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Carlos GIL Analista cultural

Vida

El arte o la vida. La vida y el arte. El arte no puede imitar a la vida, porque es la vida de lo que está hecho el arte. Los materiales inertes toman vida cuando el artista les insufla su mirada. Es la vida lo que hace que esos silencios entre nota y nota te cuenten una historia de amor. No hay frase más nefasta, más descalificante y descalificadora que «buscarse la vida», referida a la cultura o al arte. El arte, como la vida, forma parte de la existencia, debe estar protegido porque sin vida no hay arte y sin arte la vida no es mucho más que una circunstancia biológica.

Es un crimen de lesa humanidad dejar la cultura en el territorio de la casualidad, las onomásticas, los impulsos, las obsesiones, las modas o los gestos clasistas. La cultura entendida como ese compendio de usos, costumbre, sueños y realidades que nos fundamentan, nos identifican y nos dan sentido. Y como expresión máxima de estas coordenadas vitales, el arte como vehículo para que el pensamiento mágico se extienda más allá de toda coyuntura económica o reproductiva. Cuando el ADN nos informa de que estamos formados también por versos, bailes y ensoñaciones mayestáticas que superan la tosca realidad circunstancial, entonces la administración se diluye en unos reglamentos obsoletos.

La vida acompaña al arte como el aire a la brisa o el agua a la lluvia. Desacralicemos el arte, dejemos escuchar las músicas a los niños, llevemos a los ancianos a ver los museos, leamos en voz alta en los transportes públicos, bailemos en las plazas, ocupemos los espacios para las representaciones teatrales. Combatamos la estulticia de la muerte sorda con el arte de la vida.