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Gara > Idatzia > Iritzia > Kolaborazioak 2006-08-01
Tomas Trifol - Profesor y licenciado en Ciencias Humanas
«El euskara, ¿para qué?»

Decía Pío Baroja en una de sus novelas que un día allá por la segunda mitad del XIX llegaron a Behobia los funcionarios del Reino y de la República y establecieron su estricta aduana franco-española. Fastidiaron en gran manera a la población que compartía ambos lados del menguado Bidasoa, sobre todo a los amantes y no- vios que se quedaron divididos sin saber por qué cercenaban sus amores, dividían a su pueblo y violentaban su nacionalidad.

Pero el asunto no pa-saría de ser sólo un serio contratiempo para amantes y familiares en general que, duchos en veredas, recovecos y chalupas, supieron vadearlo a sus anchas. Behobia o Pausu siguieron siendo fraternales y eminentemente de lengua vasca, como lo ha- bían sido durante siglos.

Cuando llegaron otros tiempos, el funciona- riado civil y militar, los librecambistas y toda clase de elementos negociantes que pululaban en las aduanas, se apoderarían literalmente del barrio.

Y como en todas las fronteras de los estados-nación, aquel lugar fue una isla aparte, una España nacional en miniatura, como Tuy o como La Jonquera. Galicia o Cataluña empezaban luego.

Del otro lado del río el asunto fue algo más suave, más lento y menos invasivo, pero igual de dañino. Para algo los galos son de cultura celta y de larga tradición de democracia formal.

Así que, a lo largo de los 80, cuando todavía funcionaban las aduanas, se podía oír ya a los niños de Pausu jugar y cantar en impecable francés. Cuentan que algunos desde el otro lado derramaron lágrimas a cuenta de aquella alegría.

Luego vino el barniz autonómico que a duras penas penetró en aquella ínsula, pero al menos cierto respeto se terció hacia la lengua vasca.

Ultimamente una distensión circunstancial hace que el euskara vuelva a ser, para cierta gente, ese odiado idioma que Ximeno Xurio tan documentadamente nos desvela en su historia del vascuence en Navarra. Los que gustan de echar gran parte de la culpa del odio hacia el vascuence por parte de ciertas gentes a la lucha armada de ETA deberían pasearse por las las páginas de Ximeno.

Parece, sin embargo, que el barniz de la autonomía ha comenzado a rayarse. Alguien ha tenido la osadía de dirigirse en vascuence para pedir un café con leche en las ventas de Behobia. El dueño del establecimiento cervecero le increpa al cliente sobre si cree que el camarero habla esa lengua, mientras alrededor responden con cariño con un «güi» de hoja de lata a «deux panachés, trois coca et un sandwich jambon de Bayonne».

«No le sirvas a ése ­le repica el dueño al camarero­ que sabe que no sabes euskara y se dirige a ti en ese idioma». El cliente increpado manifiesta que no había visto en su vida antes al camarero.

Ni qué decir que los genes funcionariales de aquel antaño funcionan todavía a la perfección en esta Behobia de la tregua, pero no está ni mucho menos en nuestro ánimo generalizar el sucedido y extenderlo a todo quisqui.

Casualmente uno de los establecimientos que empleaba también el euskara con profusión y normal ostentación en medio de esos tinglados de negocios varios alrededor del tabaco, petróleo y alcohol para galos, ha sido cerrado por la Audiencia Nacional de España con la presunción de ser parte de alguna trama financiera de ETA.

Pero no sería justo criticar sólo aquella cervecería inglesa donde acontecieron parte de los hechos narrados. Hoy se huele la desidia del poder autonómico y sobre todo de su partido estrella hacia la lengua vasca, y no porque no sigan haciendo apología totémica de la misma, sino porque se nota y se palpa en todas las manifestaciones contantes y sonantes de esta corriente vida.

Rodríguez Ibarra, el presidente extremeño, tachó de insolidarios y egoístas a estos ricos oprimidos en cuyas familias entran todos los meses más de 4.000 euros. Lástima que generalizara y nos metiera a todos en el mismo saco.

El problema vasco de todos ésos es el del podercillo, sus negocios y su control. El resto es para radicales, dicen.

Menos mal que las fiestas de Lesaka nos trajeron otra realidad.

Una legión de jóvenes euskaldunes que hablaba, reía y gozaba en euskara, a los cuales parece que ahora les quieren torcer el futuro.


 
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