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Gara > Idatzia > Kultura 2006-07-12
Concierto sin mar de fondo

Se hizo esperar, pero llegó. Llegó en uno de los cuatro flamantes autobuses que está utilizando para desplazarse en la gira y que durante estos días aparcan cerca del Hotel María Cristina. Salió vestido de negro y ocupó el centro de un arco formado por sus músicos uniformados de gris. Y abrió el repertorio con “Maggie’s Farm”, la canción con la que está abriendo habitualmente los últimas conciertos.

Mikel Laboa llevaba para entonces descansando tres cuartos de hora. Sus hijos que asistieron al concierto, los amigos que habían hablado con él durante la tarde, repetían que estaba muy nervioso. Los organizadores que no se las tenían todas consigo, comenzaron a tranquilizarse cuando la víspera vino a probar el sonido y cantó “Txoria txori” en el escenario. Laboa no defraudó. Salió junto a sus músicos habituales, Iñaki Salvador a los teclados y el acordeón, Angel Unzu a la guitarra y Josetxo Silguero al saxo, y cantó a capella “Ihes bete zilegi balitz”. Fue la única canción en la que se le notó incómodo. A partir del segundo, “Galderak”, con letra de Atxaga, fue entrando en calor.

Extraña interferencia

Volvió a cantar a capella “Haize hegoa” y entró en lo que fue la pieza mejor de la tarde, la canción “Orduan”, que centró su último disco y que ayer centró su repertorio en el concierto de La Zurriola. Tras esa pieza que lleva un texto antiguo de Atxaga, de la época de “Etiopía”, pero adecuado a la situación política del momento, desapareció del escenario. Llovieron los gritos y salió de nuevo, con su habitual discreción, su habitual atuendo azul, con jersey de cuello alto, pero ahora más tranquilo y desgranó dos canciones más: “Txoria txori”, su canción clásica más enblemática, y “Izarren hautsa”, uno de los textos más filosóficos de Lete. Antes del primer bis habló, pero fue muy escueto. Dijo en euskara que, siendo un concierto por la paz, “Txoria txori” le parecía una canción muy adecuada. Al terminar el segundo bis, levantó la mano un par de veces, en un gesto que lo mismo podría indicar que se iba como que nos quedáramos, presentó a sus músicos y salió del escenario. Mari Sol, su mujer, que le esperaba en la parte trasera del mismo, corrió a recibirle y sus hijos respiraron.

El único percance de la actuación de Laboa estuvo protagonizado por el servicio de megafonía de la playa. Eran las 20 horas y un minuto, la hora en que se retira, al parecer, el servicio de socorristas. El festival contaba con un servicio de casi 600 personas, entre técnicos y personal de seguridad, y a ninguno de ellos se le había ocurrido retirar el mensaje que todos los días a esa hora entra por los altavoces de la playa. Hubo un momento de zozobra. Laboa seguía cantando, pero no se le escuchaba. Por los altavoces salió el mensaje de los socorristas. Estaba finalizando su mejor canción, la del último disco.

Una vez que terminó la actuación de Mikel Laboa hubo un descanso de casi tres cuartos de hora, que se hizo largo. La gente que ocupaba la zona más cercana al espectacular escenario de 16 metros volvió relajarse y en los aledaños de las gradas que ocupaban 2.380 plazas de pago volvieron a hacerse los corrillos. Atxaga, Ordorika, Jabier Muguruza, Loquillo y otras caras conocidas no daban abasto. Para entonces la playa se iba a llenando de gente. Los periodistas se hacían cábalas sobre el número de asistentes, sin que ninguno pudiera dar con un método sencillo para cuantificarlos. Las últimas filas estaban a la altura de la Cafetería de La Zurriola. Hacia Sagüés, la gente se agolpaba en las barandillas. «Habrá 50.000?» se preguntaban algunos, haciendo referencia a la cifra barajada por la organización. Es evidente que no, pero era evidente también que había un gentío. Media docena de yates se habían acercado hasta la orilla para escuchar a la pareja estelar del festival, Laboa y Dylan.

Se quejan los fotografos

Si la preocupación principal de la organización fue hasta la víspera la disposición de Laboa, ayer a la mañana fue el tiempo el que ocupó ese rango. «Hemos pasado la mañana consultando todos los servicios meteorológicos y no auguraban nada bueno», decía Andoni Alonso, miembro del gabinete de prensa de la Quincena que ha estado trabajando estos días para el concierto. Pero el tiempo se portó y pese a que seguía amenazando lluvia, no cayó gota.

Los madrugadores ya ocupaban sus plazas para las 17 horas. El servicio de control no dejaba introducir vidrios y latas al recinto y algunas cuadrillas habían optado por sentarse en las inmediaciones e improvisar un pic-nic, desenbolsando los bocadillos. Pero otros muchos comenzaban a ocupar las primeras filas tres horas antes del comienzo del concierto. Para las 18.15 la gente ya llenaba la parte central del recinto, la que mediaba entre el escenario y el equipo de sonido. Había gente de cierta edad, probablemente siguieran a Dylan desde los años 60, habrían asistido a más festivales por la paz y aterrizaron con unas sillas plegables que hacían la envidia de todos.

Llamaba la atención la presencia de turistas, muchos para un evento de este tipo. «Se ha hecho mucha publicidad en las oficinas de información turísticas tanto en los sanfermines en Iruñea como en Bilbo y es probable que eso haya incidido», señalaba Andoni Alonso. En la oficina de prensa seguía recibiendo peticiones de acreditaciones, el último dos horas antes del comienzo. Se trataba de un cadena de televisión noruega. Allende Botin, de France3, seguía realizando entrevistas en el lugar asignado a la prensa. Radios y cámaras cubrían el evento. Los únicos que no estaban de acuerdo con las condiciones de trabajo eran los fotógrafos. «Se ha decidido que tendrán diez minutos para tomar las imágenes de Laboa y está terminantemente prohibido hacérselas a Dylan», repetían los organizadores.

Los grandes artistas son así, son raros y no tienen por qué disimularlo. Bob Dylan había prohibido que su imagen fuera proyectada en las pantallas dispuestas a ambos lados de la escena y había prohibido asimismo que se le hicieran fotos. Naturalmente los fotógrafos hicieron caso omiso y con una cierta discreción se mezclaron entre la gente para cumplir con su cometido. Aparte de las camisetas que llevaban un simbolo tibetano de la paz, la referencia de Mikel Laboa al tema de la canción “Txoria Txori” y el manifiesto redactado por la organización que aparecía en un tríptico, apenas hubo referencias al momento político, ni siquiera en las pantallas que daban todo tipo de información. Unicamente algunas ikurrinas ondeaban. Parecía un concierto más, parecía un concierto si mucho mar de fondo. -


 
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