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Gara > Idatzia > Iritzia > Gaurkoa 2006-08-01
Pablo Antoñana - Escritor
Julio de 2006

Empiezo el 18 de julio y en estos días, hace setenta, con nueve años escasos, fui testigo, desde la retaguardia, de la guerra cruel y sanguinaria del 36. Desde ese día hasta hoy, en el recuento de guerras me salen veintitrés entre las gruesas y las chicas, declaradas o no, veinticuatro con ésta del Líbano y las matanzas de Gaza y Cisjor- dania. Siete fueron relatadas en la sobremesa, y de la del Rif y la segunda carlista, conocí a algún sobreviviente.

La de hoy nunca acaba, la comenzada por Israel contra el pueblo palestino, seguida de la del Golfo, Irak y Afganistán. Es la «libertad contra el terror» (George Bush), con el fin de establecer la «democracia y la libertad» en esos parajes del mundo o, mejor, rapiñar las grandes bolsas de petróleo depositadas en su vientre. El ejército israelí, el más poderoso del mundo, equipado por el imperio estadounidense, bombardea inmi- sericorde las tierras de Líbano. Emplea misiles de precisión que donde mira da en la diana y, con fiel puntería, arruina puentes, hospitales, ferrocarriles, depósitos de agua, escuelas, camiones de la Cruz Roja y suministros de alimentos y medicinas. Es sabido. Puede arrasar casas donde son asesinados 34 niños y 16 mujeres que allí buscaron refugio. La ONU solamente lamenta lo ocurrido. El mundo judeo-cristiano, sordo, ciego, mudo, a lo más habla de la «desproporción», culpa a Hizbula y a Hamas, y así acallan su mala conciencia. A lo más, mandan buques, aviones, autobuses para evacuar a sus conciudadanos que a miles (van por los ochocientos mil), huyen despavoridos del furor bíblico de Israel. En la Biblia, libro sanguinario leído despacio, ya consta: «Tomarás todas sus ciudades y hogares de habitación y hombres, mujeres y niños, sin dejar con vida uno» (Deuteronomio, 2.34). No hay piedad para el enemigo: «Quemarás completamente la ciudad con su bo- tín para Yavhé tu Dios» (Deut., 13.16). Horrores permitidos y animados por Yavhé: «Cuando Yahvé, tu Dios, haya exterminado a todos los pueblos que delante de ti va a arrojar» (Deut., 12.29). No sigo por no repetir.

Según lo leído, no se extrañe de que, en Líbano y Gaza, los muertos civiles sean abatidos como piezas de caza, familias enteras enterradas bajo los escombros de su casa, gente que busca el hogar que ya no existe, niños con los brazos amputados, mujeres que lloran su desesperación mostrando el hijo muerto en sus brazos, fugitivos en masa dispersa por carreteras sin puentes, y los telediarios, en un alarde de reality show, al estilo yanqui, nos muestran impúdicos el horror de una guerra no declarada. Busco algún parecido y lo encuentro en la «conquista del Oeste». En 1845, Adrián Balbi escribe que «los cheroques y otros pueblos americanos, los sioux, los apaches, marepoizanos, tienen la calidad de estados soberanos, pero al no tener una organización igual a la de Occidente, se consideran bienes mostrencos». Es decir, sujetos a la avidez de los colonos, poco a poco, con rifles de repetición, alcohol, y falta de palabra, pero persiguiéndolos hasta la extinción. El proceso de hoy, fíjense, es el mismo: las colonias judías en los territorios ocupados se extienden impunemente, contra resoluciones de la ONU, jamás cumplidas. Se apropian de tierra que no es suya, poderosas excavadoras rompen olivares y huertos, se apoderan de las aguas y matan a quienes defienden su tierra con piedras y rabia como únicas armas. La Gran Pradera expropiada, con rifles Spencer, Winchester y Colt de seis agujeros en su tambor, gentes al grito de go away en busca de donde duerme el sol. Hoy, al Frontier de tiro rápido lo han desplazado las «bombas margarita», de fragmentación; las de fósforo blanco, prohibidas en las leyes internacionales, pero no para Israel; proyectiles disparados desde helicópteros «apache» a tiro fijo. Los palestinos, como los indios cheroques, serán expulsados de su territorio, y lo ocuparán nuevas remesas de judíos de la diáspora, hasta construir el Gran Israel, cuyo mapa figura en relieve en el shekel, moneda judía de curso legal, que comprende el país que cae entre los «grandes ríos», el Nilo y el Eufrates, como escrito está: «Vuestras fronteras se extenderán desde el desierto del Líbano, desde el río Eufrates, hasta el mar occidental, todo será vuestro. Nadie podrá resistir ante vosotros» ( Deuteronomio, 11.24). Siendo así, y dado que las profecías han de cumplirse, déjense de juntas, reuniones y acuerdos de las Naciones Unidas, por inútiles; déjense de discutir si la retirada del Líbano ha de ser «urgente» o «de inmediato» y, a falta de acuerdo con la palabra justa, Israel, con la ayuda de Yavhé, y la más eficaz de Bush, en contacto por lo derecho con Dios, según confesión, conseguirá que las profecías se cumplan.

