercado mundial para las grandes empresas semilleras, de plaguicidas y de fertilizantes». Tras esta nueva iniciativa, medio siglo después, parece que las intenciones van por el mismo camino, y es que la Fundación Rockefeller considera que «una de las razones principales de la ineficiencia de la agricultura africana es que los cultivos que crecen en la mayoría de las pequeñas explotaciones no son variedades de alto rendimiento como las que se usan comunmente en los otros continentes». Además de hacerle llegar las nuevas semillas a los agricultores, también se recalca que un aspecto importante de la nueva Revolución Verde en Africa es proveerles de más fertilizantes químicos.

Como denuncia Grain, «la amarga ironía es que muchas de esas medidas que hoy están destruyendo la agricultura de Africa cuentan con el apoyo, cuando no son directamente instigadas, por las mismísimas empresas cuyas fundaciones caritativas están desembarcando en Africapara ‘salvarla’ con sus paquetes tecnológicos».

Los intereses de EEUU

En el fondo, lo que parece subyacer es una especie de sustitución progresiva de las ayudas oficiales al desarrollo por la presencia avasalladora de este tipo de fundaciones filantrópicas. La misma semana en que Gates y Rockefeller anunciaron su iniciativa, la fundación encabezada por George Soros prometió 50 millones de dólares para el proyecto ‘‘Aldeas del Milenio’’, encaminado a ayudar a que las aldeas rurales africanas salgan de la pobreza.

Sólo unos meses antes, la fundación de Bill Clinton se comprometió a ayudar a agricultores de Ruanda con fertilizantes y sistemas de riego. Antes, Jimmy Carter se asoció con un magnate japonés para lanzar el proyecto bautizado ‘‘Sasakawa 2000’’ para llevar semillas y fertilizantes a Africa.

Como pone sobre la mesa Grain, incluso «las fundaciones caritativas de empresas tales como Dupont, Syngenta y Monsanto hace ya tiempo que se vienen infiltrando de ese modo en el sistema internacional de investigación agropecuaria y están decididas a seguir haciéndolo cada vez más en el futuro». Porque muchas veces hay que ir más allá del ‘bienvenido mister Marshall’. Por ejemplo, la Fundación Hilton, establecida en 1944 por el magnate hotelero Conrad N. Hilton, colabora desde hace años en programas de abastecimiento de agua a regiones africanas. A largo plazo, el suministro sostenible depende de la seguridad de la financiación, y el problema es que, para lograrlo, los países receptores se ven obligados a recurrir a la privatización de los servicios de abastecimiento como les exige el Banco Mundial.

Carol C. Addelman escribió en 2003 ‘‘The privatization of Foreing Aid: Reassessing National Largesse (La privatización de la Ayuda Exterior: una reevaluación de la generosidad nacional)”. En ese ensayo, se refería a la «tercera ola» de la ayuda exterior estadounidense, tras las de anteriores guerras frías. Una «tercera ola» basada en la ayuda del dinero privado.

Según Addelman, la vía fundamental a través de la que los estadounidenses «ayudan a los demás» está constituida por las fundaciones ­private voluntary organizations­, corporaciones, universidades, grupos religiosos y donaciones individuales dirigidas directamente a «familias necesitadas».

Por su parte, el pensador estadounidense James Petras escribía en 2001, en ‘‘Rebelión’’, un artículo titulado ‘‘La Fundación Ford y la CIA: un caso documentado de colaboración filantrópica con la policía secreta’’, donde denunciaba de forma abierta que «la CIA utiliza fundaciones filantrópicas como el conducto más efectivo para canalizar grandes sumas de dinero a proyectos de la Agencia sin alertar a los destinatarios sobre su origen».

Reconoce Petras que en el nuevo milenio fundaciones como la de Ford se han sacudido de encima esas «ingerencias», si bien advierte de que el objetivo último de esta incipiente corriente, mayoritariamente estadounidense, es el de trabajar en pro de «suposiciones, valores y orientaciones del imperio de EEUU», donde ya lo llaman «filantrocapitalismo». -

GASTEIZ


 
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