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Gara > Idatzia > Iritzia > Kolaborazioak 2006-10-07
Eduardo Renobales - Historiador
7 de octubre de 1936

Hay fechas históricas en la vida de todos los pueblos y ésta es una de ellas, en lo referente a la cronología política del Pueblo Vasco. Y, como todo, este tipo de efemérides viene marcada por la discusión entre los que le dan una importancia capital y los que relativizan su significado.

El triunfo del Frente Popular en febrero levantó el impasse en que se hallaba el Estatuto vasco, dormido en algún cajón ministerial del Madrid republicano. La sospecha de que los fascistas estaban moviéndose propició una inusitada rapidez en la tramitación reglamentaria de tal documento y, para las vacaciones de verano se hallaba casi pactado, quedando por consensuar los aspectos económicos. El pronunciamiento franquista espoleó las prisas de unos y otros. El PNV quería el estatuto como fuera. Azaña y Prieto lo usaron para atar a su bando al nacionalismo vasco. El resultado es un Estatuto raquítico, esquemático y de difícil interpretación política, pero las circunstancias mandaban. El 1 de octubre se tramita, y el 7 se ce- lebra el acto de Gernika donde Agirre es investido lehendakari.

En la villa foral quedan plasmadas las divergencias existentes dentro del mundo político vasco. Mientras PNV, socialistas y republicanos lo apoyan y ANV lo acepta como mal menor, el sector independentista del Jagi-jagi lo repudia absolutamente. La opinión de Luis de Arana no es mejor. Lo califica de estatutillo, mísero estatuto y, refiriéndose a Agirre e Irujo especialmente, ridículo Gobierno vasco. La CNT ni se da por enterada.

Para unos pesa más la cualidad de otorgado que la realidad que representa. El nacionalismo minoritario (ANV y el movimiento mendigoizale) lo ve con ambivalencia. Por un lado, puede ser un paso adelante, una conquista popular; pero de forma alguna se puede representar como un avance hacia la autodeterminación. Estatuto es en sí mismo una figura jurídica que expresa un juego de contraposiciones, con dos actores: el Estado emisor y el nacionalismo receptor. Unos y otros pueden airear los aspectos positivos del acuerdo y ocultar los negativos. El Estado lo puede aplicar como una filosofía del mal menor, ofrecer algo para que los pedigüeños no se pasen en sus demandas y cortarles en cierto modo el camino.

El nacionalismo receptor lo presentará como un logro nacional. Ambas partes tratarán de sacar provecho del juego de intereses, pudiendo alcanzar a escenificar un enfrentamiento más virtual que real del que todos sacan provecho.

Agirre se situaría al frente de un gobierno de concentración, que le da carta blanca para disponer de la situación. El peso del PNV es infinitamente más importante del que el partido tiene en realidad. La sucursal socialista así lo deja entrever, pero acaba aceptándolo, al igual que todas las órdenes que llegan de Madrid. La implicación del resto de actores (republicanos y ANV que, recordémoslo, está integrada en ese momento en el Frente Popular) se salda con la asunción de varias carteras gubernamentales. ANV dirige, y con gran acierto por cierto, la de Agricultura, encabezada por el militante bermeotarra Gonzalo Nardiz, que acabará siendo una institución en el Gobierno Vasco.

En este escenario el PNV, partido derechista, católico y contrario a cualquier convulsión social, se halla atrapado entre su ideología y sus compromisos. Se ve en la misma trinchera con aliados como rojos comunistas matacuras, socialistas quemadores de iglesias y nacionalistas sin dios, cuando compartirían más afablemente cura y misa con los requetés de la posición de enfrente.

La discusión que interesa hoy en día es comprender si se actuó de la forma correcta. Y existieron tres criterios. El colaboracionismo acrítico del PNV, la implicación mediatizada de ANV y la propuesta del independentismo mendigoizale de aprovechar la guerra civil para proclamar la República vasca. Que duda cabe que, en semejante situación, establecer una línea política razonada es harto complicado. Tener a los franquistas machacando la retaguardia vasca con sus omnipresentes aviones no favorecía la reflexión. Pero, ya implicados, de cara al futuro, tomar una u otra decisión, no representaba lo mismo. La sangre que se vertió, ¿ lo fue por la Euskadi independiente, la autónoma, por la democracia, por la república, por la III Internacional, por la revolución del proletariado...?

Creo que nadie puede dar hoy una respuesta y, homenajes aparte, es la incógnita más trascendental que el 7 de octubre de 1936 no nos ha despejado aún. -


 
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