Baño de emoción colectiva
El pabellón Buesa Arena vibró el viernes por la noche y no fue por una victoria del TAU. Una corriente de emociones, recuerdos y sentimientos se transmitió a través de la música y la palabra, de la poesía y el piano. Sonaron campanadas a muerte, campanadas de tristeza y rabia, de impotencia y esperanza.
Se cumplían treinta años. Treinta años de la masacre policial que se llevó por delante a cinco obreros, que dejó traumatizada a una ciudad, tocada a varias generaciones de gasteiztarras.
Lluis Llach jugaba en casa, con un público entregado, llegado desde toda Euskal Herria y de los Països Catalans, dispuesto a someterse a un baño de emoción colectiva. Ocho mil personas, muchas caras conocidas del mundo político, sindical y cultural, banderas catalanas, algunas republicanas, ikurriñas con crespón negro y pancartas pidiendo justicia.
Salió unos minutos después de la hora acordada. Con su habitual vestimenta oscura, un gorro en la cabeza y llevándose la mano al corazón a modo de respuesta a la ovación que le recibió. «Gabon, gabon, gabon, gabon. Es una noche muy especial». Y, sentado al piano, arrancó con “Abril 74”, una canción que «empieza a necesitar un baño de museo», con la que quiso «recuperar» a la gente de su generación. «Vengo de lejos en los años», avisó.
Ya con su grupo, Llach fue desgranando un puñado de canciones, presentando sus títulos en euskara, catalán y castellano. Cuando llegó a “Roses blanques”, la dedicó al presidente de la Asociación Víctimas del 3 de marzo, detenido pocas horas antes en el transcurso de la manifestación, «que hoy tenía que estar aquí». Y antes de tocar “Verges 50”, llena de carga onírica, lanzó toda una declaración de amor hacia Mikel Laboa. «Quiero darle un abrazo larguísimo. Los dos somos viejitos, tenemos poco pelo. Siento un amor desenfrenado por él cada vez que vengo a Euskadi. Yo no soy cowboy, pero los sentimientos son los mismos». Interpretó también dos canciones inspiradas en el Estatut, “País petit”, sobre su pueblo pequeño, y quiso despedirse de la primera parte del concierto invitándonos a un viaje a Itaca.
Acomodados los músicos de la Orquesta Sinfonía de Gasteiz y los coralistas del Orfeón Donostiarra, dio comienzo la segunda parte. Tras agradecer su labor al director musical Enrique Ricci, Llach se preparó para comenzar el homenaje a las víctimas del 3 de marzo. «No sé si sabré expresarme bien, porque se agolpan los sentimientos, los recuerdos. Quisiera que este concierto fuera para las familias, los amigos y amigas de las víctimas como un fuerte abrazo», comenzó diciendo. «Un abrazo de ternura, de solidaridad. Todos sabemos que aquello fue un acto de terrorismo de Estado ejecutado por aquellos que se llaman fuerzas del orden, ejecutado por mandos estatales, algunos todavía vivos. Todos lo sabemos». Y recordó que, en treinta años, «sean cuervos o bambis los que gobiernan, aún no han pedido perdón». Y, entre gritos de “Herriak ez du barkatuko”, el cantante de Verges proclamó que, aunque «los responsables piensan que con el tiempo pasará, les perseguirán nuestras memorias para siempre».
Primeras campanadas
Y sonaron las primeras campanadas. El tiempo se paró en el Buesa Arena, mientras una gran pantalla de cine proyectaba a cámara lenta imágenes brutales de la intervención policial de aquel día en los exteriores de la parroquia de Zaramaga, y la orquesta entonaba las primeras notas de “Campanades a morts”. La voz de Llach, acompañada del murmullo estremecedor del Orfeón, se volvió rabiosa: ¡Assassins de raons, de vides...(Asesinos de razones de vidas, que nunca tengáis reposo a lo largo de vuestros días y que en la muerte os persigan nuestras memorias!).
En pie, la ovación del público sólo se acalló cuando subieron al escenario dos miembros de la Asociación Víctimas del 3 de marzo, que, tras entregar un obsequio a Lluís Llach, denunciaron las detenciones producidas durante la manifestación.
No cesaban los aplausos y el músico catalán volvió a salir, confesó el impacto «emotivo y político» que sentía y anunció que repetirían la primera parte de “Campanades a morts”. Nuevo baño de emoción, bengalas, mecheros, dolorosas imágenes en blanco y negro. Y más aplausos, y despedidas, y Llach volviendo a salir, primero para cantar un tema de amor a la música, “Un núvol blanc”, luego para «acompañar al público» que, puesto en pie, entonaba en las gradas “L’Estaca” desde hacía rato. Con esta histórica canción y algunos gritos de “Independentzia” se cerró la noche del 3 de marzo de 2006. -
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