Javier Rodríguez Hidalgo - Editor de la revista «Resquicios» (Bilbo)
El intelectual comprometido
En un artículo publicado por GARA (“La pluma y el plumero”, 19-05-2006), Jose Mari Esparza Zabalegi ha cargado contra Bernardo Atxaga, al que acusa con razón de someterse a diversos requerimientos perversos por parte de la prensa española a fin de mantener su estatus de escritor vasco respetable. No obstante, y aunque no conozco personalmente a Atxaga, detesto el personaje público que se ha creado y ni siquiera puedo decir que me maravillen sus obras, creo que vale la pena hacer algunas observaciones al hilo de este ataque.
Lo cierto es que si el artículo de Atxaga (publicado hace poco por “El País”) que motivó la furibunda crítica de Esparza Zabalegi lo hubiese escrito, pongamos por caso, miss Barakaldo, nadie habría levantado una ceja. Pero como lo firmó un intelectual es más, un intelectual que se dice de izquierdas, ha habido que salirle al paso. Y por aquí cojea Esparza Zabalegi, que bebe a borbotones de uno de los mitos más funestos de la izquierda, a saber, la del «intelectual comprometido». De los intelectuales, no se sabe por qué, casi todo el mundo espera una especie de ecuanimidad y de rectitud de juicio que a priori nadie atribuiría, digamos, a los albañiles. ¿Hay alguna razón para justificar esta actitud? En absoluto. Si algo han demostrado los llamados intelectuales a lo largo de la historia es que han vivido ante todo sometidos a los dictados del poder. Para empezar, se creen capaces de cuestionarlo todo, salvo la mano que les da de comer. Ya sea el Estado (universidad pública, instituciones, subvenciones), ya sea el mercado (universidad privada, mecenazgos diversos, derechos de autor), la mayoría de los intelectuales se encuentra en la misma posición que el resto de los asalariados y, sin embargo, suelen ser mucho menos conscientes que éstos de su situación de dependencia, como si desempeñaran su trabajo en el mundo de las ideas, o incluso un poco más allá. Esto les ha permitido erigirse, sin que nadie se lo pidiera (nadie al margen de sus amos, claro está), en «conciencia de la sociedad», en retaguardia moral y qué sé yo qué más. Lo más curioso de todo es que quienes más han abusado del ensalzamiento de la figura del intelectual separado que piensa por la sociedad han sido los sectores del marxismo o próximos a él. Lo cual choca con el deseo de Marx de abolir la sociedad de clases suprimiendo la división del trabajoŠ
La postura actual de Atxaga, claramente resumida en el artículo que tanto ha molestado a Esparza Zabalegi, no es más criticable que la de muchísimos otros. ¿Por qué esa indignación, entonces? Esparza Zabalegi llega a acusar a Atxaga de aparentar «caerse de un guindo». Lo mismo pienso yo de quienes se pasman de que un intelectual de éxito se vea obligado a hacer una concesión tras otra a sus jefes para mantener su caché. ¿No hay que ser un poco inocente para esperar de Atxaga, o de tantos otros como él, un juicio elevado por encima de sus propios intereses? Como diría un amigo mío: «¡A estas harturas de la vida!» (por cierto que, ya que Esparza Zabalegi exhorta a no olvidar 1936, yo propongo no olvidar tampoco 1937, incluyendo la infausta memoria de ese José Bergamín que en mayo de aquel año acusaba de ser espías franquistas a los revolucionarios torturados y asesinados en la retaguardia republicana por los verdugos del PCE. Qué casualidad, Esparza Zabalegi es editor de una recopilación de textos políticos del último Bergamín, quizá perdonado porque sus lealtades al final de su vida fueron las correctas).
Parafraseando a Orwell (que sí fue comprometido y, por suerte, no fue un intelectual), puede decirse que todos los intelectuales deberían ser considerados culpables hasta que demuestren su inocencia. No seamos ingenuos y rompamos de una vez con esa leyenda que apesta a estalinismo. Si queremos un juicio político más honrado que el de un Atxaga, hablemos con la obrera Agirre o con el precario Gómez, y no le pidamos peras al olmo. -
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