Se hizo esperar, pero llegó. Llegó en uno de los cuatro
flamantes autobuses que está utilizando para desplazarse en la gira y que
durante estos días aparcan cerca del Hotel María Cristina. Salió vestido de
negro y ocupó el centro de un arco formado por sus músicos uniformados de gris.
Y abrió el repertorio con “Maggie’s Farm”, la canción con la que está abriendo
habitualmente los últimas conciertos.
Mikel Laboa llevaba para entonces descansando tres
cuartos de hora. Sus hijos que asistieron al concierto, los amigos que habían
hablado con él durante la tarde, repetían que estaba muy nervioso. Los
organizadores que no se las tenían todas consigo, comenzaron a tranquilizarse
cuando la víspera vino a probar el sonido y cantó “Txoria txori” en el
escenario. Laboa no defraudó. Salió junto a sus músicos habituales, Iñaki
Salvador a los teclados y el acordeón, Angel Unzu a la guitarra y Josetxo
Silguero al saxo, y cantó a capella “Ihes bete zilegi balitz”. Fue la única
canción en la que se le notó incómodo. A partir del segundo, “Galderak”, con
letra de Atxaga, fue entrando en calor.
Extraña interferencia
Volvió a cantar a capella “Haize hegoa” y entró en lo
que fue la pieza mejor de la tarde, la canción “Orduan”, que centró su último
disco y que ayer centró su repertorio en el concierto de La Zurriola. Tras esa
pieza que lleva un texto antiguo de Atxaga, de la época de “Etiopía”, pero
adecuado a la situación política del momento, desapareció del escenario.
Llovieron los gritos y salió de nuevo, con su habitual discreción, su habitual
atuendo azul, con jersey de cuello alto, pero ahora más tranquilo y desgranó dos
canciones más: “Txoria txori”, su canción clásica más enblemática, y “Izarren
hautsa”, uno de los textos más filosóficos de Lete. Antes del primer bis habló,
pero fue muy escueto. Dijo en euskara que, siendo un concierto por la paz,
“Txoria txori” le parecía una canción muy adecuada. Al terminar el segundo bis,
levantó la mano un par de veces, en un gesto que lo mismo podría indicar que se
iba como que nos quedáramos, presentó a sus músicos y salió del escenario. Mari
Sol, su mujer, que le esperaba en la parte trasera del mismo, corrió a recibirle
y sus hijos respiraron.
El único percance de la actuación de Laboa estuvo
protagonizado por el servicio de megafonía de la playa. Eran las 20 horas y un
minuto, la hora en que se retira, al parecer, el servicio de socorristas. El
festival contaba con un servicio de casi 600 personas, entre técnicos y personal
de seguridad, y a ninguno de ellos se le había ocurrido retirar el mensaje que
todos los días a esa hora entra por los altavoces de la playa. Hubo un momento
de zozobra. Laboa seguía cantando, pero no se le escuchaba. Por los altavoces
salió el mensaje de los socorristas. Estaba finalizando su mejor canción, la del
último disco.
Una vez que terminó la actuación de Mikel Laboa hubo un
descanso de casi tres cuartos de hora, que se hizo largo. La gente que ocupaba
la zona más cercana al espectacular escenario de 16 metros volvió relajarse y en
los aledaños de las gradas que ocupaban 2.380 plazas de pago volvieron a hacerse
los corrillos. Atxaga, Ordorika, Jabier Muguruza, Loquillo y otras caras
conocidas no daban abasto. Para entonces la playa se iba a llenando de gente.
Los periodistas se hacían cábalas sobre el número de asistentes, sin que ninguno
pudiera dar con un método sencillo para cuantificarlos. Las últimas filas
estaban a la altura de la Cafetería de La Zurriola. Hacia Sagüés, la gente se
agolpaba en las barandillas. «Habrá 50.000?» se preguntaban algunos, haciendo
referencia a la cifra barajada por la organización. Es evidente que no, pero era
evidente también que había un gentío. Media docena de yates se habían acercado
hasta la orilla para escuchar a la pareja estelar del festival, Laboa y Dylan.
Se quejan los fotografos
Si la preocupación principal de la organización fue
hasta la víspera la disposición de Laboa, ayer a la mañana fue el tiempo el que
ocupó ese rango. «Hemos pasado la mañana consultando todos los servicios
meteorológicos y no auguraban nada bueno», decía Andoni Alonso, miembro del
gabinete de prensa de la Quincena que ha estado trabajando estos días para el
concierto. Pero el tiempo se portó y pese a que seguía amenazando lluvia, no
cayó gota.
Los madrugadores ya ocupaban sus plazas para las 17
horas. El servicio de control no dejaba introducir vidrios y latas al recinto y
algunas cuadrillas habían optado por sentarse en las inmediaciones e improvisar
un pic-nic, desenbolsando los bocadillos. Pero otros muchos comenzaban a ocupar
las primeras filas tres horas antes del comienzo del concierto. Para las 18.15
la gente ya llenaba la parte central del recinto, la que mediaba entre el
escenario y el equipo de sonido. Había gente de cierta edad, probablemente
siguieran a Dylan desde los años 60, habrían asistido a más festivales por la
paz y aterrizaron con unas sillas plegables que hacían la envidia de todos.
Llamaba la atención la presencia de turistas, muchos
para un evento de este tipo. «Se ha hecho mucha publicidad en las oficinas de
información turísticas tanto en los sanfermines en Iruñea como en Bilbo y es
probable que eso haya incidido», señalaba Andoni Alonso. En la oficina de prensa
seguía recibiendo peticiones de acreditaciones, el último dos horas antes del
comienzo. Se trataba de un cadena de televisión noruega. Allende Botin, de
France3, seguía realizando entrevistas en el lugar asignado a la prensa. Radios
y cámaras cubrían el evento. Los únicos que no estaban de acuerdo con las
condiciones de trabajo eran los fotógrafos. «Se ha decidido que tendrán diez
minutos para tomar las imágenes de Laboa y está terminantemente prohibido
hacérselas a Dylan», repetían los organizadores.
Los grandes artistas son así, son raros y no tienen por
qué disimularlo. Bob Dylan había prohibido que su imagen fuera proyectada en las
pantallas dispuestas a ambos lados de la escena y había prohibido asimismo que
se le hicieran fotos. Naturalmente los fotógrafos hicieron caso omiso y con una
cierta discreción se mezclaron entre la gente para cumplir con su cometido.
Aparte de las camisetas que llevaban un simbolo tibetano de la paz, la
referencia de Mikel Laboa al tema de la canción “Txoria Txori” y el manifiesto
redactado por la organización que aparecía en un tríptico, apenas hubo
referencias al momento político, ni siquiera en las pantallas que daban todo
tipo de información. Unicamente algunas ikurrinas ondeaban. Parecía un concierto
más, parecía un concierto si mucho mar de fondo. -