Fede de los Ríos
Vidas ejemplares
Se llamaba Francisco de Jaso. Algunos celebran el V Centenario de su nacimiento en el castillo de Javier, dicen que es santo y patrón de Nava- rra. Milagroso y multifacéti-co sí que lo es: tenemos a un Xabier abertzale, a un Francisco Javier más español que Conchita Piquer; a un peón del imperialismo castellano, a un defensor de los nati- vos. En breve aparecerá en- tre los federalistas y militando en Lokarri, pues ya se sa-be que no son tiempos de extremismos. Puestos a elegir una historia acerca del santo que nos ocupa, prefiero la que me relató un sabio profesor desvelando los verdaderos motivos de su partida a las Indias y otras lejanías. Lejos de estar poseído por el espíritu aventurero de Phileas Fogg para llevar la salvación a los impíos de tierras lejanas, parece ser que todo fue obra de la pasión y el resentimiento. De todos es sabido que nuestro amigo Francisco conoció a otro joven llamado Ignacio de Loyola, algo mayor que él. Y quiso el destino que se conocieran en París, la ciudad del amor. Los dos estudiantes y solteros. El uno apuesto, fornido y con hermosa cabellera; enjuto, cojitranco, debido a una herida de guerra, y con calvicie incipiente, el otro. Fácil imaginarnos las noches que pasaron en el barrio latino nuestros protagonistas. Y, ya se sabe, el roce hace el cariño. Parece ser que una noche Francisco fue solicitado por Ignacio para realizar prácticas que le resultaron embarazosas al navarro. No se sabe si su negativa fue debida a la homofobia o al recuerdo de que el guipuzcoano había combatido a sueldo de los castellanos contra sus hermanos mayores. La cosa es que no tragó. Pasaron los años, los dos ya jesuitas. El de Loyola, jefe de la Compañía. Volvieron a verse y donde hubo fuego habitan los rescoldos. Al parecer, nuevo requerimiento y nueva negativa. Patxi seguía luciendo una ondulada y larga cabellera, la otrora incipiente calvicie de Iñaki se había tornado en alopecia inmisericorde. Y ya se sabe lo mal que llevamos los varones este tema. La envi-dia y el resentimiento anidados durante años hicieron el resto. Ignacio ordenó a Javier que partiera al último confín de la tierra, lo que enton- ces se conocía como el culo del mundo. ¡O el de Ignacio o el del mundo! Y ése, queridos niños, es el origen de las Misiones y el Domund, lo demás es literatura. -
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