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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-07-10
Martin GARITANO
Una hora antes del encierro
·La vida sigue igual (XVIII)

Los toros son el alma de las fiestas de San Fermín. El encierro, las vaquillas, la corrida de la media tarde y el encierrillo nocturno desde los corralillos del Gas hasta los de la cuesta de Santo Domingo vertebran dos surtidos programas festivos: el oficial y el alternativo. Y, sin embargo, a Gotzon lo que más le atraía era, precisamente, el toro en estofado. Al fondo del pequeño comedor del Roncal, se veía a un hombre feliz.

­Vaya tripada te estás pegando, Gotzon. De primero pochas y ahora estofado de toro. Luego me dirás que en casa ponga verduritas, que quieres quitar un par de kilos para ir a la playa.

­Déjale, Mila. ¿No le ves que está más contento que un crío con una play station nueva?

Huesitos encontró hueco para colar un bufido:

­¿Play esteison? Toda la vida se ha dicho “más contento que un chaval con zapatos nuevos”. Ya estáis en plan moderno...

­Pero si es que a los críos de ahora los zapatos nuevos no les hacen ilusión. ¿No has visto las pedazo botas que usan hasta en verano?

La cena discurrió en buena armonía, entre bromas y recuerdos de años anteriores.

­Pues la primera vez que vinimos Xuxú y yo a Iruñea, hace ya más de treinta años, nos alojamos en una pensión de la calle Navarrería. Fue un lío porque estábamos solteros y la vieja de la pensión se empeñó en pedirnos el libro de familia. Decía que si no, cada uno a una habitación diferente. ¡Menuda era la bruja aquella!

­Y, ¿qué hicísteis?

­No me acuerdo. Lo arregló Xuxú.

­«Lo arregló Xuxú» dice. Me costó otras mil pesetas, de las de entonces, para que la vieja se quedara tranquila y nos dejara dormir juntos.

­Pues yo solía venir con mis amigas y Gotzon con su cuadrilla. Y si nos encontrábamos por la calle, «hola y adiós».

­Es que con vosotras no se podía ir a ninguna parte. Que si allí hay mucho ruido, que si aquí hace mucho calor, que si mejor vamos a ver un concierto a Antoniutti... Nosotros veníamos de juerga y vosotras en plan de ver...

Pagaron la cuenta ­más abultada de lo esperado­ y salieron a la calle Jarauta. Una multitud invadía todas las calles y cantones del Casco Viejo.

­Qué os parece si vamos a la Plaza del Castillo y nos tomamos un trago bien puesto. Ya habrá tiempo de envenenarnos luego con gin tonics ponzoñosos.

­Id vosotros, yo voy a saludar a esos amigos que os he comentado antes. ¿Quedamos sobre la una en algún sitio?

­A la una en el Lambroa, en la calle Descalzos.

­Allí estaré.

Huesitos desapareció entre la multitud mientras Sergio, Xuxú, Miren, Mila y Gotzon enfilaban hacia la Plaza del Castillo.

­¿Qué amigos tenía que visitar Huesitos a las once de la noche?

­Unos de la mili, creo. Les debe visitar todos los años por estas fechas.

Gotzon y Mila cruzaron una mirada. No eran amigos, precisamente los que iba a visitar Luis Mari. Las mujeres eran sus pequeñas debilidades...

En Uriondo Simón no podía conciliar el sueño. Estaban pasando cosas graves en un pueblo que conocía a la perfección y donde nunca antes había acontecido nada de especial relevancia. Y, además, un muerto dentro de la ermita, que estaba cerrada.

­Mañana iré a Bergara. Quiero hablar con el juez ­murmuró antes de apagar la luz­.

Y a la una en punto, Huesitos se presentó ante el Lambroa, recién duchado y de un humor excelente. La «visita» había sido, al parecer, plenamente satisfactoria. El resto de la cuadrilla también acudió puntual a la cita.

­Bueno, ¿qué hacemos ahora?

­Lo primero, poner fondo y elegir democráticamente un cajero. Si no es un lío...

­El mejor cajero del mundo es Gotzon. Con esa altura y ese vozarrón siempre consigue que nos sirvan con rapidez.

­Pues yo estoy hasta el gorro de pasarme las fiestas delante de los mostradores, abriéndome paso a codazos mientras vosotros bailáis por ahí.

­Venga, no te hagas de rogar. Si, además, te encanta porque dices que así conoces gente...

­Bueeeno. Hala, veinte euros cada uno. Cuando se gasten ya pondremos más.

La noche se les hizo corta a los uriondotarras. Entre el baile, el acompañamiento a un par de fanfarrias y seis o siete tragos, el amanecer llegó sin apenas darse cuenta.

­Qué corta se me ha hecho la noche. Ya son las siete. Habrá que espabilar si queremos ver el encierro.

­No pensarás encontrar sitio a estas horas, ¿verdad? La gente está ocupando el recorrido desde hace una o más horas. Yo apostaría por verlo en la pantalla gigante de la Plaza del Castillo mientras desayunamos un buen chocolate con churros.

­Yo también voto por la Plaza del Castillo.

­Pues yo no. He venido a Iruñea para ver el encierro y no para verlo por la tele. Para eso me hubiera quedado en Uriondo. Cuando termine ya os encontraré en alguna terraza de la Plaza.

­Yo voy contigo, Mila.

Gotzon, Huesitos, Miren y Xuxú se acomodaron en la terraza del Txoko mientras Mila y el argentinito se adentraban en el Casco Viejo en busca de un resquicio desde donde ver la alocada carrera de toros, mansos y corredores.

Gotzon trató de disimular, pero la preocupación se le dibujó en el rostro. La hora que faltaba hasta el inicio del encierro pasó lenta, espesa. Una noche sin dormir pesaba como una losa. Ya no eran unos críos y Huesitos decidió echar una cabezadita allí mismo. Diez minutos más tarde, con el estómago bien templado por el chocolate, le seguiría el resto y a las siete y media de la mañana los cuatro dormían plácidamente bajo la sombrilla del Txoko.

Sergio y Mila, entretanto, decidieron alquilar uno de los balcones de la calle Estafeta para ver pasar el encierro justo a sus pies.

­Es caro pero, chico, para una vez que venimos.

El balcón correspondía al dormitorio de la casa. En el contiguo se agolpaban seis turistas extranjeros.

­El balcón cuesta doscientos euros pero les aseguro que es de los mejor situados de toda la calle. Además, aquí no les molestará nadie. Hasta terminar el encierro nadie entra en las habitaciones alquiladas.

La dueña del piso contó el dinero y se retiró. Serio miró a Milla y, previsor, corrió el pestillo.

­¿Para qué cierras con pestillo? Ha dicho la señora que nadie nos molestará...

Milla no pudo terminar la frase. Los dos cayeron sobre la cama. -


 
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