MANCHESTER
Inglaterra no es un país al que la adaptación sea sencilla. El estilo de vida es distinto, la comida carece de calidad. Sin embargo, Manchester representa un oasis por su pluralidad. Una isla dentro de la isla. Sólo hay que pasear por sus calles para darse cuenta de ello.
Arabes, hindúes, chinos y gran cantidad de jóvenes son los culpables de este giro de la costumbre hacia la vanguardia. Los mayores se han ido retirando hacia las afueras. De todas formas, aún se observa tradición en la mayoría de las construcciones que se extienden a lo largo de la ciudad. Y, aunque las nuevas edificaciones se erigen como grandes construcciones acristaladas, jamás ensombrecen el ladrillo rojo que tanto enorgullece a la población obrera de Manchester, a pesar de que las fábricas importantes ya son parte de la historia.
En cuanto al transporte, tranvías y autobuses establecen el contacto entre los diferentes puntos de la ciudad. Gratuito y eficaz convierte en inútil la función de los automóviles, de lo cual deberían tomar buena nota los políticos vascos. Y es que, en Manchester, el respeto al medio ambiente es una máxima inquebrantable.
Las jóvenes promesas del Athletic disfrutaron de la experiencia, pero no tanto como sus seguidores, que convirtieron cada partido en una fiesta. Pancartas, banderas y carracas señalaban donde se encontraba la mejor afición del campeonato.
Una treintena de seguidores que no pudo ser igualada tan siquiera por la hinchada local. En el campo, los jugadores, contagiados por ese ánimo incesante, tras un empate frente al representante brasileño, empezaron a sumar victorias y sólo un arbitraje lamentable les impidió conseguir el triunfo frente al marrullero Manchester United, que envió a dos de los chicos al hospital.
En la siguiente ronda, en cuartos de final, el Athletic se enfrentó al Inter de Milán. Las bajas y el cansancio pasaron factura a los rojiblancos que a pesar de plantar cara durante gran parte del choque, no fueron capaces de remontar el gol de un rival que, como no podía ser menos, supo conservar el resultado muy a la italiana.
A pesar de todo, en la grada la fiesta no cesó. A los amigos brasileños, hindúes, mexicanos se unieron muchos que, simplemente rondaban el campo de juego, atraídos por el colorido de la afición euskaldun. Fue tal el impacto causado que un padre de un jugador del equipo local se acercó a disculparse por la hostilidad con la que los jugadores del Athletic fueron tratados en el duelo disputado contra el equipo inglés.
El buen sabor de boca que se dejó en Manchester llegó hasta el punto de que un rasta jamaicano que se dedicó a animar durante el torneo con un inseparable tambor, cuyo hijo fue reconocido como uno de los mejores jugadores del torneo, quiso fotografiarse con los seguidores y sus banderas.
El colofón final llegó en Old Trafford. El mítico estadio inglés albergó la ceremonia de clausura. Los equipos participantes desfilaron con su respectivo cartel. Cuando llegó el turno del Athletic, la ovación que se escuchó causó la admiración de los presentes.
Una foto de los jugadores y los seguidores tras la ikurriña atestigua lo que simbolizó el viaje a Manchester. En el mejor lugar posible, en un torneo mundial, todos se pudieron dar cuenta de lo que significan el Athletic y Euskal Herria.