En las elecciones presidenciales celebradas en Ecuador el pueblo ha apostado inequívocamente por la soberanía apoyando mayoritariamente al candidato Rafael Correa. El líder nacionalista de Alianza País se ha impuesto al ultraderechista y magnate bananero Alvaro Noboa con un resultado que supone el éxito mas contundente para un candidato en tres décadas de «democracia».

El hecho de que Alianza País sea una fuerza política nueva que se presenta por primera vez a la contienda electoral abre muchos interrogantes, ya que no se despeja por el momento hasta qué punto su política será realmente de izquierdas, revolucionaria y transformadora.

Alianza País, una organización política que se podría calificar de centro izquierda, ha conseguido aglutinar en torno a ella al amplio y dividido espectro de la izquierda ecuatoriana: partidos políticos como el indígena Pachakutik, el socialdemócrata ID (Izquierda Democrática) o el marxista MPD (Movimiento Popular Democrático) para respaldar a Rafael Correa en esta segunda vuelta, no tanto por una afinidad ideológica o estratégica, como, por una parte, por el hecho consumado de ser Alianza País la única opción progresista en la segunda vuelta y, por otra, por los compromisos adquiridos por esta organización, principalmente:

­La negativa a suscribir un TLC (Tratado de Libre Comercio) con los EEUU.

­La no concesión de una prorroga para la utilización de la base aérea militar de Manta por parte del Ejército estadounidense y la no participación de Ecuador en el imperialista Plan Colombia contra las guerrillas colombianas.

­El ineludible compromiso de convocar a una asamblea constituyente con la que refundar el país desde la sociedad civil.

Sin embargo, estos compromisos no explican por si solos el abultado resultado obtenido por Alianza País. Lo que a simple vista parecería una apoyo incondicional y masivo a un partido habría que valorarlo más bien como un voto de castigo a la partidocracia tradicional y al corrupto sistema político imperante.

El rechazo a la oligarquía, representada por el hombre más rico del país y autoproclamado enviado de Dios, Alvaro Noboa, se ha hecho patente. Frente a sus limosnas y promesas de convertir Ecuador el un nuevo Disney World, el pueblo ecuatoriano, de marcado carácter indígena originario, ha apostado claramente por la dignidad y la soberanía.

Ante las amenazas de romper las relaciones con Cuba y la república Bolivariana de Venezuela, el electorado ha optado por reforzar los vínculos con estos dos países, impulsar la entrada de Ecuador en Mercosur y la unidad de América Latina y por el retorno a la OPEP. (Organización de Países Exportadores de Petróleo).

La elección de la ciudadanía no deja lugar a dudas. No obstante, ni los compromisos adquiridos por Rafael Correa, ni su tan aireada (por los grandes medios de comunicación) relación de amistad con Hugo Chávez garantiza que su política vaya a deparar grandes transformaciones. Pero sí sienta las bases democráticas mediante las que los diferentes movimientos sociales, pueblos originarios y la sociedad en su conjunto puedan empezar a trabajar en la construcción nacional de un nuevo Ecuador.

Si Alianza País se mantiene fiel a sus principios, podrá contar con el apoyo crítico de la población. De no ser así, los precedentes son claros: los tres últimos presidentes electos han tenido que abandonar el país tras insurrecciones populares.

La semilla de la ilusión está sembrada. Ahora llega el momento de trabajar para hacerla crecer y, como dijo Rafael Correa en el multitudinario acto de celebración de «la victoria de todos y todas las ecuatorianas», «Ecuador comienza a salir de la larga noche del neoliberalismo». -