En “Carteles comandos sobre los muros de Israel”, desgarrador graffiti poético de Qabbani, leemos: «No haréis de nuestro pueblo un pueblo de pieles rojas. Pues nosotros nos quedamos aquí... Este es nuestro país: Aquí estamos desde el alba de la existencia».
Israel es una promesa, una imposición, un apocalipsis político, una apología. Palestina existe. No es una alegoría, a pesar de que, con el paso del tiempo, su toponimia y su cartografía han sido modificadas o borradas, como prueba futura de su «no-existencia»: basta ver cómo se configura ese territorio antes de la creación del Estado de Israel y partición de Palestina, en 1948; cuando el Estado hebreo ocupa Sinaí, Golan, Cisjordania, Gaza y Jerusalén-Este, en 1967 y en la actualidad.
¿Es la Biblia el catastro que salvaguarda los intereses del sionismo? Ni los designios divinos ni el holocausto pueden servir de justificación a las expulsiones, deportaciones, dominación y subalternización de las comunidades no judías (así las define la ideología sionista) existentes en territorio palestino. La ciudadanía israelí no se puede construir negando la existencia de un pueblo, el palestino. El sionismo es un proyecto nacionalista, racista y expansionista, en el que Israel es la patria morada de las y los judíos y el corolario o destino obligado de la identidad judía, aduciendo razones de utilidad pública: la reparación histórica de la shoah.
Sin embargo, todo empezó en 1896, con Herzl y su solución a la «cuestión judía». Con la Declaración de Balfour, en 1917, el imperio británico manifestó su simpatía hacia las aspiraciones de los «judíos sionistas», contemplando favorablemente el establecimiento, en Palestina, de un hogar nacional para el pueblo judío. En los noventa los Acuerdos de Oslo instauraron el desequilibrio y el unilateralismo en beneficio de Israel.
¡Qué fácil es la respuesta reactiva, agitando el fantasma del antisemitismo! Hemos caído en la trampa del humanismo selectivo y del relativismo moral, que se manifiesta en expresiones como «ataques desproporcionados», donde deberíamos decir «masacres planificadas». ¿Por qué la equidistancia y la simetría al referirnos al tsahal y a la resistencia palestina? Defiendo la causa palestina. Denuncio el proyecto geopolítico sionista. Igual que la barbarie nazi, el colonialismo y el fascismo. Porque la memoria no prescribe, reivindico la dignidad humana. -