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Lander García Rodrigo - Portavoz de Ahaztuak 1936-1977 en Araba

Dos asesinatos en año y medio. Décadas de impunidad

Mi abuela, si hubiera vivido, podía haber acudido a preguntar a cualquiera de los grandes partidos en la campaña electoral, pero la respuesta sigue siendo la misma, nadie sabe nada

No es fácil de explicar que dos personas asesinadas cuarenta años antes de nacer yo me acompañen en el día a día. Para mí esto supone una sensación extraña, de orgullo y respeto cuando pienso lo mucho que me han marcado unos familiares que no he conocido.

Joaquín Hernandez Tabera era mi bisabuelo. Recuerdo un comentario de mi abuela que hablaba del día que desapareció su padre: «Yo iba corriendo por Ali, buscándole y preguntando... nadie sabía nada». Hoy recapacito sobre los motivos por los que no pregunté a tiempo para poder hablar con ella de todo aquello. He leído bastantes teorías sobre las razones del silencio y de la falta de comunicación para trasmitir los hechos ocurridos en esos años terroríficos: la generación cortada, la herencia del miedo, la falta de un clima propicio, la losa del sufrimiento interiorizado, el temor a que se repita... Y todas son válidas, pero mi reflexión personal las resume en una: el modelo de impunidad español que se conoce como la «transición» que reformó la dictadura franquista en esta «democrática» monarquía parlamentaria.

Uno de lo hijos de mi bisabuelo, mi tío-abuelo Segundo, estaba preso desde julio de 1936 en la prisión vitoriana de La Paz. Su delito era haber intentado llegar a zona republicana para escapar del control franquista en el que se había sumido la capital alavesa. A las pocas semanas del asesinato de su padre, Segundo protagonizó una protesta junto a otros reclusos, se quejaban de la actitud del cura de la cárcel, que daba misa armado con su pistolón. Segundo fue castigado y trasladado al Fuerte de San Cristóbal, prisión considerada de alta seguridad, excavada en el monte Ezkaba. Su ficha penitenciaria dice que llegó en enero de 1937, y no consta que saliera nunca de allí. Han pasado siete décadas y sigue desaparecido. La razón es que participó en la mayor fuga carcelaria de la historia. El 22 de mayo de 1938 los prisioneros se hicieron con el control del fuerte y 795 escaparon. Sólo 3 llegaron al Estado francés, 587 fueron capturados y 205 asesinados. Segundo es uno de los muertos en la fuga. Ahora se cumple el 69 aniversario. Era el Segundo de los hijos varones de Joaquín, fue también el Segundo crimen fascista que golpeaba a mi familia en el intervalo de año y medio.

Ahora he comprobado que del primer asesinato ha quedado constancia en el Registro de Argantzun. El secretario escribió sobre Joaquín que: falleció en el término «Las conchas» la noche del 14 al 15 de diciembre a consecuencia de destrucción cerebral producida por tres heridas de arma de fuego que le atravesaron el cráneo en varias direcciones.

Su cuerpo sin vida, como el de los otros diez asesinados entre agosto y diciembre de ese año por los golpistas, fue arrojado al río Zadorra. Joaquín era sindicalista de la Azucarera Vitoriana, empresa situada en Ali, a las afueras de Gasteiz, hoy reconvertida en edificio emblemático de oficinas. A ese lugar acudió mi abuela entonces, buscando, preguntando, y nadie sabía nada... Y podía haber acudido también, si viviera, a preguntar lo mismo a cualquiera de los políticos de los grandes partidos que realizaron actos electorales en la Azucarera: a Zapatero, a Ibarretxe, a Rabanera, a Alonso... la respuesta sigue siendo la misma, nadie sabe nada, nadie quiere saber nada. Las instituciones que gestionan, por mucho que maquillen sus actos propagandísticos, sus iniciativas vacías de contenido y sus anteproyectos de leyes farsa sobre la memoria, no tienen voluntad de romper con ese modelo fraguado en la mitificada y no precisamente pacífica «transición española». La explicación es que para eso hay que denunciar que nunca ha habido ruptura con el franquismo, que fueron sus élites las que dirigieron, tutelaron y controlaron el «cambio», con una ley de punto final al servicio de los criminales fascistas y de sus herederos, que precisamente son los que hoy nos dan lecciones de democracia desde partidos legales, tribunales de excepción o medios de comunicación. Hay que decirlo por los miles de hombres y mujeres que dieron su vida por la libertad, por lo valores republicanos, por la voluntad popular, por el respeto a las personas y a los pueblos, por la verdadera Justicia que traerá la paz y, sobre todo, porque con la memoria de sus sueños, construimos hoy nuestro futuro

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