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CRíTICA: «Barrura begiratzeko leihoak»

Demasiado tiempo lejos de casa

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Mikel INSAUSTI

La película que más me ha impactado este año es «César debe morir», por el modo en que refleja la dureza del castigo que implica la privación de libertad. La escena en la que los presos, después de soñar con la evasión proporcionada por el taller de teatro, han de volver a sus celdas mientras el público asistente a la función en la cárcel regresa a sus casas, se me ha quedado grabada. Y nadie, que yo sepa, se ha escandalizado porque los venerables hermanos Taviani hayan presentado a reclusos de una prisión de máxima seguridad para delincuentes peligrosos, como a seres dotados de una sensibilidad artística a la hora de representar a Shakespeare en los dialectos de sus respectivas procedencias.

Evidentemente, los responsables del filme colectivo «Barrura begiratzeko leihoak» no han gozado del mismo trato respetuoso, y se les ha negado el pan y la sal antes de ver la película. El retrato del preso político nunca es bien recibido, como si los delitos que se les achacan a quienes han luchado por sus ideas fueran peores que los de cualquier criminal común. Para ellos no existe el perdón, ni tan siquiera la oportunidad de hacer las confesiones que crean oportunas o necesarias. Está claro que, por mucho que se hable de la paz, todavía no ha llegado el tiempo para que una película sobre los presos y presas de Euskal Herria afectados por el aislamiento y la dispersión tenga un derecho reconocido a existir. Y estoy hablando de un producto de calidad, merecedor de participar en cualquier festival internacional y de ser estrenado con normalidad, lo que no está siendo posible bajo la hipotecada democracia del PP.

Me avergüenza ser crítico de cine y no poder hablar únicamente de lo mucho que me ha emocionado este sensible documental, realizado con un estilo poético y realista a la vez. Los cinco casos elegidos representan en toda su diversidad al colectivo al que pertenecen, unidos por el común denominador de que el alargamiento de las penas hace sufrir por igual a los propios condenados, tengan la edad que tengan, y a sus familias.

 

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