Hasta hace pocos días se hallaba en tierras navarras el brazo incorrupto de Javier. La mojama sagrada fue recibida por autoridades eclesiásticas y civiles. Dicen que a la cecina la han besado miles de devotos, pues venerar las reliquias sagradas es obligación del buen católico.
La religión católica, la nuestra, la verdadera, desde sus comienzos ha tenido debilidad por la necrofilia. Se calcula que por el mundo pululan aproximadamente un millón de reliquias sagradas entre casquería y objetos pertenecientes a los santos. Y es que la santidad se nos presenta de forma variada. Así pues, sin salir de la tierra que tanto dio, patria de San Francisco, en Sangüesa nos encontramos con dos pelicos no se puede apreciar si lisos o rizadicos de las dos mujeres más importantes en la vida de Jesús: la Virgen María y María Magdalena (la pretty woman del Nuevo Testamento). De la primera, en una iglesia italiana, podemos encontrar su brazo, el hígado, el corazón y la lengua. El fruto de sus sagrados senos ha dado para llenar varias cantimploras que se encuentran en otras tantas iglesias.
Se conservan varias pajas del pesebre; cordones umbilicales del hijo de Dios, por lo menos cuatro. Prepucios de su glande, solamente en Italia, tres. No se sabe si por lo de uno y trino o porque el muchachote estaba bien dotado (la Magdalena no cuenta nada en sus diarios). Del que le bautizó, Juan, más de sesenta dedos incorruptos. Varias lágrimas de la Virgen en diferentes frascos. En el Vaticano, un suspiro de San José en una botella (desconocemos si tuvo algo que ver el Espíritu Santo). De este último, algún que otro huevo y, en un frasquito, un estornudo (prueba palpable de que la gripe aviar no es algo novedoso). Con las espinas de la corona de Jesús podríamos alambrar los campos de Castilla. Clavos de la cruz para montar varios Leroy Merlin. Trozos de madera de la misma como para hacer otra Escuadra Invencible.
Dos plumas de ángel, una de Miguel y otra de Gabriel. La cola del burro que montó Jesús.
Existen raspas de los peces que multiplicó. De la última cena, tres manteles, restos de pan y lentejas que sobraron.
Rayos de la estrella que guió a los Magos, en dos recipientes. Tinieblas de Egipto, una de las plagas de Yavé, en una urna.
Y dicen que todas las creencias son respetables. ¡Hay que joderse! -