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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-06-29
Josefo no podía ser culpable de nada malo

El juez no llegó a Uriondo hasta pasadas las seis de la tarde. Huesitos, Simón, Gotzon y Mila decidieron esperar jugando una partida de mus en el K.O.

Se jugaron la cena y, como casi siempre, perdieron Gotzon y Mila.

­Te he dicho mil veces que con éstos no hay que apostar nada. Un cura y un chicoviejo. Fíjate tú que pareja. Contra esos, a lo más una ronda de txikitos.

­Qué mal perder tienes, hija. En el mus, como en el fútbol, unas veces se gana y otras se pierde.

­Pero si hacéis más trampas que ni sé... Bueno, ya prepararé yo la cena. Pero a base de tortilla de patatas, ¿eh? Que estamos a fin de mes y enseguida vienen las fiestas, las vacaciones...

­Pues eso. Una buena tortilla de patatas y unos pimientos y a correr. Buen plan.

Simón miró por la ventana del comedor. En la inspección municipal había más movimiento del habitual. A las dos furgonetas policiales que custodiaban el local desde que detuvieron a Josefo se habían sumado otros tres coches particulares.

­Seguro que ya ha llegado el juez. Voy a acercarme un momento.

­Bueno, nosotros daremos una vuelta por el pueblo. Cuando sepas algo, vienes o nos llamas, ¿de acuerdo?

­Vale. Os iré a buscar. A esa hora no es difícil encontraros.

Tal y como había imaginado Simón, el juez acababa de llegar en compañía de la secretaria judicial y el abogado de oficio y se disponía a tomar declaración a Josefo. El sacerdote quiso acceder a las dependencias municipales pero un ertzaina se lo impidió.

­Perdone, pero ahora no puede entrar nadie. Su Señoría esta tomando declaración al detenido. Si quiere, espere usted aquí y ya hablará con él cuando termine.

­¿No podría indicarle que me encuentro aquí? Soy el párroco y quisiera hablar un momento con él antes de la toma de declaración.

­Lo siento. Ha dicho que no les molesten bajo ningún concepto.

Simón torció el morro, se sentó en el banco de piedra que recorre la fachada de la casa consistorial y se dispuso a esperar lo que hiciera falta para explicarle a aquel juez que Josefo no podía estar mezclado en ningún crimen ni ninguna otra actividad delictiva. Confiaba en sus dotes de persuasión.

La espera

La declaración de Josefo duró poco más de una hora. Pasado ese tiempo, se abrió la puerta de la inspección y salió el que parecía ser el juez.

­Perdone. ¿Es usted el juez que lleva el caso de Josefo?

­Se refiere a José Barrenetxe? En ese caso sí. Soy yo.

­Mire usted, yo soy el párroco de Uriondo y quería hablarle de ese hombre. Lo conozco bien y no puede haber hecho eso que dicen por ahí.

­Pues si prefiere, cuenteselo a él. Lo acabo de poner en libertad. Supongo que saldrá enseguida. Ha ido al baño.

­¿En libertad?

­Sí. Libertad provisional con obligación de estar a disposición del juzgado hasta que concluya la instrucción.

­Simón cerró los ojos y suspiró. Eran momentos como ése los que reforzaban, de cuando en cuando, su ya debilitada fe religiosa.

Josefo tardó aún cuatro o cinco minutos en salir. La tensión, el miedo y la presión a la que sin duda le habían sometido a lo largo de toda la jornada habrían descompuesto al más entero. Y Josefo, un pedazo de pan, no tenía madera de héroe.

En la misma puerta de la inspección, Simón abrazó con fuerza a su amigo.

­Josefo, Josefo, que susto nos has dado...

­¿Susto? El susto me lo he llevado yo. Todavía me tiembla todo el cuerpo. ¡Mira cómo me han dejado las muñecas con esas esposas tan apretadas!

­Bueno, lo importante es que estás en libertad. Estábamos todos preocupados. Vamos a buscar a los amigos y nos cuentas todo lo que ha pasado.

Los dos hombres emprendieron la marcha a paso rápido, como si quisieran alejarse del escenario de la peor jornada de sus vidas.

Gotzon, Mila, Huesitos, Xuxú y Miren se encontraban en el Gureak hablando con Kokoloko.

­Pues no sabemos nada de nada. Simón ha ido a hablar con el juez, pero de eso hace ya más de una hora y no ha dado señales de vida.

­Mirad, mirad. Ahi viene... con Josefo­

Todos se giraron hacia la puerta como si asistieran a la aparición de un fantasma. En cierta medida era así.

­¿En la calle? Esta sí que es una buena noticia. Kokoloko, saca champán, que esto hay que celebrarlo ­dijo Xuxú mientras se echaba en brazos de su compañero de pesca­.

Huesitos no podía permitir tamaño desorden en la ronda.

­A Josefo te lo comes a besos, pero de champán nada. Ahora estamos de poteo. Tiempo habrá de brindar con champán después de cenar. Esto lo celebramos en la sociedad.

También Huesitos abrazó al recién liberado. Se conocían desde la infancia y algo en su interior le había repetido a lo largo de la jornada que todo aquello tenía que ser un error.

­Bueno, pues la cena corre hoy de mi cuenta, que he perdido al mus con esos dos tahures.

­Pero nada de tortilla, ¿eh? Hoy nos estiramos un poco y nos zampamos unas buenas chuletas. Voy hasta la carnicería en un salto.

­No te olvides de coger pan y algo de queso para el postre.

Josefo bebió el txikito que le ofreció Miren de un sólo trago. Se sentía observado por todos los clientes del bar y eso, a un hombre sencillo, le ponía aún más nervioso de lo que ya estaba.

Las mil preguntas

­Ya nos contarás lo qué ha pasado. ¿Quién era ese joven? Se ha corrido el rumor de que su ropa y la documentación estaba en tu casa.

­Y un montón de dinero también...

­Bueno, todo tiene una explicación, pero es muy largo de contar.

Josefo no quería convertir su historia en un espectáculo. Y en el bar todo el mundo estaba atento a sus palabras. Simón cortó el precipitado interrogatorio.

­Bueno, muchachos. Bastantes preguntas ha respondido ya Josefo ante el juez. Vamos a tomar algo tranquilos y ya nos lo contará a la hora de la cena.

­Eso, eso ­aplaudió Huesitos­ Vamos a txikitear con seriedad.

La ronda se alargó hasta pasadas las diez de la noche. Mientras Xuxú asaba las chuletas en la parrilla, Josefo inició su relato.

­Cuando ví al muerto se me cayó el cielo encima. Lo conocía.

­¿Al moro?

­Sí, claro que le conocía.

(CONTINUARA)

 


 
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