Me lo decía, hace ya bastantes años, un familiar cercano que yo tenía en alto aprecio por su lucidez:

­Mira, hijo, nosotros, las gentes sencillas, somos más bien tontos. Fruto de siglos de trabajo y miseria para que otros vivan como Dios. Si quieres tener claras las cosas, tú siempre haz caso de lo que digan los obispos. Los siglos de ociosidad los han convertido en más listos que el hambre.

­¿Y así sabré lo que tengo que hacer? Inquiría al que consideraba un patriarca de la sabiduría.

­Sí, hijo, tú siempre lo contrario.

Por eso esperaba como agua de Mayo el documento de la Conferencia Episcopal. Y ahora que lo tengo entre mis manos, ¿qué quieren que les diga? Pelín decepcionado, después de tanto ruido, sólo viento. Las ventosidades conocidas: que si no hay que escarbar en heridas ya cerradas, que mejor dejar los cuerpos enterrados en las cunetas; que si la violencia de los jóvenes es fruto de la ruptura de la familia (parejas de hecho, divorcio, «ideología de género», matrimonio entre invertidos, las mujeres trabajanŠ); que si es culpa de la pérdida de los valores católicos por la ola de laicismo, etc.

Hay un apéndice para la ETA. Las críticas parecen novedosas, los argumentos en los que se fundamentan son los que siempre usaron contra los rojoseparatistas. Después de calificar a ETA como «estructura de pecado» e «intrínsecamente perversa» gracias a que la analizan «a la luz de la Revelación y de la Doctrina de la Iglesia», dicen que lo peor no son sus actos, sino que su pérfida maldad es la ideología que la sustenta: el «marxismo revolucionario» y el «nacionalismo totalitario», o sea, en cristiano: rojos y separatistas.

Dicen que la ETA «es una estructura de pecado» porque intenta justificar sus acciones mediante propaganda política y la transferencia de culpa (sic)», al presentarlas «como respuesta a una violencia originaria». Igual es verdad. De transferir culpa saben un rato. Papá Adán y mamá Eva pecan y todos los nacidos posteriormente, sin comernos un rosco, estamos ya en pecado. Para solucionar el tema, un tal Jesús que decía ser hijo de Dios, sin pedir permiso a nadie, va y muere por todos nosotros.

Tanto esperar, para un documento de chichinabo. Esperaba más de Cañizares y compañía. Al final uno no puede confiar ni en los obispos. -