«La revolta permanent»
Iratxe Fresneda
Cada vez que una película me emociona, dudo. Dudo de que lo que estoy viendo sea maniqueo, que utilice los atajos del sentimentalismo. Busco y rebusco para descubrir dónde reside el truco, las intenciones y los atajos del autor. Pero a veces esta lucha no prospera y acabo siendo arrastrada. En el velódromo de Anoeta me volvió a suceder y dije: «¡Qué carajo! ¡Para una vez que algo me llega al corazoncito!» Entre tanto falso documental, películas pretenciosas con guiones que presumen ser redondos e idioteces varias, es sano que algo te ponga la piel de gallina. “La revolta permanent”, de Lluís Danés, se presentaba ante un público entregado e interesado por lo que sucede y ha sucedido en nuestro país. Por esa realidad que trata de ocultarse en nombre de una transición y una Constitución idolatradas. “La revolta permanent” recurre a la emoción que suscitan las canciones de Llach y su compromiso auténtico, a los recuerdos que han marcado las vidas de las familias y las víctimas de los sucesos del 3 de marzo de 1976 en Gasteiz. Lo hace de un modo elegante, dejándole paso a la voz, a los rostros de los protagonistas, a la v de la victoria ante las balas de la policía. Cada secuencia es suave, respetuosa con la historia, y sus recursos cinematográficos son sobrios pero elegantes, como la sábana que cuelga en el tendedero de un tejado mecida por el viento sirviendo de improvisada pantalla para la enérgica y cálida voz de Llach cantándole al pueblo. Y puede que sea verdad, puede que mi país sea tan pequeño que cuando el sol se va a dormir nunca está seguro de lo que ha visto. -
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