Raimundo Fitero
Talegueros
Los encargados televisivos de mantener en pie el negocio del coraz�n preguntan con morbosidad sobre las circunstancias talegueras. Lo hacen con una desfachatez imperdonable. Banalizan cuanto tocan, y la c�rcel tiene sus claves, sus lenguajes propios que no se alteran por la llegada de alguien m�s o menos famoso. Yo veo pasar delante de mi casa a uno de los cantantes de �El coro de la c�rcel� y en su ambiente nadie le pide explicaciones. Ni le piden que cante. Ni le dan bola. Pero los morbosillos televisivos preguntan sobre la situaci�n de los famosos en el talego como si se pudiera saber algo m�s que intuir o teorizar sobre el asunto. Nadie est� bien en el talego. Nadie. Ni los propios carceleros. Pero una vez dentro todo el mundo se adapta como puede, busca las rendijas en su interior o en su alrededor para intentar sobrevivir con el menor deterioro posible. Y si eres un famoso por hab�rtelo llevado crudo y has salido mucho en la tele, es obvio que mereces dentro de ese espacio de convivencia obligado un respeto por tu curr�culo profesional. Eres un ladr�n de guante blanco, tienes millones, y te piden trabajo. O tabaco. Cruzo los lenguajes de dentro y fuera y me confundo. Ahora resulta que el promotor de Sese�a es conocido como �El pocero�, y pasea en un yate descomunal al se�or Zaplana. Este se�or tan atildado est� metido en todos los charcos donde hay comisiones y dineros a espuertas. Y resulta que se le ha otorgado a un tal �El Gasofa� una concesi�n administrativa en tierra pepera y tambi�n tiene un yate en el que ha tomado el sol el tal Zaplana, que es el responsable primero de Terra M�tica. Es decir, estos dos apodos son muy talegueros. Y no ser�a de extra�ar que dentro de unos ascensos en el escalaf�n del Poder Judicial aparezcan empurados en alguna diligencia, en alguna operaci�n contra la corrupci�n imperante. Yo dir�a que los tabiques de los pisos, las oficinas, los hospitales o las c�rceles se hacen con ladrillos, y que cada ladrillo lleva huellas de identidad de una corrupci�n. Y cada corrupci�n tiene ra�ces que se extienden hasta el infinito. Aunque con paradas obligadas. -
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