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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-07-12
Martin GARITANO
De vacaciones al caserío
LA VIDA SIGUE IGUAL (XX)

Simón abrió los ojos de forma desmesurada. El tono lacónico que había empleado Josefo para confirmar que ya sabía de qué iba a hablarle sólo permitía pensar en una nueva complicación.

­¿Qué dices que sabes?

­Espera, vamos a aquella mesa del fondo. No quiero que todo el mundo nos oiga hablar de este tema.

Los dos hombres tomaron asiento en la mesa más discreta de la sociedad, que en aquel momento presentaba una inusual actividad: tres socios cocinaban mientras dos más disponían una mesa larga para una veintena de comensales y el bodeguero entraba y salía con la reposición de las bebidas consumidas.

­Es que hoy vienen a comer los de la coral Alkartasuna. Ya sabes la comida anual...

­Sí, ya lo sabía pero, cuentame, ¿qué es lo que sabes?

­Pues supongo que lo mismo que tú. Que han arrestado al otro chico, al que vino con Amhed.

­Pues sí, que lo detuvieron en las inmediaciones de tu casa, pero el juez ya lo ha puesto en libertad.

­Eso no lo sabía. Me avisaron de la Ertzaintza, pero no me dijeron que lo hubieran liberado.

­Tal vez aún no lo sabían. ¿Te preocupa que ese muchacho esté en la calle? ¿Qué podía buscar en tu casa?

­Pues, la verdad, no tengo ni idea. Pensé que tal vez viniera a intentar recuperar las cosas que dejaron al marchar, pero todo eso se lo llevaron los ertzainas cuando lo de Amhed... No sé, no tengo ni idea de qué es lo que buscaba.

­Este asunto es demasiado complicado para gente sencilla como nosotros, Josefo. Creo que hasta que se aclaren un poco las cosas sería mejor que salieras de vacaciones. No te vendrá mal cambiar de aires.

­Pero, el juez me dijo que debía estar disponible para el juzgado, para las investigaciones y todo eso.

­Eso no será problema. Yo hablaré con él y le garantizaré que estarás localizable todo el tiempo. Podrías ir al caserío de mi hermana, en Basalur. Kontxi estará encantada de recibirte y su marido, Joakin, también. Además nosotros iremos algún día a visitarte. Sergio aún no ha estado y no conoce el caserío donde nació su padre.

­Pues la verdad es que no me sentará mal pasar unos días fuera. Aquí estoy todo el rato dándole vueltas a la cabeza y ya empiezo a sentir que la gente me mira...no sé, diferente.

­Eso son imaginaciones tuyas. Se te pasarán con el trabajo del caserío. Allí no hay mucho tiempo para comerte el coco.

Txikiteo al sprint

Josefo y Simón se despidieron en la puerta de la sociedad. El cura consultó el reloj y se dirigió al K.O. A esa hora los demás estarían al llegar. Josefo marchó a su casa, a recoger un neceser y algo de ropa. Habían previsto la salida para esa misma tarde.

Eusebio vió entrar al sacerdote y le hizo un gesto con el dedo:

­Hoy andas tarde, acaban de salir.

­Pues van adelantados. A esta hora...

­Sí, pero Huesitos parece que se ha embalado. Ha venido de Iruñea con ganas de pelea. Hoy habrá doble vuelta y más de tres espuelas, ja, ja.

Los días en que Huesitos cogía carrerilla en el txikiteo del mediodía, la jornada terminaba revuelta, con comida en la sociedad y, en muchas ocasiones cena en la misma mesa con el sólo intervalo del txikiteo vespertino.

Los alcanzó en Gure Toki. Huesitos todavía llevaba el pañuelico rojo al cuello y se esmeraba por contar con detalles a la clientela lo bien que lo habían pasado en Sanfermines.

­Como aquello no hay. Sin prisas, sin horas... No como aquí, que si te alargas un poco en el poteo, ya no te dan de comer en ningún sitio. Allí todo el día se lo pasan entre cazuelas y botellas, con buena música y un ambientazo...

­Por cierto ­apuntó Gotzon­ si seguimos a este ritmo, nos van a dar las tres y vamos a comer lo que yo te diga...

­Pues corre a la carnicería a comprar algo. ¿Quién se queda a comer?

Todos asintieron. Simón también.

­Y, además, vendrá también Josefo. Por la tarde vamos a Basalur. El se quedará allí unos días, descansando. Anda un tanto agobiado con el asunto del chico aquel.

­Hace bien. En el caserío de tu hermana estará más tranquilo que aquí. Además, un día de estos podemos ir a dar una vuelta y merendar allí. Si no recuerdo mal, tu hermana preparaba unos callos de los de chuparte los dedos.

­Cada día más tragaldabas, Gotzon. Hala, vete a la carnicería y a ver qué se te ocurre para comer.

Tal y como había advertido Eusebio, Huesitos andaba acelerado aquel día. En apenas veinte minutos habían recorrido tres bares. Simón protestó:

­Oye, echa un poco el freno que si no vamos a llegar al caserío tocados de aleta. Y no quiero conducir con graduación.

­Calla, que a los curas no os hacen la prueba de alcoholemia. Además, siempre podras decir que has bebido el vino en misa.

­Por cierto, yo ya he hecho todos los planes pero aún no he avisado a Kontxi. Sergio, ¿tienes el teléfono móvil a mano?

­Siempre lo llevo encima, tío, pero no me queda saldo.

Miren se adelantó:

­Toma el mío Simón.

El cura aprovechó para avisar también a Josefo y citarlo a las tres en la sociedad. Marcharían a Basalur después de comer.

Gotzon se encargó de preparar una buena ensalada y lomo con pimientos para toda la cuadrilla. En la sociedad reinaba una animación especial. Veinte cantores de un coro siempre son garantía de bullicio.

A Huesitos los cantores le parecían unos pesados:

­Estos no cambian de repertorio desde los años de Maricastaña. Que si el ‘‘Agur Jaunak’’, ‘‘Buen menú’’, ‘‘Maitetxu mía’’... si parecen los Xey con el refuerzo de Luis Mariano...

­Hala, come y calla, gruñón.

Mila y Sergio evitaron cruzar la mirada a lo largo de la comida. Sólo un beso fugaz cuando se encontraron en la puerta del cuarto de baño.

­No seas loco, Sergio. Nos van a ver.

(CONTINUARA)


 
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