Andoni Eizagirre - Licenciado en Ciencias Políticas y de la Administración (UPV/EHU)
Razones para el cambio
Resulta inquietante la desmesura con la que algunos pretenden centralizar y delimitar nuevamente la trayectoria que pueda avanzar un acuerdo negociado y dialogado entre las dos partes en conflicto. No hay opción intermedia: hay un proyecto que se inspira en el marco vigente, promociona sus valores y por tanto reproduce un modelo específico, y hay un movimiento social que lo cuestiona.
Los diferentes gobiernos han sabido valerse de la clase trabajadora y sus redes para satisfacer los deseos de toda persona inteligente; los niveles de bienestar y el triunfo neoliberal «no hay alternativa» posibilitan una evidente apatía respecto a un posible cambio. De la misma manera, el proceso de individualización, la exclusión de amplias capas sociales y el futuro repleto de incertidumbres proporcionan razones consistentes para una retirada obediente. Pero, además, las referencias del mundo cultural y público también reproducen inercias a nivel simbólico y social. El posicionamiento o la indiferencia de culturalistas varios y variados, todos ellos promocionados y asentados por el reconocimiento tácito que les ha obsequiado la misma elite, bien agradecidas éstas, por los bosques arcaicos, ficción como entretenimiento y rechazo de toda subjetividad por parte de aquellos artistas integrados en el sistema cultural vasco-tecno-capitalista, dificulta más si cabe todo proyecto de cambio.
En principio, es difícil objetar esas posiciones: el provecho económico que les supone un marco propicio para sus intereses y la distancia moral respecto a quien sufre la violencia y la represión la cárcel distancia más si cabe son argumentos comprensibles. Asimismo, las firmas y su pr- esencia en llamamientos puntuales evidencian más si cabe la irresponsabilidad, que no indiferencia, enraizada respecto a un sector con(-tra) el que (con-)vive.
Habría que partir de esos argumentos para situar a cada grupo en su posición y, a su vez, comprender de manera más cabal sus posiciones venideras. No obstante, creo entrever entre aquellas posiciones una de las claves para entender el debilitamiento del conjunto de las fuerzas soberanistas. Hay razones diversas y diferentes para comprender las dificultades para efectuar cambios electorales, gubernamentales e institucionales. Sin embargo, también hay razones para involucrarnos en esa tarea. Dos ejemplos pueden servirnos como punto de partida.
Es sugerente uno de los momentos clave de la reciente historia de la política vasca y que, a mi parecer, también marca un punto de inflexión en un momento como el actual; la gente queda perpleja cuando escucha hablar, de modo indiferente y además sin contenido práctico, de autodeterminación, capacidad decisoria, soberanía, etc. En este sentido, el gernikazo de los sindicatos y agentes soberanistas supone una imprescindible referencia. Cierto que los últimos años han supuesto nuevas relaciones y cambios de perspectiva, pero aquella imagen guarda un significado de calado que seguramente no se haya revivido. Hay que interpretar las razones y reflexionar los objetivos que subyacen a esa declaración. Todo cambio de marco pasa necesariamente por incluir en su propuesta a la clase excluida, pero más aún hay que seducir políticamente a amplios sectores de la política vasca; los principios que configuran el discurso público vasco están expuestos a condiciones unívocas y dicotómicas: nacionalismo/ constitucionalismo, violencia/democracia, inmovilista/progresista, etc. que no sólo sirven para el interés de unos pocos sino que además tergiversa la verdadera razón de todo conflicto. Las fuerzas que promueven el conflicto y las fuerzas que reprimen todo intento de cambio evidencian razones muy diferentes; aunque los publicistas reinciden constantemente en la pluralidad de sentimientos e identidades, nadie mejor que la propia elite para reconocer el verdadero conflicto: la democracia y el poder decisorio de la gente común. Por el contrario, declaraciones conjuntas y dotadas de fuerte contenido político, económico y social animan e ilusionan a la gente a pensar de manera diferente y constructiva. Una foto puede valer más que mil palabras.
Un segundo ejemplo sirve para incorporar a ese cambio las preocupaciones reales de la gente. A estas alturas nadie cree que la clase dirigente actúe para el bien de sus conciudadanos y por el desarrollo de una sociedad verdadera. Las percepciones sociales que desvelan los cuestionarios so- bre política y sociedad resultan desconcertantes. Sea como fuere, una mirada a los cambios que se vienen dando en otras partes de Europa anticipa una alentadora coyuntura: aquellos principios que en su día impulsaron las fuerzas de izquierda soberanía popular y justicia social parecen convertirse en arma arrojadiza de las fuerzas reaccionarias y protofascistas, mientras que la izquierda asume la trayectoria neoliberal y trata de abrirse a la nueva política nuevos tiempos con discursos multiculturalistas que imposibilitan todo antagonismo capaz de totalizar la sociedad a partir de un eje de conflicto común. Por el contrario, la participación de la gente en controversias ambientales y tecnológicas, en políticas de infraestructura, en conflictos laborales, en sanidad y educación deben aprovecharse para articular en cada una de ellas un discurso integral y, asimismo, tratar de visualizar la compatibilidad de esas luchas. La fuerza seductora del cambio tiene que partir de una realidad concreta, reconocer las vivencias de la gente, y problematizar en contexto el asunto que cada movimiento social trata de afrontar incineradora, AHT, especulación inmobiliaria, amenaza y represión patronal, regulación de nuestras vidas, etc. y otras más locales y vecinales, desconocidas e invisibles. Aislar los problemas de su contexto e individualizarlos desorienta y desmotiva de manera casi irreversible, más cuando siguen latentes. Parece que sólo la derecha y las posiciones reacias al cambio se percatan de tales obviedades.
Hay que reconstruir el espacio público vasco sirviéndonos de las diferentes problemáticas que tejen nuestras biografías individuales y sociales. Todavía hay muchas y variadas razones para creer en un cambio de marco sólo motivado por la clase baja y media. Todo lo demás acaba pareciéndonos lejano y selectivo, repleto de discursos vacíos de contenido, falsos conflictos identitarios y falsificaciones creadas para perpetuarse en un juego de simplificaciones respecto a una idea masiva y no matizada del enemigo, por cierto difícilmente reconocible en la mayoría de nuestras relaciones diarias y sociales. La pertenencia no es algo puramente subjetivo; las condiciones materiales de existencia de la nación son fundamentales, y esto supone un fuerte autogobierno y una práctica compartida como fuente de sentido de nuestras vidas. Los espacios de posibilidad pasan por un reconocimiento de las preocupaciones reales de la gente, del poder real de la calle, muy lejos de lo que nos tienen acostumbrados las elites, la opinión publicitada y su forma de identidad-legitimadora. Una negociación jamás se realiza en el vacío; la propaganda que vayan a proporcionar las instituciones y sus policías tiene sentido: imposibilitar nuevos imaginarios para un posible cambio, hacer imposible lo posible, cueste lo que cueste. -
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