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Gara > Idatzia > Iritzia > Ezbaika 2006-06-24
Gemma Zabaleta - Parlamentaria vasca del PSE-EE
Derecho... capacidad... respeto a decidir

En la particular cárcel de las palabras de la política vasca se han acuñado términos, conceptos en los que nos hemos enredado en los últimos tiempos, haciendo baluarte de los mismos para nuestras propias posiciones políticas. Ha sido tiempo de batalla; ahora es tiempo de decisiones. Y ello significa clarificar, dialogar para poder acordar y res- petar aquello que acordemos.

El contexto político siempre fue en los últimos tiempos el mejor pretexto para dinamitar cualquier posición de aproximación entre los que somos diferentes. Si la política es siempre vertiginosa, la política vasca ha sido especialmente pirómana con los intentos de cualquier transacción identita- ria. Durante demasiado tiempo.

Por eso, estimo que el debate político hoy, como casi siempre en los momentos cruciales, no deja de ser más que un debate entre lo viejo y lo nuevo.

Porque afloran a la palestra del debate político todos los fantasmas y todos los miedos, como si no tuviéramos los instrumentos jurídicos y las convicciones políticas para llevar a cabo aquello que conviene más al interés general.

No hay peor cosa en una democracia que tenerle miedo a la propia democracia. No hay peor cosa en la tarea política que dramatizar los conflictos para dra- matizar las soluciones. Y además hacerlo sin perspectiva espacio-temporal, sin tener en cuenta que, en un mundo globalizado como el actual, una toma de decisiones en cualquier despacho del mundo, una invasión en Irak, cuestiona cada día la soberanía y pone en crisis los viejos conceptos . La agenda política ha sufrido el mayor de los lifthing como consecuencia de los cambios sociales, económicos, demográficos en el nuevo milenio, mientras en el debate político vasco nos esmeramos en resucitar debates, ideas y valores del pasado.

Manifestamos poca confianza en nuestra democracia, en nuestras reglas del juego democrático. Como dice muy bien el profesor Varela Ortega, «la democracia no es un suceso: la democracia es un camino que no termina nunca por recorrerse», y en ese camino se encuentran las soluciones a todas las cuestiones políticas que pudieran hallarse pendientes. El valor de la política es gestionar esa complejidad como un activo, no como un problema.

Es en este contexto en el que quisiera circunscribir las reivindicaciones de cada una de las sensibilidades políticas vascas poniendo en valor la necesidad de pactar principios, valores y procedimientos que sirvan para una democracia vasca del siglo XXI, capaz de pasar página de los conflictos políticos no resueltos.

Si fuimos capaces de alumbrar un sistema democrático tras la dictadura franquista, ¿cómo va a ser ahora más difícil ajustar el sistema a las nuevas realidades y a las diversas voluntades de la sociedad vasca expresada por sus representantes políticos para perfeccionar esa misma democracia?

Bueno sería aclarar tras veinticinco años de autogobierno el grado de adhesión de los ciudadanos y ciudadanas vascos a los actuales marcos jurídicos y dimensionar de manera real el llamado y apelado «conflicto vasco»; pero más allá del diagnóstico y suponiendo que, en efecto, exista tal desencuentro y desafecto ciudadano con respecto a las instituciones actuales, ¿cabe compartir entre vascos, entre las instituciones vascas y las del Estado, algún método para encauzar el reto de crear una nueva legitimidad política en función de las nuevas aspiraciones de la sociedad vasca si las tuviera? Tal vez si lográramos compartir una demanda a favor de un ámbito concertado, en sintonía con un pactismo sin exclusiones, que sería histórico, porque siempre faltó alguien en inten- tos anteriores, y que significaría una profundización del poder político vasco, lo que es igual a más democracia y no a más o menos nacionalismo.

La normalización, la superación de una cierta debilidad del sistema político, la falta de integración sociopolítica, perfectamente separada de la existencia de ETA, requerirá que todos paguemos un precio, tarde o temprano, en una mesa de negociación sin armas que la condicionen, lo que nada tiene que ver con pagar un precio por la paz.

La clave, el desafío es que ese precio sea razonable, en términos sociales, viable en términos jurídicos, democrático en términos políticos y asumible en términos éticos. Eso significará que todos, sin excepción, ganemos.

Seguramente ello no significará asumir el derecho de autodeterminación, como lo plantean unos, ni el derecho a decidir como lo plantean otros; seguramente tendrá más que ver con ese «principio del consentimiento» del acuerdo irlandés que supone que si la sociedad vasca desea mantener o transformar su legitimidad política, todas las partes se deben comprometer a respetar los acuerdos y a pactar los procedimientos políticos y democráticos para que ello se refleje en los ordenamientos jurídicos pertinentes.

Todos los proyectos políticos deben poder defenderse y alcanzarse por métodos pacíficos. Es la alternativa que las democracias modernas ofrecen al totalitarismo, la imposición o la violencia.

Los cauces democráticos deben servir para situar las disensiones en el terreno del acuerdo, construirlas en el contexto de un marco dinámico, derivado en el tiempo, de principios que nos permitan ir abriendo la puerta a las soluciones, un método para una solución sostenible. Las palabras, los conceptos, las actitudes han sido un problema; pero están llenas de oportunidades para la solución.

En cualquier caso, nuestro debate, siendo muy importante, no debiera perturbar otra mirada a la realidad. El principal reto como sociedad, como pueblos, como nación, no estriba sólo en ser una única nación o una nación de naciones, aunque nos desangremos en debates internos por ello.

Lo que pone a prueba nuestra solidaridad, nuestra identidad, la cohesión de una sociedad, es la manera en la que vayamos a construirla, hoy que las fronteras, las lenguas, la cultura tienen un enriquecedor y novedoso paradigma pluralista.

Ese es el debate que nos enfrenta a la ver-dad como civilización, como seres humanos, y cuestiona la razón y oportunidad de nuestros valores. -


 
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