Metidos en la vorágine de los preparativos vacacionales, creemos preparar la huida de la cotidianidad. Es nuestro merecido descanso por un año de trabajo. La industria del ocio nos proporciona ofertas para todos los gustos y todos los bolsillos. Unos, los más, ejerciendo de turistas playeros: pantalón corto enseñando canillas, ellos; gafas de sol y pareo anticelulítico, ellas. Los menos no se llamarán turistas, son los autodenominados viajeros: chaleco con múltiples bolsillos y fular alrededor del cuello. Ambos con cámara digital. Los primeros exhalan ambre soleil, de los segundos emana autan por todos sus poros.
Resulta de vital importancia aprovechar al máximo nuestro tiempo libre porque es muy breve. El otro, el tiempo de trabajo, se nos alarga eternamente.
Triste realidad la nuestra, de seres con una existencia unitaria hemos devenido sujetos rotos en fracciones temporales. Y no nos damos cuenta que nuestro tiempo libre no es libre en absoluto, porque si existe es en función de un tiempo no libre, el tiempo de trabajo.
Si mientras trabajamos no somos, sino que estamos, cuando vacacionamos seguimos sin ser. Se trata de estar en un sitio que llamamos de ocio o en el mayor número posible de lugares diferentes, como en aquella película de turistas/viajeros, “Si hoy es jueves, esto es Bélgica”. Y la cosa no queda ahí, están las diapositivas para demostrar a los sufridos colegas nuestra estancia:
Aquí la torre Eiffel y yo, aquí estamos en el Taj Mahal, aquí los niños con los aguadores de Marrakech, aquí en Machupichu, el del gorro beige soy yo, etcétera.
¿Por qué no compramos postales? Porque no aparecemos.
Y no contentos con hacer el bobo solos, acarreamos con los niños. A los niños, que son felices en cualquier descampado imaginando historias y aventuras, los llevamos a Eurodisney, el país de la imaginación programada a que hagan colas de una hora en atracciones que duran cinco minutos. Creativo. Y para que no pregunten mil trescientas veces si falta mucho para llegar, durante el viaje les proporcionamos la Nintendo.
Estamos de vacaciones y lo único que se nos ocurre es, o bien matar el tiempo, o dar vueltas de un lado a otro para llenarlo de imágenes como si fuese un objeto vacío. Olvidándonos que la razón de la vida no puede ser el espectáculo sino la acción. -