Les confieso que no pronunciaría dos frases seguidas sobre el chikungunya. En cambio, sabría mantener, sin muchos problemas, varios minutos de cháchara sobre la gripe aviaria. Debo agradecer a los medios franceses ser un poco más docta en los males de las aves y poco menos que analfabeta en el sufrimiento de las personas.

Ya no me extraño de nada. En mi país los ataques a edificios merecen plenos y concentraciones oficiales. Y poco o nada tengo que objetar ante esa sensibilidad. La gravedad de los hechos también está fuera de mis dudas.

Soy consciente de que todo lo que afecta a los pollos enfermos es de gran transcendencia. Con más razón lo son los desperfectos que causan las bombas. Ni hago paralelismos ni mucho menos ironizo con acontecimientos que causan perjuicio a ciudadanos vascos.

Permítanme, en todo caso, que mande un ramo de flores a la presentadora de televisión que dedica cada noche generosos minutos de pantalla a ilustrarme sobre la transmisión del famoso virus H5N1. Aunque me prive de mi derecho a saber, con el mismo lujo de detalles, lo que ocurre con una enfermedad que ha causado medio centenar de muertes y afecta a 115.000 ciudadanos «de ultramar». Uno de cada cinco reunioneses padece un mal que en swahili se describe como «dolor de las articulaciones». Y hace daño. Y mata.

Nunca he viajado a la isla de Reunión, territorio que Francia mantiene colonizado y sobre cuyas gentes se ceba ese mal que, como otros que asolan a Africa, tiene que ver con el orden neocolonial impuesto al continente. Tampoco he estado en Ain. Sin embargo, los medios me han hecho conocer a cada criador, cada alcalde, cada veterinario de la región lyonesa en que aparecieron los primeros patos griposos.

Con todo, nunca afirmaré que para los medios franceses valgan más las aves de corral europeas que los súbditos africanos de la República, como tampoco achacaré a ciertos medios y políticos vascos el devaluar la muerte de dos presos políticos al otorgar un trato preponderante a otros actos violentos que retratan, iguamente y en toda crudeza, un conflicto por resolver, pero cuyas consecuencias no son, por suerte, en nada comparables.

Les diré sólo que, sin faltar al respeto a los pollos, es posible situar en su justo término y mostrar sin distorsiones el dolor de los reunioneses. -