A Begoña hemos de ir...
Alas once de la noche del lunes, la carretera que corre paralela al río Kadagua y une la comarca de Enkarterriak con la capital bilbaina era ya un rosario de chalecos reflectantes y linternas en dirección a la basílica de Begoña. Las mismas intermitentes hileras de mayores, y no tanto, se repitieron toda la noche desde otros muchos puntos del territorio vizcaino; incluso llegan peregrinos provenientes desde la localidad burgalesa de Villasana de Mena. La primera misa del auténtico tour de eucarestías programado para el martes fue a las cuatro de la madrugada, y el recinto estuvo repleto. Una imagen que se repitió a cada hora, con cada celebración religiosa, donde el público debió escuchar incluso desde fuera de las puertas de acceso a la basílica.
A las once, pero ya de la mañana de ayer, Begoña era un ir y venir de devotos y romeros. En la Plaza Circular las colas para tomar el autobús de acceso al alto crecían cada minuto. Arriba, la fiesta ya estaba en pleno apogeo. El tramo entre el recinto religioso y los 213 escalones de Mallona parecían el Arenal en plena Aste Nagusia. Los gigantes, dispuestos en hilera, recibían a los visitantes. En la parte trasera de la basílica, la plaza se habilitaba para acoger los primeros sones de la Banda de Música. Así las cosas, el vistazo a los puestos se antojaba inevitable.
De lo primero que uno se percataba es de que elegir rosquillas no iba a ser nada sencillo, sobre todo porque la oferta de puestos era inacabable. ¿Los precios? Todos iguales dentro de la variedad. Entre 2 y 5 euros. Y como si de ofertar café o yogur se tratara, había para todos los gustos: especiales, artesanas, de la casa, con dos baños, caseras con laurel, incluso con poco azúcar. Pero la oferta gastronómica, amén de los talos de rigor, no acababa ahí. No podían faltar las almendras garrapiñadas, magdalenas o ni siquiera los caramelos de la Virgen previamente bendecidos. Pero quienes no tenían competencia eran los churreros. Tanta era la demanda de la docena de churros a 5 euros, que tras el mostrador uno de los vendedores no podía sino gritar: «¡Que tengo churro para todas, señoras!».
Pero entre tanto devoto, no podían faltar los tenderetes de escapularios, a 1,50 euros, rosarios, a 2,50, o medallas de la amatxu, a 1 euro. Eso en los no oficiales. En los de la Hermandad de Begoña, lo más barato eran los pins, 2 euros. «No tenemos para el pan, como para gastarnos en esto», arreaba una señora a su marido a quien tanto ritual le estaba tentando a vaciarse el bolsillo.
Entre pincho de chorizo y vaso de sidra o txakoli en la txosna del Comercio Justo, llega la eucarestía de mediodía, a la que acude toda la Corporación municipal, con el alcalde, Iñaki Azkuna, a la cabeza. Mientras en el interior de la basílica, el obispo Ricardo Blázquez dirige la liturgia, fuera los aplausos se los lleva la Banda de Música, que acabó su concierto con el himno de la festejada virgen. Es la una de la tarde. La comitiva municipal, bendecidos ya todos y todas, parte hacia la plaza donde tiene lugar el tradicional aurresku de honor, no sin antes escuchar el ‘‘Gernikako Arbola’’ frente a dos parejas de altivos gigantes.
No danzó el primer edil, como ya ocurriera el año pasado. Lo hicieron los dantzaris. Poco antes, Azkuna había dicho a los periodistas, nada más acabar la misa mayor, que pidió a la virgen de Begoña, entre otras cosas, para que llueva en Galicia. Pues o la amatxu anda mal de geografía o Azkuna no rogó con demasiada fuerza, porque donde el agua espantó a los cientos de congregados fue en pleno baile. En un instante florecieron los paraguas y la frondosidad de los árboles echaron un capote. Sólo el edil de PP Alfonso Basagoiti aguantó estoico el chaparrón, sentado, mientras sus compañeros de Corporación buscaban refugio guiados por Ricardo Blázquez.
El protocolo no dio para más. Azkuna se hizo la foto de rigor con los dantzaris y a partir de ahí, con la lluvia ya más calmada y las pobres begonias pisoteadas, el gentío se adueñó de la fiesta. Fiesta de la Asunción, que no de Begoña. Porque como ayer saludó en una emisora de radio pública un veterano locutor de las tardes festivas, «felicidades a todas las vírgenes». Pues felicidades, incluida la amatxu de Begoña. -
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