Sin querer faltarle al respeto a la ministra de Defensa Michèle Alliot-Marie, la lucha interna en la derecha francesa por la candidatura a las presidenciales del próximo año se circunscribe a dos personas: el delfín de Jacques Chirac, Dominique de Villepin y el tiburón que desde hace años quiere comerse a Jacques Chirac, Nicolas Sarkozy.
El primero, diplomático de oficio, tiene a su favor el apoyo del actual presidente, lo cual no es poco en una coalición conservadora que se creó a su imagen y semejanza principalmente de los despojos de la neogaullista RPR. El segundo tiene a su favor su propia figura, la de un jacobino con alma de policía de Vichy metido a político neoliberal, la de un adalid de la seguridad, defensor de las ancianitas, que reclama sin sonrojo los votos de la extrema derecha. En el pulso Villepin-Sarkozy, eso que se viene a llamar voto popular parecía inclinar ligeramente la balanza del lado del ministro del Interior.
Sin proponérselo, las organizaciones sociales de izquierda que se han movilizado contra el Contrato de Primer Empleo se han tendido una trampa electoral que será difícil desarmar. Sin duda, los anti-CPE volverán a salir hoy a las calles tal y como lo hicieron con singular éxito hace ahora justo una semana. Pero cuanto más empujen para desalojar del Hotel Matignon al primer ministro, más cimentarán las oportunidades de que Nicolas Sarkozy se aloje el día de mañana en el Palacio de los Elíseos. Las movilizaciones se han personalizado tanto que la imagen de Dominique de Villepin se ha quemado incluso entre las bases conservadoras, mientras que la de Nicolas Sarkozy, que salió prácticamente indemne de las movilizaciones de las banlieux, puede ahora crecer si negocia con inteligencia la nueva ley del CPE cuya elaboración le exigió solemnemente, y seguro que con mucho dolor de tripas, Jacques Chirac.
Sin proponérselo, las organizaciones sociales de izquierda están limpiándole el terreno al que sin duda será el mejor candidato de la derecha, no por buen político sino por ser el más populista. La huelga general de hoy, legítima y necesaria, supondrá un empujón en la buena dirección para derrumbar un gobierno que institucionaliza la precariedad, pero quizá sea también la columna que sostenga otro ejecutivo presidido por la derecha menos democrática. En la paradoja está la trampa. A partir de mañana la izquierda tendrá que estudiar cómo salir de ella. -