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Gara > Idatzia > Iritzia > Kolaborazioak 2006-12-05
Xabier I. Bañuelos - Responsable de Comunicación de Bolunta (*)
Participación, democracia, voluntariado

Dentro de esa suerte de santoral laico que suponen los «días de», también el voluntariado tiene su espacio. Así, cada 5 de diciembre, quienes dedicamos algo de nuestro tiempo a la participación solidaria nos detenemos para celebrar el día internacional que las Naciones Unidas tuvieron a bien concedernos. Celebrar y, por supuesto, reivindicar una actividad que ha sido, es y será uno de los principales sustentos de toda sociedad democrática y de cualquier intento por generar estructuras justas que garanticen el bien común.

Se ha teorizado mucho sobre lo que es y lo que no es participación. Quizás demasiado... o demasiado poco, no sabría qué decir en vista de la conclusión práctica a la que han llegado muchos de nuestros gobernantes. Porque confinar la participación democrática en el acto ­importante, no lo vamos a negar­, de depositar un voto cada equis años en función de las diferentes consultas electorales es, a primera vista, sospechoso. Semejante idea de limitar la participación de los y las ciudadanas a tan pequeño redil, por más que se llame urna y sea de cristal, se nos antoja no saber o, lo que es peor, no querer dar a la participación social su verdadera dimensión. Y esta actitud no sólo es censurable desde un punto de vista ético, sino que supone una pésima gestión al desdeñar su enorme potencial creativo para la construcción de una sociedad mejor, ni más, ni menos.

A lo expuesto, hemos de sumar que vivimos en tiempos donde la lírica está en desuso: el neoliberalismo campea a sus anchas, la opulencia desmoviliza y un individualismo creciente, azuzado por el consumo acrítico, nos aboca a un «cortoplacismo» que no es el mejor abono para que puedan germinar las utopías. Pero quizás precisamente por todos estos motivos sea más necesario que nunca, tan necesario como siempre, retomar de nuevo la bandera de la participación social. Una participación capaz de responder a los intereses colectivos recuperando valores tan viejos y tan necesarios como la equidad y el compromiso.

Hay quien opina que democracia y participación social son una misma cosa, que pueden funcionar como sinónimos. Yo me atrevo a ir más allá para asegurar que aun cuando puede haber participación sin democracia, jamás podrá haber democracia sin participación. En un sistema dictatorial, cuando las libertades han sido abolidas y son perseguidas las ideas y las personas, siempre cabe la posibilidad de luchar desde la rebeldía, desde la resistencia en múltiples y variadas formas, asumiendo riesgos personales, es cierto, pero sin que ello frene las ansias de justicia. Sin embargo, cuando hablamos del poder del demos, la participación está tan íntimamente ligada a la esencia misma del concepto de democracia que negarla, o no practicarla, supone lanzar un torpedo bajo la línea de flotación de la nave que define al sistema democrático; en el mejor de los casos, la democracia sin participación se convierte en una mala reedición de despotismo ilustrado tan trasnochada como peligrosa.

Si democracia es el gobierno del pueblo, es el pueblo quien tiene que gobernarse a sí mismo. Tener que recordar semejante perogrullada resulta paradógico en toda democracia que se considere madura. Pero, de vez en cuando hay que hacerlo. La participación social es el instrumento mediante el cual los y las in- tegrantes de una comunidad intervenimos en su construcción. Es el medio por el que las ciudadanas y los ciudadanos concretamos los discursos y ponemos en el suelo las ideologías llevándolas a la práctica mediante acciones tangibles que nacen de nuestro propio impulso y de nuestra capacidad organizativa.

Sólo desde la participación podemos hacer oír nuestra voz y sólo participando podemos ser motores de cambio y colaborar activamente en el progreso social. Porque el cambio, a pesar de los profesionales del desánimo, es posible; sólo es imposible desde la no participación. Por lo tanto, la participación social no es otra cosa que el ejercicio de una ciudadanía consciente, plena y adulta que afronta los retos de su desarrollo. Y esto a través de todas sus variantes, desde la cultura a la política, pasando por el deporte, la cooperación al desarrollo, el tiempo libre educativo, las luchas ecologistas y feministas, el trabajo con personas inmigrantes, excluidas, con personas con discapacidades, etc.

Y es en este punto donde el voluntariado cobra una relevancia sustancial. La acción social voluntaria es una forma más de participación entre las posibles, pero un tanto especial. Se trata más bien de un estilo caracterizado por cinco valores básicos: la solidaridad, la libertad, la organización, la gra- tuidad y la transformación. Solidaridad para ser sensibles a lo que nos rodea y actuar siempre en favor de las personas; libertad porque sólo puede ejercerse desde la decisión autónoma y consciente de cada individuo; organización para compartir trabajando en equipo y, sobre todo, para ser eficaces; gratuidad porque es el sello del voluntariado, altruismo desnudo cuyo único objetivo es el bien común; y transformación porque su fin último es concebir, provocar y materializar los cambios necesarios que nos conduzcan a un presente y a un futuro mejores.

Pero no caigamos en el error de pensar que el voluntariado es una forma secundaria de participación, un modo débil de compromiso. Voluntariado no es sinónimo ni de voluntarismo ni de esa concepción clásica de «caridad cristiana». Y mucho menos lo contrapongamos a militancia, justicia social o progresismo. Muy al contrario, el voluntariado es participación no sólo comprometida, solidaria, militante y progresista, es, además, de calidad. Y lo es porque añade al menos cuatro pluses a cual más importante. El voluntariado es pionero, detecta necesidades y llega a ellas antes de que las administraciones tomen conciencia de su existencia y de que otras formas de participación las asuman como propias; es vanguardia, porque siempre está en primera línea como solidaridad activa, atajando problemas desde la acción diaria y concreta; es crítica, ya sólo con su presencia cuestiona y sensibiliza pero, además, grita cuando tiene que hacerlo reivindicando y poniendo en marcha soluciones; y si acaso lo más importante, es participación en estado puro, es el átomo de la democracia participativa, el germen de toda participación.

Unos poderes públicos con auténtico «label» democrático nunca temerán a la participación social ciudadana; al contrario, la estimularán y habilitarán los recursos necesarios para fortalecerla. Y una sociedad saludable nunca será perezosa frente a la participación; al contrario, reclamará su derecho a participar y lo ejercerá. -

(*) Bolunta es la Agencia para el Voluntariado y las Asociaciones de Bizkaia


 
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