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Gara > Idatzia > Mundua 2006-03-12
Todo un oportunista que se asió al clavo ardiendo de la idea de la Gran Serbia

Hijo de un teólogo ortodoxo de origen montenegrino y de una maestra, Slobodan Milosevic se licenció en derecho en Belgrado.

Fue consejero económico de la Alcaldía de Belgrado entre 1966 y 1968, tras lo cual comenzó a escalar puestos en la compañía estatal de energía, de la que llegó a ser director en 1973.

En 1978 dirigía una entidad financiera federal, Beobanka, lo que le llevó a residir un tiempo en Nueva York.

Frente a la versión occidental que le sitúa como dirigente comunista, los analistas le definen como un tecnócrata de la nueva generación admirador de Occidente. Un hombre práctico, escasamente ideológico y muy lejos, por tanto, de la tradición de los dirigentes partisanos herederos del legado de Josif Bros, Tito, líder comunista de la resistencia y fundador de la República Yugoslava federal, socialista y autogestionaria.

El, según sus propias palabras, se consideraba «antes banquero que político». Milosevic comenzó a militar en la Liga de los Comunistas Serbios en 1968. El oscuro apparatchik medró a la sombra del dirigente comunista serbio Ivan Stambolic y, en los ochenta, inició una ascensión fulgurante en el seno del partido, todavía comunista.

Pero, herida de muerte la idea federal de Tito, muerto años atrás, el oportunista Milosevic percibió los nuevos vientos y se sumó a la ola revisionista serbia, que reivindicaba el pasado chetnick (históricas milicias serbias) y denunciaba un supuesto agravio contra los serbios en el mismo origen de la fundación de Yugoslavia.

Su discurso en Kosovo Polje el 24 de abril de 1987 certifica su conversión oficial de dirigente comunista en caudillo serbio. Ante miles de serbio-kosovares que le aclaman al grito de «¡Slobo, Slobo!», Milosevic concibe entonces un plan de revuelta palaciega que presenta como una «revolución antiburocrática» ­término entonces tan querido por Occidente­ y con la que irá purgando a los históricos dirigentes titistas en Serbia, Montenegro y los enclaves autónomos de Vojvodina y Kosovo. Su mentor Stambolic será su última víctima y Slobo asume la Presidencia de Serbia en 1990. Para entonces ya ha acabado con la autonomía en Kosovo y ha protagonizado un golpe de Estado federal que deja el destino de Yugoslavia en manos de Serbia.

La deriva del poder en Belgrado terminará de convencer a eslovenos y croatas (que junto a macedonios y bosnios conforman el resto de repúblicas) de la necesidad de separarse del ente federal.

La guerra en la Antigua Yugoslavia será otra oportunidad para que Milosevic aplique su inteligencia táctica y oportunismo, siempre con el objetivo de perpetuarse en el poder.

Pese a no dudar en impulsar el secesionismo serbio a sangre y fuego en Croacia (las Krahinas) y en Bosnia, Milosevic no duda en negociar en secreto con el líder croata Franjo Tudjman, avalado por Occidente y muerto sin siquiera haberse sentado en el banquillo de los acusados de La Haya.

Tras abandonar a los serbios de las Krahinas a su suerte ­lo que dice mucho de su verdadero patriotismo­, Occidente no duda en elevar a Milosevic al altar de la negociación de Dayton, que culminará en 1995 con la partición actual de Bosnia.

Reforzado, Slobo es elegido presidente de los restos de Yugoslavia en 1997. Mantendrá la política represiva en Kosovo, la misma que le aupó al poder. Para mantenerse en él no duda, en 1998, en sellar una alianza con los panserbios del Partido Radical de Vojislav Seselj ­también prisionero en La Haya­.

La brutal campaña de bombardeos de la OTAN en 1999, y la consiguiente e impuesta creación del protectorado de la ONU en Kosovo, marcan el inicio de su declive.

En octubre de 2000, se convierte en la primera víctima del experimento de «revoluciones coloristas» impulsado por Occidente en países de la Europa Oriental (Georgia, Ucrania...).

En junio de 2001, una traición de los sectores más pro-occidentales del nuevo Gobierno en Serbia le lleva directo a una celda de La Haya.

El 12 de febrero de 2002 comenzó el juicio contra él. Su última e inacabada batalla, frustrada por su muerte ayer, justo cuatro años después. -

Dabid LAZKANOITURBURU


 
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