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Gara > Idatzia > Iritzia > Txokotik 2006-06-29
Martin Garitano
Agirre

Conozco a Gorka Agirre hace ya muchos años. Sé de su militancia y de sus desvelos a favor de la causa jelkide. Me consta, pues, contra lo que quiera decir el juez Grande, que no ha sido ETA la beneficiaria de sus esfuerzos y su actividad política. No es, lo anterior, una alabanza a Agirre, sino la simple constatación de una realidad que en Euskal Herria adquiere la fuerza de convicción unánime. Hasta los que quisieran demostrar lo contrario saben que es así.

A Gorka Agirre un juez le pretende implicar ahora en las actividades propias de la resistencia armada vasca. También sabe el juez, igual que todos cuantos conocemos a Agirre, que es falaz la acusación.

No me pregunten por qué lo hace. Doctores tendrá la política para explicar los complejos mecanismos que conducen a tamaño desvarío. Pero no es eso lo que motiva estas líneas.

Alguien en el jelkidismo que gobierna parte de Euskal Herria debería haber caído en la cuenta ­hace ya mucho tiempo, cuando ellos mismos fueron cómplices de la estrategia del Pacto de Ajuria Enea­ de que para el enemigo los aliados de adscripción nacionalista son sólo compañeros de viaje a los que, si no media la rendición, habrá que enfrentarse tarde o temprano. Con todas las consecuencias.

Hubo un tiempo en que fue sólo ETA el enemigo a batir. Y fue ETA el objeto de todas las iras del nacionalismo impositivo español. Y, como resulta evidente, fracasaron en sus repetidas ofensivas.

La extensión del movimiento abertzale les movió luego a ampliar la lista de sus objetivos. Mataron a ciudadanos bajo las caperuzas del BVE, la Triple A o el GAL; encarcelaron a políticos, cargos electos, cerraron medios de comunicación, ilegalizaron partidos, buscaron la complicidad del nacionalismo más acomodaticioŠ

Y hoy, cuando un proceso político de base sólida y fir- me determinación por la parte abertzale puede terminar por abrir la puerta a un futuro sin imposición, el monstruo vuelve a mostrar su verdadero rostro, sin perderse en disimulos. No es Gorka Agirre la única víctima de esta andanada represiva. Ni mucho me-nos la más damnificada, pero su caso puede ser paradig- mático. Cabalgar sobre un tigre conlleva el riesgo, cierto, de terminar siendo devorado por él. Es de su naturaleza. Mejor haber caído antes en la cuenta, pero nunca es tarde si se trata de aprender para avanzar. -


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