Mikel Sorauren - Historiador
El precio justo
Es de agradecer la claridad con la que se manifiestan
el Partido Popular y sus dirigentes cuando reclaman que no se paguen precios
políticos por parte de España en el proceso político que va a tener lugar a
partir del momento presente. Tal exigencia permite situar la cuestión en las
coordenadas adecuadas; esto es, las políticas. El presente conflicto es de
carácter político y afecta, en primer lugar, a las relaciones entre dos
colectividades España y Euskal Herria, una de las cuales, España, se
empeña en imponer su propia estructura estatal a la otra, Euskal Herria,
Navarra. Es igualmente un problema político el enfrentamiento, de mayor o menor
intensidad, entre individuos y organizaciones de ambas colectividades, que puede
adquirir el aspecto de guerra abierta. De tal índole es la lucha mantenida por
ETA con las fuerzas armadas y de seguridad del Estado español. Este aspecto del
conflicto tiene que ser explicado únicamente en función de lo primero.
Un conocido humorista español ha expresado en una viñeta
que el alto al fuego proclamado por ETA representaba el final de la última de
las guerras carlis- tas. No hay inconveniente en aceptarlo, siempre que
consideremos las guerras carlistas la continuación de las luchas sostenidas por
los vascos para conseguir la libertad frente a España a lo largo de su
existencia histórica. Será necesario ser consciente de todo en el nuevo
escenario que acaba de abrirse y en el que se pretende resolver el conflicto
mediante la negociación.
Muchas organizaciones políticas españolas y sociales en
general pretenden reducir el conflicto que nos ocupa a un desajuste interno de
la propia España. Los vascos no aceptan su incuestionable identidad española y
ETA recurre a la violencia criminal que se ceba sobre indefensos ciudadanos y
quienes se resisten de manera ecuánime a sus exigencias. Puede admirar una
visión de tanta simpleza, pero es el esquema cómodo que, interiorizado, permite
a la sociedad española y al conjunto de sus dirigentes políticos e intelectuales
determinar el marco de tratamiento de la cuestión; rechazo de la autodetermina-
ción y cárcel para los criminales; firmeza de las instituciones democráticas y
la aplicación imparcial de la justicia. Se alude ahora a las víctimas con la
finalidad de resaltar el despropósito de la acción armada de ETA. Este aspecto
del conflicto se presenta de una manera perversa. Se busca imponer una
perspectiva muy parcial del sufrimiento que ha golpeado a todos. La violencia
suele acompañar normalmente a todo conflicto de cierta intensidad. En nuestro
caso es una realidad permanente que se ha manifestado con particular dureza
desde que Franco enderezó el timón de España y sus sucesores asumieron como
correcta la dirección que aquél imprimió al Estado español. Aquella dictadura se
vio sembrada de asesinatos, encarcelamientos, torturas y represión que han
continuado, en alguna medida larvada, hasta el presente. Es imperioso que el
sistema político español vigente reconozca esta violencia en un ejercicio de
honestidad y no intente prevalerse de su fuerza para seguir negando lo que es
una evidencia. En ningún caso es admisible que se pretenda hacer recaer la
responsabilidad del conflicto y sus secuelas sobre los presos políticos. España
quiere convertirlos en bandera que permita reafirmar a la sociedad española su
percepción de que ha sido víctima de una crueldad abyecta, derivada de la
ideología nacionalista vasca. Además España pretende justificar hacia el
exterior la resistencia que va a ofrecer a una solución adecuada, al haber sido
atacado el Estado de derecho por una banda terrorista. En una palabra, se trata
de obviar la cuestión de fondo del contencioso entre Navarra Euskal
Herria y España, la capacidad de una Nación para decidir en libertad.
Si he de ser sincero, no abrigo ninguna esperanza de que
España acepte de entrada tales planteamientos y el previsible final de ETA no
modifica en absoluto las condiciones del enfrentamiento entre España y Euskal
Herria. Simplemente ha desaparecido un elemento distorsionador de la lucha
política. El objetivo de las fuerzas políticas, instituciones y sociedad civil
españolas es impedir el proceso de recuperación de la soberanía arrebatada a
Navarra. El Partido Popular representa, en este sentido, la opción
intransigente, en tanto el PSOE parece dispuesto en mayor medida a la maniobra
negociadora que le permite ofrecer de sí mismo una imagen de flexibilidad,
aunque mantenga la misma intransigencia de fondo. Sería ingenuo esperar cambios
notables a corto plazo. Más bien tendrán lugar actuaciones hostiles, dirigidas a
hacer comprender que España es la más fuerte y se considera vencedora, en la
medida en que el alto al fuego ha sido resultado de su firmeza y no de una
exigencia de la sociedad vasca por modificar los modos de lucha, como pretenden
hacer creer los partidos españoles. Las actuaciones hostiles también pretenden
el desconcierto de las fuerzas soberanistas, ansiosas de ver soluciones o,
cuando menos, gestos de distensión que las instituciones españolas van a
suministrar con cuentagotas con el fin de propiciar el desacuerdo entre las
primeras.
Deberá advertirse que ninguna instancia de la legalidad
española, ni legislativa, ni judicial, ni ejecutiva, puede reclamar el dere- cho
de fijar normas a las que deba atenerse el proceso en adelante, ni situarse al
margen y por encima de las negociaciones, porque todas ellas juntas o
separadas son parte del conflicto y únicamente pueden intervenir en la
negociación en tanto que parte del mismo. No es de recibo la pretensión de que
se actúa desde el Estado de derecho, porque esta pretensión es, precisamente, lo
que se cuestiona desde el Soberanismo navarro. Es posible que esté en vigor un
Estado de derecho español, pero las fuerzas soberanistas navarras lo cuestionan.
Hay un Estado de hecho España, pero el soberanismo navarro reclama,
por su parte, la reconstitución del Estado de derecho navarro ¿Quién tiene que
pagar el precio? Es justo que lo haga quien ha violentado la libertad de su
oponente. Que la responsabilidad es de España no lo va a aceptar ningún español;
de ahí el interés en presentar las actua- ciones de ETA como una muestra de la
crueldad intrínseca del soberanismo navarro, vasco. Una vez más es necesario
insistir en que tal crueldad, por desgracia, acompaña a toda violencia; que el
pueblo vasco la ha sufrido y sufre en mayor medida y que cualquier español que
asume la vigente Constitución española está amenazando, consciente o
inconscientemente, a todos y cada uno de los soberanistas navarros con
aplicársela, gracias al conocido artículo 8º, por el simple hecho de ejercer un
derecho imprescriptible del individuo y de la colectividad, como es la libertad
de decidir. -
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