¡Ya estamos!. Una nueva crisis en Palestina con las viejas y odiosas imágenes de siempre: fuego real de tanques y aviones, cuerpos destrozados, mujeres frenéticas, niños convulsos y, como es de suponer, desesperadas llamadas de apoyo. Todo esto resulta demasiado estridente para unas sociedades asentadas y desarrollas como las nuestras. Además ­y espero que lo comprendan los palestinos­ sus demandas llegan en un momento inoportuno. Al menos los europeos nos encontramos con la agenda repleta y en pleno verano.

Ya hemos visto cómo los israelitas destrozaban carreteras, derribaban puentes, destruían acueductos... Una cabronada, pero tenemos delante los últimos partidos del Mundial y las primeras etapas del Tour. Es una salvajada que los soldados hebreos ocupen hospitales, retengan a los médicos y aterroricen a los pacientes pero nosotros nos vemos atrapados por nuestro propio calendario. En este tiempo están todos los críos sin clases y las fiestas se suceden una tras otra: los «sanjuanes», los «sanpedros», los «sanfermines»... No podemos ni imaginarnos unas tiendas desabastecidas, unas mesas vacías y casi a un millón de personas en colas interminables para poder abastecerse de algún litro de agua.

Es evidente que el sionismo, una vez más, se está ensañado con la indefensa población civil y dejando a su paso un reguero de muerte. Pero nosotros tenemos que decidir, y con carácter urgente, a dónde vamos de vacaciones. Todavía estamos a vueltas con la Ribera Maya, las cataratas de Iguazú o Croacia; y la agencia de viajes nos apremia. Los israelitas, y ya entramos en terreno político, han detenido a decenas de cargos electos palestinos. Hay quien dice que a Israel no le interesa sólo rescatar al soldado que los palestinos capturaron, sino liquidar el legítimo gobierno de Hamas. Aunque, bien mirado, su legitimidad es baja mientras no denuncie la violencia. Nuestra tierra está plagada de pacifistas y defensores de los derechos humanos. Pero estas buenas gentes nunca sacan la cara por quien recurre a la violencia. Hamas debe comprender que lo del soldadito israelí los coloca al mismo nivel que los sionistas.

10.000 presos, miles de torturados, las madres que han malparido en los controles, las familias de todos los adolescentes asesinados, millones de refugiados palestinos miran al mundo, sobre todo occidental, esperando ayuda. ¡Infelices! Nos podrían aplicar las palabras desgarradas que Qabbani, poeta sirio, escribía con rabia en 1967: «Nos cubrimos con el manto de la civilización pero nuestras almas habitan en la edad de piedra». -