Es cierto que en lo que difunden o transmiten los medios de comunicación, los ejemplos de manipulación son abundantes. También sabemos que se puede hacer decir a las imágenes lo que se quiera, pero la cuestión es aún más compleja y la globalización no facilita las cosas. El efecto perverso de los medios de comunicación independientemente de la calidad y las intenciones y objetivos de quienes los dirigen es la imperceptible eliminación de la frontera entre realidad y ficción, y es así como consiguen crear un mundo artificial con individuos reales. Lo cierto es que nos enseñan a reconocer, o creer que conocemos, y no a conocer o aprender.
Sirviéndome de este preámbulo, pretendo dirigir la atención del lector hacia un análisis crítico de la situación política que hoy vivimos en Euskal Herria.
Para ello les invito a intentar entender la singladura del Gobierno de Rodríguez Zapatero, ante la evidencia de que el barco que él gobierna, no lleva el rumbo adecuado para arribar en el puerto previsto. Es decir, «nos dicen» y como consecuencia parece que sabemos, pero lo que sabemos no es cierto, es lo que quieren que sepamos como si lo fuera, y eso es otra cosa bien distinta.
También es cierto que no pueden negarse las dificultades objetivas que encuentra el Gobierno de R. Zapatero para cumplir los com- promisos adquiridos a lo largo de los últimos meses, pero tampoco se nos ocultan las consecuencias objetivas de la aplicación de sus políticas de derechas y lo que ellas comportan: la adopción de sus métodos.
Porque una cosa es la impotencia, y otras, el cinismo, la deshonestidad y la traición.
Quien quiera entender la singularidad del socialismo actual español, deberá empezar por seguir a R. Zapatero desde la reciente campaña electoral en Catalunya, con aquello de: «yo respetaré la voluntad mayoritaria del Parlament» hasta la hipócrita puesta en escena de su «negocio» con un pobre y barato Artur Mas.
Nada podría describir mejor a un político vacío y populista, pero también ávido de poder y dispuesto a muchas cosas, que la absoluta contraposición entre esos dos hechos reales.
El R. Zapatero que decidió visitar Catalunya en campaña electoral y apoyar a su partido comprometiéndose públicamente, es exactamente el mismo que meses más tarde, ninguneó a su compañero Maragall, olvidó su compromiso y se mofó de Catalunya y los catalanes.
Podría pensarse que el espacio que va de una actitud a otra es el de una rápida maduración, producto de una serena reflexión camino de la realidad, nada de eso, R. Zapatero lo ha hecho así deliberadamente.
La experiencia me dice que lo que procede es recelar de los políticos profesionales, tanto más, cuanto más aprecio sienten por el poder. De hecho, opino que en el Gobierno de R. Zapatero, lo más notable es el contraste entre lo que dicen y lo que hacen.
Quizá me equivoque, es más, sería bueno que así fuera, pero hoy por hoy, y si el Gobierno de R. Zapatero no varía sustancialmente la dirección del camino emprendido, terminará haciéndose acreedor a un final similar al del autor de aquel epitafio: «quien sirve a una revolución, ara en el mar», que Simón Bolivar, fracasado y agotado, camino de la muerte, ideó con la intención de vengarse de su época y pasar a la posteridad como un arrepentido.
Es conveniente e incluso necesario tener presente de manera permanente lo acaecido en Catalunya, incluidos la fuerte abstención y la escasa respuesta popular ante el fraude impuesto desde Madrid con la colaboración de los filibusteros de CiU.
Porque en el fondo, la sociedad vasca, tras treinta largos años de luchas e incertidumbres, interpreta como buenas las intenciones de los políticos, porque quiere creer que hoy la única arma que merece ser empuñada es la palabra.
No seré yo quien vacíe de contenido esa creencia, pero permítanme recordar unas hermosas palabras del poeta cubano José Martí, aquello tan bonito de: «Hacer es la mejor forma de decir».
En esto que quizá de forma voluntarista venimos denominando «proceso» que de serlo implica evolución y que yo no detecto en los últimos cuatro meses, debiera concluir en un cambio del marco jurídico y político de Euskal Herria, con la suficiente identidad para superar el conflicto armado y político.
Todo ello claro está, consecuencia directa del ejercicio de la nación vasca a su derecho a decidir.
Cierto que la conclusión negociada que se presente a plebiscito deberá ser respetuosa con la voluntad democrática y la pluralidad de la sociedad vasca. Seguro, pero es aquí donde está la médula. El Gobierno de R. Zapatero además de incluir en su seno a ministros que afirman públicamente que nunca han tenido voluntad de cumplir el contenido pactado del Estatuto de Gernika, lo que muestra la laxitud con que miden su lealtad constitucional lleva muchos meses adoptando y aplicando resoluciones de índole política, pero sobre todo económica, de la máxima importancia, que más tarde y, ante la configuración negociada del nuevo estatuto, emergerán en su verdadero peso específico dentro de la negociación.
Esto quiere decir sencillamente, que el Gobierno de R. Zapatero está jugando con cartas marcadas.
Nos lo están diciendo de forma permanente, es la trampa del doble discurso, de la ambigüedad en el mensaje. El PSOE vascongado se compromete con su apoyo de Madrid a un acuerdo entre vascos, mientras su secretario general afirma estar obligado a mostrar su lealtad con la Constitución española.
Es la misma práxis que en el PNV mantienen Josu Imaz y Joseba Egibar; dos mensajes y una sola política.
Sólo cabe la esperanza de que en Euskal Herria, la sociedad en su conjunto, con la enorme presión que ejercerá su masiva presencia en las calles, blindará de la única forma posible y real, lo que se decida libre y democráticamente.
Si no somos capaces de lograrlo, aunque sea con esfuerzo prolongado en el tiempo, seguiremos como hace cuatro meses, inmersos en la lucha y la incertidumbre. Y nos mantendremos como hasta hoy, en una Euskal Herria, el país donde vivimos los vascos, en régimen de alquiler. -