El peligro de encadenar trabajo y vacaciones
Uno que lleva seis años investigando y escribiendo sobre la «lista de fusilados y desaparecidos» de la guerra civil en Oiartzun (“Oroipen Zerrenda”), su pueblo natal, lee con asombo y con rabia contenida lo que publicaba recientemente la prensa diaria (21.05.06). En realidad mi primera redacción fue de «Déjennos enterrar en paz a nuestros muertos», hasta que me dí cuenta de que nuestros muertos no existen como muertos, que engrosaron la lista de los «desaparecidos». Así, nuestro tío el cura Dn Martín, que salió de la cárcel de Ondarreta, según el director, «en libertad» (sic) y, sin duda, para ser ejecutado en la cantera de Hernani y el tío Julián que se presentó a requerimiento de la Guardia Civil en el Ayuntamiento de Oiartzun del que salió en coche hubo testigos presenciales, como su sobrino Juan Mari Lekuona, fallecido recientemente hacia Renteria sin que se tuvieran más noticias en su familia de su paradero posterior y definitivo. No pasaron de ser «desaparecidos», como han existido en otros países como en Argentina, Chile, etc... pero que en este caso, setenta años después, no han merecido ningun reconocimiento personal y no entran en la categoría de «víctimas del terrorismo» y, en consecuencia, se les ha regateado toda ayuda material adecuada y todo reconocimiento personal. Antes, durante la guerra, los quisieron muertos y lo consiguieron con las armas, con la guerra civil. Pero no están contentos y ahora los quieren «muertos y, además, olvidados»: sin memoriales ni recordatorios: fuera de nuestra memoria y, si posible, fuera de la historia y, por supuesto, de su historia, la contada por ellos.
Hemos tenido un ejemplo palpable en la inauguración del monumento que el colectivo Oroituz, los familiares de los «afectados» y el Ayuntamiento de An- doain han dedicado a los 22 fusilados de la localidad para renovar su memoria y manifestarles el reconocimiento y los sentimientos de piedad y casi de agradecimiento hacia los que personificaron la posición contra el llamado «alzamiento nacional» que, en realidad, no era más que un «pronunciamiento militar», puro y duro; la guerra civil contra la república democrática y legítimamente instituida y contra el Gobierno igualmente democrático.
En buena lógica democrática y en consonancia con mi modo de pensar y de actuar normal, tendría que haber asistido al citado acto o, por lo menos, podría haber asistido al mismo. Pero no fue así; fundamentalmente, porque no me enteré y, sobre todo, porque en esa época estaba comprometido con la imprenta para terminar el texto del artículo “Oroipena zor, III” del Anuario “Oiartzun 06”, dedicado precisamente por tercer año consecutivo a la lista de «Fusilatu eta Desagertuen zerrenda». Es decir, mi aportación al conocimiento de las veinte víc- timas que componen esta lista en Oiartzun y que vamos rescatando cada año del olvido al que los sometió la barbarie de un régimen sin justicia para los prisioneros vivos que fueron ejecutados sin tribunales ni juicios consiguientes ni una piedad mínima para sus vecinos vilmente ejecutados y enemistosamente olvidados en fosas comunes, no permitiendo ni tan siquiera los funerales públicos que no se niegan a ningún ciudadano del pueblo y, por supuesto, ni la sepultura personalizada. Son muertos que no existen como muertos. Es más. No quieren que existan, como escribe mi colega oiartzuarra y amigo Xabier Irigoyen que perdió a su padre a los tres años al hablar de su padre oficialmente «salido en libertad» (sic), es decir en lenguaje corriente «desaparecidos sin dejar rastro alguno». «Horrela ez zen lekukorik gelditzen. Ez pertsonarik, ez dokumentorik, familietako oinaze gordina baizik» (Ikus “Oiartzun 05” urtekaria, “Oroipen zor-II”, artikulua). «De esta forma no quedaba ningún testigo, ni personas, ni documentos, sino el dolor crudo de las familias». Y ahí nos encontramos nosotros.
Esta vez nos tendrán enfrente a los que hemos heredado la honra de nuestros padres y hemos acla- mado «Oroipena zor»; sí, señor; les debemos el recuerdo y la memoria a nuestros muertos y espero que no querrá impedirlo el portavoz de PP sr. Juan Carlos Cano que, por cierto, no contento con no honrar (?) con su no presencia al acto, se permite dar lecciones y hacer consideraciones que piden, por supuesto, nuestra contra- consideración.
