TOKIO
El primer ministro nipón, Junichiro Koizumi, lanzó ayer su último desafío antes de dejar el poder con su visita a Yasukuni, santuario militar recordatorio de los desmanes cometidos por Japón en la II Guerra Mundial.
Koizumi desoyó todas las voces que desde dentro y fuera de Japón le prevenían contra esta visita, que despertó de nuevo el fantasma del imperialismo nipón y los abusos que cometió en la primera mitad del siglo XX en gran parte del este de Asia.
En el templo sintoísta de Yasukuni se rinde homenaje a las almas de 2,5 millones de japoneses muertos por la patria en conflictos armados ocurridos entre 1853 y 1945, entre ellos catorce «criminales de guerra» responsables de numerosas matanzas en la II Guerra Mundial.
Koizumi, además, eligió una fecha peliaguda para su visita: el 61º aniversario de la rendición de Japón en la II Guerra Mundial, que marcó el fin de la contienda en el Pacífico y la liberación de los países que habían permanecido bajo el yugo nipón, como Corea y China.
Tanto Pekín como Seúl consideran que Yasukuni es el símbolo del militarismo que llevó a Japón a invadir buena parte de Asia en los años anteriores a la conflagración mundial y creen que las visitas de Koizumi suponen un intento de negar las arbitrariedades y abusos cometidos entre 1910 y 1945 por las fuerzas armadas niponas.
«No fui a rezar por los criminales»
Koizumi, sin embargo, se defendió ayer diciendo que «no fui a rezar por los criminales de guerra de clase A. Visité Yasukuni para ofrecer mis condolencias por los muchos que murieron en la guerra y con la resolución de que no haya un nuevo conflicto», afirmó.
Esta visita, la sexta que hace Koizumi a Yasukuni desde que es primer ministro, es la primera que realiza en esta señalada fecha y puede ser la última que efectúa como primer ministro, pues está previsto que abandone este puesto y el de presidente del gobernante Partido Liberal Demócrata (PLD) el próximo setiembre.