No contentos con vendernos sus mercancías y, para el trueque, tener que vender nuestra fuerza de trabajo durante un tiempo excesivo, encima su consumo nos lo ponen difícil. Ingenieros abyectos, a sueldo del Capital, inventaron lo que para más recochineo denominaron «abrefácil». Lo que se esconde bajo ese concepto son diferentes sistemas con que complicarnos la vida. Así, tareas cotidianas resueltas hasta hace pocos años de manera lógica y sencilla, se han tornado más complicadas que los trabajos de Hércules.

Nos levantamos, ponemos al fuego la cafetera, abrimos el frigorífico y descubrimos con horror que el contenido del recipiente mal llamado tetrabrik (es un hexaedro), no es suficiente para nuestro café con leche. Debemos abrir otra caja. Aquí empieza el drama. La miramos con desazón y descubrimos en una de sus caras una especie de trampilla de plástico con una lengüeta. Empujamos hacia arriba, si hay suerte y conseguimos levantarla, aparece otra lengüetita plateada. Sabemos, por la experiencia, que está más adherida que Acebes a la estupidez. El drama da paso a la tra- gedia. En un intento vano, tiramos de ella, sabedores que las otras seismiltrescientasventisiete veces nuestro intentos fueron fútiles: o no hay cristo que la desprenda o si lo hace es de manera irregular, dejando un puñetero plastiquito que ocasiona que el vertido de su contenido se desparrame alrededor de la taza y no en el interior, como es nuestro deseo. Si ayudados de un instrumento cortante nos libramos del plástico, ¡da lo mismo! Al principio la leche cae en la taza; acto seguido, como poseída por un impulso desconocido, describe una parábola y cual saltadora de vallas, la segunda porción de leche inexorablemente cae más allá.

Y este mecanismo infernal, amigos y amigas, es de los llamados de tercera generación. El anterior «abrefácil» sí que era fabuloso, en el sentido literal de la palabra: ¡pura fábula!

Algún sádico había sobreimpreso algo que parecían pequeñas muescas sobre una línea de puntos en una esquina, para hacernos creer que podíamos abrirla con sólo la ayuda del pulgar y el índice. Miles de personas desesperándose cada día. Aún se está riendo.

De lo de las bolsas de queso rallado, del celofán de los CD’s y de las latas de refrescos y anchoíllas, hablaremos otro día. -