Sobran reuniones de Roma, Ginebra o la Cochinchina. La Declaración Universal de los Derechos Humanos, fruto de siglos de maduración, arrojada al cesto de los papeles, la ONU, y sus 46 resoluciones del Consejo de Seguridad, ignoradas por Israel, que, con descaro, sí exige el cumplimiento de una sobre el Líbano. Ni siquiera Alá responde a esa mujer de la foto acongojada que, con las manos hacia el cielo, le suplica que les atienda. Quizá coincide en su desconsuelo con el Pa- pa Benedicto XVI cuando, en Auschwitz, preguntó: «¿Dónde estaba Dios aquellos días?». Y, como no responde, exhorta a los cristianos para que el día 23 recen en todas las iglesias por la paz de Tierra Santa. Digo que mucho más eficaz sería coger el teléfono, hacer un llamado a Bush todopoderoso y, si le escucha, que dudo, la paz llegaría en minutos.

Nos muestran, sin embargo, tal que videojuego de consola, el horror, lo atroz y desmesurado, quizá como advertencia y aviso de que lo mismo podría ocurrirle a Siria o Irán o a cualquier otro país que se oponga a los proyectos de la Casa Blanca. Y si no, vean cómo el 26 del mes pasado Israel se permite hacer diana en el centro de la ONU, matando a cuatro de sus observadores, y que, según el mismo organismo, fue intencionado el ataque. Sobran testigos. Esta devastación proyectada de antemano en despachos militares parece seguir lo escrito en la Biblia, y ahora quién sabe si por cumplir profecía, o por venganza atávica, rescatando viejos agravios como los pogromos ruso y polaco, la quema de las aljamias navarras en 1232, tras la predicación del franciscano Pedro de Ollogoyen, la exigencia del papa Gregorio IX, de que los judíos llevasen un círculo amarillo en su atuendo, precedente de la orden de Hitler sobre la estrella de David cosida en su ropa, los autos de fe y las hogueras de la Santa Inquisición, antecedente del holocausto, el holocausto mismo, que parece haberles concedido derecho a exterminar a los palestinos de Tierra Santa. Los palestinos, moros, objeto de su revancha. Y para más inri nos muestran una foto en la que dos niñas judías escriben con tiza escolar sobre los obuses que van a ser disparados lo siguiente: With love from Israel. En otras son soldados que escriben igual mensaje en los obuses. Y un soldado israelí reza con fervor antes de entrar en combate.

Y que nadie me tilde de «antisemita», estoy contra el espanto del horror, el mismo que sentí con los judíos del holocausto, ellos no; con los atropellados por las SS, en relato de los soldados de la División Azul; con los hebreos vianeses Medellín, Melca, Benayun, a quienes se les arrebató viñas, huertas y tierras de pan traer, arrasaron sus casas y el solar fue cubierto de sal, «no nazca en él ni una brizna de hierba»; con el sefardí Rafael Baru, casado con Rosa, y que en Estambul me dijo en castellano antiguo y con una pizca de orgullo que era «turco-español» y que «vinieron hace mucho, pues los arrojó de Castilla el rey y su mujer (sic)». Pero no estoy con la barbarie y el desafío brutal de los hijos de Sión. Que les conste a los que en los sermones y oraciones de Semana Santa de mi tiempo aparecían «los pérfidos judíos», «la execrable secta judía», y ahora, a la sombra de Bush, callan si no justifican este otro holocausto contra palestinos y libaneses. Injustamente perseguidos ayer, bárbaros y brutales perseguidores hoy. -


 
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