LOSANGELES

Todas las quinielas apuntan a Williams. Que ganara Iglesias sería una sorpresa, pero esa posibilidad no parece quitarle el sueño al donostiarra, quien ni espera ni desea que los Oscar le cambien la vida. Quiere continuar los proyectos que tiene entre manos, entre ellos, la próxima película de Julio Medem y una obra orquestal y vocal que saldrá en septiembre.

En lo que a los Oscar respecta, Iglesias está contento sobre todo porque ve un Hollywood abierto a los «artistas periféricos», como él o Santaolalla, quienes viven fuera de esta industria pero que cada vez tienen más cabida en ella. «Yo no me veo aquí montándome un estudio ­dice­, pero tampoco me importaría vivir un tiempo, me gustan los cambios».

La nominación llegó en buen momento. Acababa de concluir su trabajo en “Volver”, el próximo estreno de Almodóvar, director clave en su carrera, cuando recibió la noticia, justo en el momento en el que pensaba tomarse unas vacaciones. «Y aquí, en Los Angeles, eso es lo que estoy haciendo», dice.

Lleva allí una semana, en la que ha hecho buenos amigos, entre ellos, Santaolalla, quien le ha eneseñado a paladear los vinos argentinos. «Nos lo pasamos muy bien», afirma, más ilusionado con estos encuentros que con las cremonias made in Hollywood, en las que se siente «mucho más cortado».

Uno de los problemas de los nominados a los Oscar suele ser encontrar un esmoquin. Iglesias lo tiene solucionado, lo compró en Nueva York, e irá esta noche a la ceremonia con su novia Cristina y su hijo Jon. También le acompañará esa hoja seca que se encontró en la calle y atesora como un talismán. De momento, no tiene discurso, ni siquiera por si acaso. «Pero debería preparar algo, ¿no?», se pregunta a sí mismo antes de encogerse de hombros y levantar la vista al cielo.