Desde esta perspectiva nuestra de «Víctimas de la Guerra Civil» del 36, la postura y las declaraciones del citado político desentonan, dicho de una forma suave, frontalmente con nuestra reivindicación. Calificó el homenaje de «desafortunado» por querer «evocar viejos sentimientos y sufrimientos que únicamente pueden conseguir avivar rencores que deberían estar ya desterrados, trascurridos setenta años». Si fuera un asunto personal entre el sr. Cano y un servidor, le diría que se acuerde de sus muertos y me diga sinceramente si su evocación puede ser «viejo sentimiento y sufrimiento que únicamente puedeŠ avivar rencores (¿viejos?) que deberían estar ya desterrados»... Y, todo, cuando se trata de muertes criminales, sin juicios ni defensa alguna, por «rebelión, por terrorismo militar» y, sin derecho a saber cómo ni donde fueron enterrados y, hoy, ¡sí señor!, a los setenta años no sé personalmente dónde están mis dos tíos «desaparecidos». Me gustaría saber su apreciación y sus sentimientos personales.
Pero el problema trasciende nuestros sentimientos personales. En su nota de prensa se adivinan otros planteamientos ajenos. Hablar de actos «desafortunados» cuando se trata de hechos de hace setenta años y se reducen a un reconocimiento de ser las víctimas y los testigos de una época sombría que la sociedad española no ha sabido ni ha querido afrontar ni resolver con cierta equidad y dignidad y lamenta el homenaje y un monumento a unas víctimas fusiladas. ¿Por qué esta oposición? ¿Porque se tiene miedo a que se pida, como en Suráfrica, Argentina y otros países la creación de lo que hace siete años llamé «Adiskidantza eta Egiaren aldeko Batzordea», es decir la «Comisión en pro de la Reconciliación y de la Verdad», que estudiaría cada caso tanto para resarcir los perjuicios ocasionados como para evaluar las responsabilidades contraídas? (Véase mi artículo: «Las víctimas y la memoria del pueblo», GARA 1999/8/29). Aquella iniciativa mía no tuvo respuesta y murió en los despachos del Parlamento de Gasteiz sin obtener ni tan siquiera un acuse de recibo. Incomprensible para un servidor. Pero la necesidad sigue en pie y la urgencia es cada vez mayor y más necesaria en pro de una transición verdadera que no ha habido en España y dejémenos de «cocoricos» fáciles y vacíos. En España no hubo una reconciliación y pediría a las llamadas «víctimas del terrorismo» (como si la rebelión militar y la guerra civil no hubieran sido por su barbaridad y salvajada, los miles de muertos habidos y la represión seguida, el mayor terrorismo del siglo XX en España) un esfuerzo para reconocer que hay otras víctimas y que no se arroguen la exclusividad del victimismo en el Estado y abran precisamente una vía al respeto mutuo y a la reconcialización estatal. Hay que reconocer las «Víctimas de la Guerra y de la represión posterior» e inventariar los casos existentes y los individuos de cada grupo. Ya sabemos que la nueva Ley de Memoria Histórica está en el telar pero no sabemos lo que va a dar de sí ni cuándo va a ser realidad.
Por nuestra parte, seguiremos con el trabajo comenzado. Es decir, estudiar el fenómeno de las víctimas de la guerra civil en cada municipio. Nosotros comenzamos hace tres años en contacto con los familiares, el inventario precisamente de esas víctimas que lo hemos concretado en una lista de veinte víctimas que hemos denominado “Oroipen zerrenda”. Posteriormente, hemos ido elaborando, también en contacto con la familia, lo que se sabe de cada víctima, fotos, cartas y algunos comentarios. Y toda esta actividad debe terminar, de acuerdo con el Ayuntamiento del pueblo, concretada en un monumento con la lista exhaustiva de todos los «fusilados y desaparecidos» cuya memoria estamos rei- vindicando. No podemos ni debemos olvidarlos de ninguna manera, porque no se puede admitir una transición y menos una reconciliación que esté basada en la derrota y en la aniquilación de una parte de un colectivo importante de una comunidad cultural en su sentido profundo, diríamos antropológico.
Y lo que pretendemos realizar en Oiartzun, puede realizarse en cualquier municipio. Estamos al tanto del monumento que se prepara en Hernani, principal lugar de ejecuciones de la cárcel de Ondarreta fuimos convocados como afectados con el fusilamiento del tío cura Martín Lecuona mientras se prepara un monumento del país entero. ¿Por qué no? Hace seis años lancé como un sueño la idea de crear el «bosque de Gernika» y denominé «intzirien basoa» para todo tipo de víctimas que se han dado entre nosotros. Que el sueño se convierta en relidad. Y, por supuesto, no estaré esperando el permiso del sr. Cano y, menos, del PP. En cambio, espero el ánimo, la simpatía y el apoyo de quienes han tenido que sufrir mucho y durante mucho tiempo las botas del franquismo imperante. -
(*) Andoni Lekuona es sobrino de dos Lekuona «desaparecidos» en manos franquistas
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