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Gara > Idatzia > Iritzia > Txokotik 2006-08-01
Iñaki Lekuona
Muerte en Qana

En cierta ocasión, un persa rico y poderoso paseaba por su jardín cuando uno de sus criados, compungido por haberse topado con la muerte, se le acercó para suplicarle que le diera el caballo más veloz y así poder escapar a Teherán aquella misma tarde. Por ser su criado más apreciado, accedió. De regreso a su palacio, el persa se encontró él también con la muerte, a la que espetó: «¿Por qué has amenazado y aterrorizado a mi criado?», a lo que ella respondió: «Yo no le he amenazado, sólo he mostrado mi sorpresa al verle aquí cuando en mis planes estaba encontrarle esta noche en Teherán».

Este relato lo recogió el sicoterapeuta austriaco Viktor Frankl en el libro que refleja su drama en el campo de concentración de Auschwitz, “El hombre en busca de sentido”. El caso es que este cuento secular, “Muerte en Teherán”, no deja de reactualizarse una y otra vez, la última en Qana, donde más de medio centenar de personas, quizá palestinos desplazados, la mayoría mujeres y niños, decidió darle esquinazo a la muerte refugiándose en los sótanos de un edificio que pocas horas después fue bombardeado por aviones israelíes. El Gobierno de Tel Aviv, como la muerte del cuento, también ha mostrado su sorpresa, porque en sus planes esa gente no tenía que haber perecido precipitadamente entre escombros, sino más pausadamente entre las ruinas de un territorio que tras la colonización otomana se repartió entregando uno de sus trozos a nuevos colonizadores privados con la excusa de ofrecer un hogar a aquellos que como Frankl padecieron el holocausto. El sionismo tuvo su tierra prometida y la muerte, nuevas citas.

Escribe el propio Frankl en las últimas páginas de su libro que los prisioneros del campo de concentración, «al verse libres, pensaban que podían hacer uso de su libertad licenciosamente y sin sujetarse a ninguna norma. Lo único que había cambiado para ellos era que en vez de ser oprimidos eran opresores. Se convirtieron en instigadores, y no objetores, de la fuerza y de la injusticia. Justificaban su conducta en sus propias y terribles experiencias». Ignoro si el sicoterapeuta era o no sionista y cuál sería hoy su opinión acerca del conflicto. Y no la conoceremos, porque él ya se citó hace algunos años con la muerte en Viena, la ciudad que le vio nacer y donde Mozart comenzó a escribir su inacabado Réquiem, al que los sollozos de los funerales de Qana añadirán estos días nuevas notas. -


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