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Gara > Idatzia > Mundua 2006-08-01
Oriente Medio en llamas
Silencio mortal sobre las ruinas de Qana
El silencio se abate sobre las ruinas de qana un dia despues del bombardeo israeli contra un refugio repleto de menores, mujeres y minusvalidos, y que se saldo con la muerte de sesenta civiles. la villa, que ya se viosacudida hace 10 años por otro ataque similar, esta vacia e inmovil. solo los supervivientesrompen el silencio: cuentan a sus muertos.

CH. LEVINSON | B. KHADIGE

Kassem Shalhoub hace un recuento macabro que rompe con el silencio que se abate sobre las ruinas del sótano en el que él y su familia creyeron haber hallado refugio en Qana. Todos sus familiares han muerto en el bombardeo israelí más mortífero, hasta la fecha, desde el inicio de la agresión contra Líbano.

«Mis cinco hijos han muerto. Mi mujer ha muerto. Mi madre ha muerto», contabiliza Shalhoub desde su cama en el hospital de Tiro, a donde fue trasladado horas después de la matanza. Y prosigue con su dramática letanía: «Mi sobrinos están muertos; mi tío, por parte de mi padre, muerto; sus hijos, muertos. Mi tío, por parte de mi madre, y todos sus hijos, muertos...».

En torno a la una de la madrugada del domingo, las bombas israelíes sacudieron la adormecida villa de Qana. Los testimonios cuentan hasta 80 proyectiles que impactaron durante la fatídica madrugada sobre la villa y los alrededores. Dos de los misiles alcanzaron de lleno el refugio donde se hacinaba, entre otras, la familia de Shalhoub. «De lo primero que me acuerdo es de que una explosión me hizo caer de bruces y me golpeé la cabeza contra la pared», recuerda el superviviente.

«Podía oír los gritos. Todos me llamaban. ‘¡Hay que parar la sangre!’, ‘¡Saca a mis hijos de entre los escombros!».

Kassem Shalhoub pudo sacar a tres heridos graves, pero el resto quedaron enterrados entre los escombros y la tierra. Cuando los servicios de rescate llegaron ya era demasiado tarde. Retiraron las vigas de entre los restos del edificio pero lo único que pudieron sacar fueron los cuerpos sin vida, todos ellos con un manto de polvo y sangre.

Las víctimas mortales son mayoritariamente mujeres, niños y enfermos, entre ellos minusválidos. Dos familias han sido particularmente diezmadas, los Shalhoub y los Hachem. Sus cadáveres fueron sacados de su sepulcro de hormigón y trasladados a la morgue de la ciudad de Tiro.

Cuando el primer misil alcanzó el refugio, Rabab Shalhoub, familiar de Kassem, tenía a su hijo de cuatro años en sus rodillas. «Me desperté tumbada y llena de escombros», recuerda recostada en la cama del hospital. Rabab tiende la mano en un gesto de infinita ternura hacia la cuna en la que reposa su pequeño, el único hijo que pudo salvar de la masacre. Y sigue rememorando la tragedia. «Pude sacudirme los escombros, cogí a mi hijo y se lo dejé a un vecino. Mi marido me gritaba: ‘¡Estoy aquí, muy cerca de ti!’. Intenté sacarle de entre los escombros que le cubría. Estaba totalmente inmóvil. Dos jóvenes vinieron y consigueron levantarlo y llevárselo».

Pero Rabab no pudo encontrar a su pequeña de seis años de edad. «Comencé a buscarla desesperadamente. Quería salvarla. No lo logré. No pude hallarla. Al final la dejé allí por miedo a que volvieran a bombardear el refugio». El desconsuelo le ha secado las lágrimas.

«Rabab es una de las ocho personas supervivientes del macabro ataque que pudieron salir con vida, con la cabeza ensangrentada y los miembros rotos, apretando con sus cuerpos los cadáveres de sus hijos muertos. Tuvieron que esperar horas hasta que finalmente llegó la primera ayuda.

Los supervivientes afirman que un torrente de misiles y de bombas continuó castigando a la villa toda la madrugada, hasta el alba. «Si Israel no hubiera continuado bombardeándonos, habríamos podido salvar a la mitad de los niños», sostiene esta mujer.

Pasaron el resto de la noche vendándose las heridas bajo los árboles y en casas de vecinos, mientras que los helicópteros y los aviones sobrevolaban sin cesar la villa.

Los que han sobrevivido no ocultan su cólera. Hala Shalhoub, 24 años, logró salir del infierno del refugio con una pequeña herida en la cabeza. Sus dos hijas, de uno y tres años de edad, están muertas. Ella pasó la noche esperando ayuda, recitando versículos del Corán y jurando venganza. «Los judíos son unos cobardes y pagarán por lo que han hecho», asegura con un destello de ira en sus ojos.

«Ellos (los israelíes) no pueden vencer a la resistencia. Y lo saben esos animales, por eso se vengan con los civiles inocentes», añade.

Cuerpos bajo los escombros

A primera hora de la mañana del lunes no queda nadie con vida entre los escombros. Restos de bolsas y de ropa, además de otros enseres personales, son los testigos mudos de la tragedia.

Una treintena de cadáveres han sido retirados en las horas previas. Para última hora de la tarde se espera la reanudación de los trabajos de desescombro, en los que esperan sacar los cadáveres aún por desenterrar.

Las calles están totalmente vacías. Sólo circulan por ellas militantes de Hizbula a bordo de pequeñas motocicletas. Preservados como de milagro, los retratos de los grandes diri- gentes chiítas, entre los que despuntan el líder de Hizbula Hassan Nasrallah y el guía de la revolución iraní, Jomeini, ondean en las calles. Entrada la mañana comienzan a salir pequeños grupos de mujeres con los rostros cubiertos.

De repente llega una destartalada camioneta. Trae una familia de la aldea vecina de Rmadiyé. «Nos vamos», grita el padre tras bajar la ventanilla. «Nos vamos a Beirut aunque tengamos que dormir en la calle», añade. Su mujer y su hijo asienten.

En la única tienda abierta, no hay corriente eléctrica y el puesto de hielo está vacío. Delante de la tienda, un hombre ciego se detiene acompañado de su hijo. Khodar Nasrallah se explaya. «Yo quiero morir aquí. Es nuestra tierra. Quiero morir aquí con mi mujer y mis tres hijos. Estamos con el Partido de Dios (Hizbula). Mientras Israel nos bombardee, Hizbula les bombardeará. Y si los combatientes tienen que morir, nosotros moriremos con ellos», añade.

En una farmacia, Hanifée llega para comprar medicinas. «¿A dónde quiere que vayamos? ¿A Beirut, a dormir en las escuelas, en los jardines públicos o en mitad de la calle? ¿Llevaría allí usted a sus propios hijos? No queremos morirnos en la calle. No tenemos miedo de morir. Dios está con nosotros». -


 
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