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Gara > Idatzia > Jendartea 2006-08-16
Al túnel, con escopeta
la vida sigue igual (LV)

De regreso a Uriondo, los cuatro amigos se fueron a sus respectivas casas. Se trataba de no llamar la atención y el párroco o Huesitos vestidos de montañeros durante el txikiteo hubieran sido objeto de comentario por todos y cada uno de los que los vieran.

Al llegar a casa, Gotzon encontró a Mila en la ducha. A una hora inhabitual.

-Me he quedado dormida en el sofá y he pensado darme una ducha para espabilarme antes de salir a tomar unos potesŠ

La explicación era convincente, pero, ¿qué pintaba la cartera de Sergio en el sofá? Mila también tenía una explicación para eso:

-Cuando hemos salido del Gureak, Kokoloko me la ha entregado. Parece que se le ha caído al pibe y no se ha dado cuenta. Se la devolveré luego.

En el txikiteo de la tarde, no hablaron del túnel. Ni siquiera las mujeres de Xuxú y Gotzon sabían nada del asunto y los cuatro eran conscientes de la importancia de guardar el secreto. Estaban rozando el borde de la ilegalidad.

Arantzazu, la mujer de Juanjosito, celebraba su primer día de vacaciones en la conservera. Sólo tenía una semana, así que animó al resto de la cuadrilla a celebrarlo:

-Hoy cenamos en la sociedad. Ya he preparado una cazuela de bonito con tomate.

La idea fue aceptada por todos, aunque Simón impuso una condición:

-De acuerdo, pero no nos liemos mucho. Mañana algunos tenemos cosas que hacerŠ

-Bueno, pues el que tenga tienda que la atienda. Yo, mañana no tengo nada que hacer. Y así durante toda una semana.

Después de cenar y un par de pacharanes, Gotzon y Xuxú se retiraron en compañía de sus mujeres. También Huesitos y Simón decidieron recogerse en previsión de una jornada intensa. Y a Juanjosito le quedaban muy pocas horas de sueño antes de incorporarse al kiosco. Sergio hizo ademán de marcharse con su tío, pero Arantzazu le frenó:

-Tú tampoco tienes nada que hacer mañana, pibe. Juanjosito se va, pero yo me quedaría un rato más. ¿Vamos a tomar un gin tonic a la terraza del Itsasalde?

El argentino no se resistió.

-La noche está espléndida. Tío, yo iré un poco más tarde. Mañana no madrugo.

-Ni mañana, ni hoy, ni ayer. En Argentina el verbo madrugar no existe.

Cuando todos se hubieron marchado, Arantzazu y Sergio se dirigieron al Itsasalde. No llegaron. A medio camino, al llegar a la altura de la furgoneta que Juanjosito usaba para guardar los periódicos, Arantzazu se detuvo:

-Tengo las llaves de la furgoneta. ¿Qué te parece si vamos hasta Santa Ana? El paisaje tiene que ser precioso a estas horas y con esta lunaŠ

Sergio ya conocía el paisaje de Santa Ana de noche. Volvió a temblar, pero no pudo resistirse.

Al llegar a casa, pasadas las cinco de la mañana, Arantzazu se encontró a su marido vestido, preparado para abrir el kiosco:

-¿Se puede saber de dónde coño vienes? A estas horas no hay nada abierto en el puebloŠ

-Hemos estado en el Itsasalde y, cuando han cerrado, hemos tomado una espuela en la sociedad. Tiene una conversación tan agradable el argentinitoŠ

-Todos los argentinos tienen conversación agradable. Le llaman ‘plática’, pero de trabajar no dicen ni pío.

-El chaval es joven, déjale que disfrute un poco de la vida.

Ladillo kronika

la escopeta

También Sergio se encontró la luz de casa encendida. Simón se había despertado poco antes y se preparaba para la segunda incursión en el túnel de Santa Ana:

-¡Vaya horas! Son las cinco y cuarto de la mañana. La gente se levanta a esta hora para ir a trabajar y tú, de parranda. ¿Dónde has estado?

-Con Arantzazu, tío. Quería celebrar su primer día de vacaciones y hemos estado en la sociedad, platicando. Me ha explicado cómo es el trabajo en la conservera. Tal vez empiece a trabajar allá.

-Bueno, si así te animas a trabajarŠ

Media hora más tarde, Gotzon, Huesitos y Xuxú se reunían frente a la casa parroquial. Cuando Simón bajó los encontró discutiendo.

-Pero, ¿a dónde coño vas tú con una escopeta? ¿Crees que eres Rambo o qué?

-Déjate de ostias. Yo lo que sé es que hay un tipo con un cuchillo jamonero que le rebana el pescuezo a la gente y si me encuentro con él en el túnel,Š al saco.

El gesto, con el pulgar hacía abajo, era más que expresivo. Huesitos insistió:

-Joder, Xuxú. A ver si nos vamos a meter en un líoŠ

-En el lío ya estamos, Luis Mari. De lo que se trata ahora es de que no nos sajen el garganchón. Yo, por si acaso, llevo la escopeta. Déjate de ostias. A ver si al final me lo vas a agradecer.

Cuando montaron en el coche ya amanecía sobre Uriondo. También el cura puso objeciones a la escopeta:

-Eso sólo nos puede traer complicaciones, Xuxú.

-Mira, complicaciones nos ha traído esa ermita que tú regentas. Mi escopeta no ha hecho daño más que a cuatro palomas. ¡A ver sí nos va a librar de algún pajarracoŠ!

Al llegar frente a la ermita, los cuatro amigos esperaron a que Simón hiciera la señal de la cruz antes de bajar del coche.

-Bueno, chaveas, a ver qué encontramos hoy.

La edificación, pequeña y sobria, parecía un castillo al amanecer.

A esa hora, Sergio dormía la placidez del amante en la casa parroquial de Uriondo. Oyó un sonido característico y cogió el teléfono móvil que descansaba en la mesilla de noche:

-“Estoy sola. Igual que tú. ¿Vienes?”

El número era el de Mila. Sergio volvió a temblar. Y se levantó como movido por un resorte.


 
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