Cuántas niñas hemos ido correteando por allí la víspera de Todos los Santos vestidas de brujas, con negros gorros puntiagudos y escobas viejas. Cuántas niñas aún lo hacen, anoche lo hacían, celebrando Halloween. Cuántas niñas inocentes, que no nos enterábamos de lo peligrosa que resultaba una acusación de bruja hace solamente unos pocos siglos.

No hay manera de saber cuántas mujeres perecieron (fueron asesinadas) por obra de la Santa Inquisición, acusadas de ser brujas, de estar poseídas por espíritus malignos o bajo la influencia del mismísimo Diablo, ser mítico hábil y cruelmente manipulado por la Iglesia. Hay quien habla de miles de mujeres muertas. Hay quien habla de millones. La mayoría fue quemada viva o ahogada. Ambas muertes son de inimaginable sufrimiento, con el cinismo añadido en el caso del ahogamiento de que si te hundías eras inocente pero muerta, y si flotabas eras bruja y te mataban.

El libro de la Inquisición titulado “El martillo de las brujas” fue un intento despiadado de la Iglesia Católica de inculcar e imponer tales ideas acerca del sexo femenino que lograría deshacerse de cualquier mujer que no encajaba en su concepción del paraíso en la Tierra. Lo procuró hacer con el visto bueno de cuantas personas fuesen consideradas necesarias, entre ellas unas cuantas mujeres.

Hay distintas teorías para explicar este comportamiento de la Iglesia. Una plantea que el odio a las mujeres fue necesario para hacer creíble la imagen de deidad de Cristo, por lo que se tenía que tapar cualquier asociación de las mujeres con él, particularmente aquéllas que le hacían humano (el sexo, por ejemplo), y que era imprescindible borrar cualquier memoria o posibilidad de teorizar de otra manera de parte de las mujeres. Otra teoría, más de personas que cuestionan la propia existencia de Cristo o al menos su deidad, pone mayor énfasis en que la Iglesia estaba realizando el trabajo sucio de otros intereses para eliminar independencia, poder económico y conocimientos de las mujeres y garantizar su disfrute en exclusivo para los hombres (o para algunos de ellos).

En todo caso, una vez aprendida esta parte de nuestra historia, somos unas cuantas las personas que no logramos disfrutar igual el Halloween. Solamente pedimos que la Iglesia Católica nunca logre imponer otra vez ni una Inquisición ni tanta sinrazón. Que las niñas puedan vestirse de brujas manteniendo su inocencia a pesar de su género. -