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Sandra Russo, 2012/12/29, página/12

Felicidad/es

(...) Un consejo así de práctico y sencillo, taxativo, surge de las reflexiones de Bertrand Russell sobre «la conquista de la felicidad». Tal como lo sugiere el nombre del ensayo, la felicidad es ubicada no en el número de la lotería que quizá salga pero probablemente no, sino en un lugar interno o externo, pero conquistable. (...)

En su diagnóstico general, el filósofo y matemático afirma que la escasez de felicidad se debe, precisamente, a la «absorción en uno mismo» contemporánea. Describe tres tipos de sujetos «absortos en sí», y repelentes a la felicidad: el pecador, el megalómano y el narcisista. (...)

El pecador es alguien que «sigue acatando todas las prohibiciones de su infancia», y básicamente alguien para quien el sexo está mal. El pecador no necesariamente peca en la realidad, pero sí en su interior. En lo visible, el puritanismo prohibía la lujuria, pero en lo invisible, también prohibía la alegría. El megalómano desea ser poderoso, sacar ventaja y asegurarse más poder y más ventaja. Russell destaca que el tipo «megalómano» del que habla es aquel que a su afán de poder le ha unido la falta de sentido de realidad: habla de los lunáticos. «Alejandro Magno pertenecía al mismo tipo psicológico que el lunático, pero poseía el talento necesario para hacer realidad el sueño del lunático. Sin embargo, no pudo hacer realidad su propio sueño, que se iba haciendo más grande a medida que crecían sus logros.» El narcisista, finalmente, es producto de la sociedad de la imagen. Además de ser una sociedad yoísta, le quita al yo interioridad y lo pela por dentro, dejándolo puro reflejo. El narcisista cultiva y se agota en «el hábito de admirarse y querer ser admirado».

El método que encontró Russell a lo largo de su vida fue el darse cada vez menos importancia, y lo explicó contando cómo superó su juvenil y atenazante miedo de hablar en público. Comenzó a advertir que cuando hablaba muy bien y cuando hablaba muy mal, los resultados no diferían demasiado. Descubrió que era él su testigo y su juez más despiadado. Cuando dejó de estar pendiente de él mismo, se distrajo.

Así, la felicidad asoma como el resultado de un entretenimiento natural, social, de unos con otros, y en el plano lógico de Russell, como el fruto de un corrimiento necesario: el del ego. «El ego de una persona es una parte insignificante del mundo. El hombre capaz de centrar sus pensamientos y esperanzas en algo que lo trascienda puede encontrar cierta paz en los problemas normales de la vida, algo que le resulta imposible al egoísta puro.»

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