Francisco Javier Meabe - Miembro del Secretariado Social Justicia y Paz
El problema de los presos y el proceso de paz
Han sido muchos y muy importantes los acontecimientos que han concitado nuestra atención estas últimas semanas. Algunos se repiten de forma cíclica y otros emergen con fuerza en un momento determinado. Es el caso de la problemática suscitada en torno a la actuación de la judicatura y su vertiente política. Sin embargo no son tampoco menores las cuestiones que subyacen en torno a la política penitenciaria. Como prometimos cuando reflexionamos sobre el papel de las víctimas en el proceso de paz, hoy quiero referirme a este problema lacerante, íntimamente unido al anterior y a ese mismo proceso de paz. Me refiero a los llamados presos «políticos». No son los únicos presos de nuestras cárceles. Los hay también aquellos a los que se llama «sociales». La prisión es causa de sufrimiento para todos ellos. No somos ajenos a ese dolor. Tampoco lo era el evangelio de Jesús. Los recuerda a todos: «estaba en la cárcel y me fuisteis a visitar». ( Mt., 25, 36 )1. En el proceso de pacificación iniciado a partir de la declaración del alto el fuego de ETA, no están ausentes los presos vinculados con la violencia o lucha armada de ETA. Por el contrario, existe una opinión muy generalizada de que sin la solución del «problema de los presos», el proceso iniciado no podrá realizarse o llegar a buen término. La solución de ese problema se convierte así en una de las claves del éxito del proceso. La importancia dada al problema de los presos en relación con la solución del «problema vasco» en su totalidad, da pie al planteamiento de una cuestión de trascendental importancia social. Se suele formular, en términos de utilización, manipulación, chantaje, moneda de cambio y otros términos análogos. No es extraño que sea así. Sea cual fuere la perspectiva desde la que sea visto, lo cierto es que ese problema tiene una enorme densidad humana. La densidad que deriva de la negación de la libertad y del sufrimiento de los mismos presos, de sus familiares y de otras personas próximas a ellos. 2. Cabe por ello plantearse si en esta situación los primeros perjudicados no son los mismos presos. Lo cual no quiere dar a entender, en modo alguno, que el problema de los presos no sea real, grave y urgente. Especialmente si se tiene en cuenta la intensificación del sufrimiento como consecuencia de la puesta en práctica de la llamada «doctrina Parot» para la aplicación de las penas, que puede incluso convertirse en una forma encubierta de cadena perpetua. Sin olvidar tampoco el mantenimiento de la política carcelaria de la dispersión, contraria a la más elemental y humana exigencia de la reinserción social. El problema de los presos no es «artificial». Es real. Dicho esto, quiero plantear aquí, además, la pregunta de si la «utilización» de este problema de los presos en la dinámica del proceso de pacificación, es la más adecuada y eficaz dentro del mismo proceso e incluso en función del interés de los mismos presos. Ante esta realidad y vista la complejidad que este problema tiene, parece absolutamente necesario insistir una y otra vez en la urgencia de mantener la identidad propia de cada una de las mesas de diálogo y de negociación, planteadas en el principio mismo de la puesta en marcha del proceso de una pacificación vista en su totalidad. Es decir, desde la perspectiva de la desaparición de la violencia de ETA, mesa para la paz, y junto con ella, de la creación de un nuevo marco jurídico-político para las relaciones entre Euskadi y el Estado español, mesa para la normalización. Mesas que deben ser diferenciadas por ser distintas su naturaleza y constitución, sus objetivos y sus reglas de juego. Cualquier interferencia entre ellas no podrá menos de entorpecer su dinámica propia y, en definitiva, el mismo proceso en su totalidad. 3. La mesa para la paz debe asegurar, mediante la eliminación de la violencia de ETA, el clima de libertad necesario para que el diálogo entre los partidos políticos posibilite el acuerdo. Ese acuerdo entre los partidos no debe ser considerado como una forma de «precio político» sino como resultado de una voluntad política común, alcanzada por vías estrictamente políticas, con la que los partidos afirman haberse comprometido. Por otra parte, el pacto entre el Gobierno del Estado y ETA que lleve a la supresión de la violencia ha de ser el resultado de una negociación entre ambos, en la que la solución del «problema de los presos» se considere algo irrenunciable de una parte y, como tal, «aceptado» por la otra parte. La dinámica de la mesa de negociación para la paz ha de ser ajena a la dinámica propia de la mesa de partidos. A la vez, la puesta en marcha de esta mesa de los partidos, mediante la solución dada al problema del reconocimiento de la legitimidad de Batasuna, debe ser ajena a presiones externas a la naturaleza y objetivos políticos de la misma mesa, como podría ser una estratégica utilización de la situación de los presos. En esta misma línea de la utilización del sufrimiento de los presos y de sus familiares, queremos denunciar el uso que del mismo se puede hacer y desgraciadamente se hace en ocasiones, a nivel más popular, para estimular actitudes de enfrentamiento y para alimentar una mentalidad de odio y de lucha, que es radicalmente contraria al logro de la pretendida pacificación. No podemos olvidar que la paz hay que buscarla no solamente en las mesas de los políticos y en los foros de debate. Ha de buscarse y ha de hacerse también en las relaciones humanas, en los pueblos, los barrios, las cuadrillas, en los lugares de trabajo y ocio, e incluso en las familias. La pacificación de las relaciones sociales ayuda mejor a resolver el problema de los presos, que la utilización de su sufrimiento para ahondar en la división y los enfrentamientos mutuos. -
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