Cuando el stuttgartiano Georg Wilhelm Friedrich Hegel afirma que la realidad proviene de la idea no hace sino decir, con otras palabras, que el mundo ha sido creado por Dios. La filosofía de Hegel es fundamentalmente teología. El bávaro Ludwig Andreas Feuerbach entiende, en cambio, que no es el pensamiento quien genera el ser, sino el ser el que genera el pensamiento. Dios no es sino una proyección que el hombre hace de sí mismo: «Es el hombre quien, proyectando fuera de sí, en Dios, sus atributos más valiosos, ha generado a este ser que nos reduce a nuestra condición más miserable. La necesidad y el deseo de lo que no somos pero podemos ser nos ha llevado a generar esta idea. Comparados con ella sólo somos miseria y degradación. Pero si tomáramos conciencia de que no es el hombre el que ha sido hecho por Dios a su imagen, sino que es Dios quien ha sido hecho por el hombre a su imagen y semejanza, podríamos recuperar la conciencia de nuestra dignidad y de nuestras posibilidades».

Feuerbach consideraba que cuando el hombre tomara conciencia de que aquello a lo que adoraba bajo el nombre de Dios no era sino su esencia, lo propio de la humanidad, podría construir una nueva religión, la Religión de la Humanidad. Esta religión se identificaría con la política: su providencia sería la previsión del hombre que se organiza para asistir a los hombres en dificultades; su culto, el ejercicio del amor al hombre por el hombre («filantropía»): homo homini Deus. Muy en contra del romano Plautus, quien cien largos años antes de Cristo dijera aquello de lupus est homo homini, y lo recogiera en el siglo XVII el inglés Thomas Hobbes en su Homo homini lupus, que traducido viene a decir que el hombre se comporta frente a sus semejantes despiadadamente.

Las historias de la religiones nos narran unas gentes, al principio, politeístas, creyentes y recurrentes a varios dioses: unos crearon el amor y otros la guerra, unos la envidia y otros el áte y el ménos. Fue el politeísmo el que dio paso al monoteísmo, al monarquismo, al dios y al emperador absoluto. Al dios guerrero, al emperador insaciable, al dardo y al celo. A la verdad única, a la dictadura, al fuera de mí no hay salvación. En el cristianismo encontramos rastros de politeísmo en la trinidad (un politeísmo camuflado), en la multitud de ángeles, arcángeles, serafines, demonios..., rastros de come- tas politeístas humanos. Y surgió la infalibilidad: el emperador divino, el Papa conectado vía móvil ­marca espíritu santo­ con Dios. Y todo para decir: «¡Haced esto y no lo otro, porque yo soy la verdad y tú te callas!». Y esta chulería dejó tras de sí una historia para no dormir de inhumanidad y barbarie: cruzadas, inquisición, quema de brujas, guerras de conquista y religión. Temor, infierno y sangre. «¡Por el imperio hacia Dios!». Y silencio, mucho silencio. En nuestra tierra estamos celebrando el 70 aniversario de una República rota por un golpe militar convertido en cruzada, de nuevo, por una Iglesia castrense enchufada a Dios y, como siempre, insaciable en su venganza. Todavía no ha pedido perdón por su matanza y odio. La historia nos ha dejado claro que la Iglesia pide tolerancia cuando es minoría y aplasta allí donde es mayoría: su Dios le hace absolutista convirtiendo a las gentes en guiñapos y niños de teta. Si buscan tolerancia, respeto, reforzamiento del hombre, olvídense de Dios, de la Iglesia y sus obispos: Tras ellos sólo hay cadenas y sumisión aquí, para un consuelo engañoso y sin base en el más allá. ¡Cuentos de las mil y una noches! Tratan de desvalijar la condición humana, de minusvalorarla, de debilitarla, de socavarla. Son los guerrilleros de Cristo Rey.

Debemos recordar, como dice Deschner en su bello libro “...Y de nuevo cantó el gallo”, que el 21 de marzo se celebraba el día de la muerte de Atis, cuyo culto se certifica ya en Roma desde el 204 antes de Cristo y cuyos templos se extendían por casi todo el mundo. Tres días después, el 25 de marzo, se festejaba su resurrección, la hilaria. En su lugar se colocó la fiesta de Pascua. Y se les prometía igual que a los místicos de Atis en la gran noche del 25 al 26: «¡Consolaos místicos, al igual que para el Dios salvado, también para nosotros la salvación viene del sufrimiento!». Es la lección que pasea la Iglesia, una vez más, esta Semana Santa coloreada por las calles de nuestras ciudades con cilicios y pies descalzos gritando «Dios es amor», con cálices y patenas de oro, con bordados de plata mientras la gente se muere de hambre y miseria.

Un mundo de injusticia y penar no se soluciona con dioses ni semanas santas, con «viernesantos» ni pascuas. Un mundo de esperanza debe brotar de la generosidad de la persona: de la grandeza de corazón y de su razón que, aunque todavía débiles, son siempre inmensamente más fuertes que las estampas y los misiles. Fortalecer sus cualidades humanas y no sus miserias, no sus rodillas sumisas y de postración frente a muñecos e ídolos divinos, es el camino de un futuro, que traiga brillo a los ojos de las gentes. Ni Dios ni la Iglesia contribuyen a ello.

¡Compañero, homo homini homo, que el hombre se solidarice con el hombre y que en esta mañana de esperanza suenen los versos y la guitarra del argentino Atahualpa Yupanqui, mezcla de indio, criollo y vasco!:

«Yo tengo tantos hermanos/ que nos los puedo contar;/ en el valle, en la montaña,/ en la pampa y en el mar./ Cada cual con sus trabajos,/ con sus sueños cada cual,/ con la esperanza delante,/ con los recuerdos detrás./ Yo tengo tantos hermanos/ que no los puedo contar». -