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Gara > Idatzia > Iritzia > Kolaborazioak 2006-11-05
Emilen Castro Oteo - Profesor y padre
A cuenta de «Super Nany»

Soy padre de un niño de 3 años y puedo entender la gran necesidad que tenemos madres y padres de ayuda e información. Es indudable que el trabajo de la crianza es 24 horas al día, 7 días a la semana. En consecuencia, padres y madres luchamos por tener suficiente tiempo y atención relajada como para atender las necesidades de nuestros hijos e hijas, las del trabajo doméstico, las del trabajo fuera de casa y... las nuestras propias (que, muchas veces, se reducen a descansar, descansar y descansar).

Ante esta situación difícil para madres y padres, estas sociedades capitalistas en las que vi- vimos nos lanzan continuamente el mensaje de que debemos tratar esas dificultades como síntomas de nuestras «faltas o incapacidades personales»: somos siempre los individuos quienes debemos ser tratados y «medicados». Este modo de enfocar los problemas lleva implícito el mensaje de que «no sabemos» y de que debemos aprender ciertas teorías, ideas o técnicas para enfrentar esas situaciones difícilesŠ Y esto es todo lo que hay que tener en cuenta para que las cosas funcionen, nos dicen.

Siempre se las arreglan para persuadirnos de querer mirar al sistema económico, a nuestra organización productiva, a nuestro modelo de sociedad clasista, racista y sexistaŠ Esto es, nos dicen una y otra vez que somos seres sociales, pero cuando hay problemas parece que no conviene mirar a lo que nos ha pasado por crecer en estas sociedades, sino que hay que mirar al individuo (y, casi, casi, aislarlo en un tubo de ensayo).

Hago estas reflexiones tras haber visto algún capítulo del último producto mediático dirigido a la atención especial de padres y madres, llamado “Super Nany”. El contenido es la intervención de una psicóloga en una familia, con la que pasa unos días para conocer sus problemas y pensar y actuar sobre ellos.

Sobre todo, me llamaron la atención las explicaciones que esta psicóloga da a los compor- tamientos de niños y niñas (del tipo «llora para llamar tu atención») y las pautas que sugiere a madres y padres ante esas situaciones («dile que sólo le harás caso cuando deje de llorar»).

Sin duda que es difícil para todos y todas el llanto de niños y niñas ­o el de cualquier persona de cualquier edad­. Sin duda que sentimos, cuando menos, incomodidad ante el mismo. Sin duda que no sabemos muy bien qué hacer, cómo actuar, ante el llanto y que tendemos a actuar reprimiéndolo: intentamos callarlo, distraerlo... y cuando el llanto sigue y sigue, solemos perder la paciencia y humillar, amenazar con castigos, pegar... Estas han sido las maneras más corrientes en que he visto actuar a las personas adultas en los parques, en la calle, en las escuelas... Las consultas de pediatría de los hospitales saben también lo que es recibir a padres y madres asustados por el llanto de su bebé.

En el caso del llanto de los más peques, nos preocupa que no estén bien y creemos que se sentirán mejor tan pronto como dejen de expresar su malestar. En el caso del llanto de niñas y niños mayores, asumimos que no es un comportamiento razonable o maduro.

Es evidente, por tanto, que niñas y niños nacen con un proceso fisiológico al que hemos llamado llanto. Es evidente, también, que las personas adultas enfrentamos este llanto con incomodidad, temor, confusión, ignorancia... En una situación así, un medio de comunicación como la televisión podría servir de vía informativa y educativa para madres y padres: podría dar información y herramientas de ayuda.

Sin embargo, la filosofía del programa sigue los prejuicios sociales sobre el llanto: «son mimos, maneras de llamar la atención para salirse con la suya»... Es evidente que gran parte del sistema de salud mental actual (los servicios de psiquiatría, psicoterapia, orientación psicológica...) al que recurrimos en búsqueda de información y ayuda entiende el llanto como sinónimo de malestar o, dicho con otras palabras, identifica el llanto con la fuente del malestar. De ahí que su «receta» sea terminar con el llanto; eso sí, el método para lograrlo deberá ser «civilizado»: nada de gritos, humillaciones, amenazas, castigos, golpes... sino indiferencia, esto es, no hacer caso, no atender. Eso es todo lo que se necesita para acabar con el llanto de niñas y niños.

Esta manera de tratar el llanto en el programa “Super Nany” es «exitosa» al parecer de muchos padres y madres: sus hijas e hijos dejan de llorar y aprenden a no llorar, por lo tanto, se hacen mayores, maduran, son más responsables, son felices, podríamos interpretar que piensan. Sin duda: si los servicios de salud mental y la cultura y la sociedad en la que vives te dicen que «no llores», que «llorar es de niños pequeños», que «no está bien», que «qué mimoso eres», «qué mañas tienes»... o que «tienes una enfermedad llamada depresión», entonces, dejar de llorar equivale a encajar en esa cultura y sociedad y evitar el riesgo de marginación cultural y social que percibes si mantienes ese llanto con el que viniste al mundo.

Por suerte para estas sociedades y culturas en las que vivimos, siempre ha habido personas que no se han sentido especialmente interesadas en hacer las cosas del modo en que se supone que deben ser. Y así, niñas y niños se siguen empeñando en nacer con un «llanto bajo su pecho». Y así, muchas personas, padres y madres y algunos profesionales de la psicología o la pediatría, han llegado a entender el llanto de otro modo: no como la fuente del malestar y de la enfermedad, sino como el proceso fisiológico que permite liberarse de un malestar causado por otra fuente, ya sea física o emocional.

Yo tuve la fortuna de encontrarme con este nuevo enfoque hace ya 14 años. Durante todo este tiempo, he practicado el desahogo de las emociones y, en concreto, del llanto, y he acompañado a otras personas en su desahogo. Durante los tres últimos años, he seguido aprendiendo con mi hijo del tema: le he permitido llorar tanto como mi atención ­y familiares, amigos o vecinos­ me lo han permitido. Mi experiencia me ha enseñado que es parte de ser humanos expresar las emociones que tenemos, como el llanto. Y estoy convencido de que es parte del cambio personal que debe darse para que alcancemos el cambio social que anhelamos.

No querría terminar sin animar a padres y madres y a todas las personas que tienen la suerte de tener a niñas y niños en sus vidas o trabajos a escuchar su llanto y a aprender de estas experiencias. No van a cometer errores graves al empezar este valioso aprendizaje. No lo sentirán fácil ni cómodo, porque va contra aquello que se nos ha condicionado a hacer y porque no lo hicieron con nosotras y nosotros. En ese sentido, debemos decidir ser vanguardia, ser pioneros: debemos decidir que las cosas cambiarán con nuestra generación. Y las recompensas por intentarlo son claras: ver cómo niños y niñas recuperan la curiosidad y confianza tras su llanto acompañado, ver cómo de nuevo disfrutan de la vida y las relaciones tras su rabieta aceptada... convierten el trabajo de padres y madres en una satisfacción; ya no hay necesidad de hacer que «sea maduro, positivo», de borrarle sus preocupaciones... no hay que cambiar nada de su comportamiento, sino acompañar y escuchar con la mejor atención que tengamos... y, seguidamente, pensar en qué cambios sociales, institucio- nales y culturales serán necesarios para conseguir tener la vida que nos merecemos. -


 
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