Han encontrado la tumba de San Pablo y están los religiosos que claman al cielo, puesto que los últimos años han sido de sequía milagrosa, ni apariciones Marianas, ni santas levitando, ni cuerpos incorruptos, por más santos y beatos que nominen para el cielo.
Tal vez faltan ideas para potenciar lo que pregonan los hombres y mujeres que pretendieron cautivarme y asustarme con estampas e historias increíbles, pero reconozco que mi fe se potenciaría con algún que otro milagro más palpable y en su justo momento.
Por ejemplo, ante la burocracia administrativa con su afición a los aplicativos informáticos que impiden el desarrollo intelectual y la paciencia del trabajador, agradecería una actuación de algún brazo incorrupto, el rayo que fulmine a quien inventó el sistema que recoge datos personales, o las lenguas de fuego a los que gastaron millones en semejantes desvaríos informáticos para el control ajeno.
También echo de menos algún Dios que favorezca realmente a los necesitados, por supuesto espero más imaginación del todopoderoso y que no sea un político de los que pro- mete, organiza tómbolas o gestiona los dineros públicos como propios. Por cierto, para éstos, una descarga eléctrica de vez en cuando sería recomendable y sano, para que no pierdan el tiempo en formas y den lo que el pueblo necesita, respeto.
Ni que decir de alguien que sanara y resucitara a mis seres allegados y al resto de los necesitados de lo vital, eso sería algo más que justo, obligatorio.
Pero si algún santo o santa sin cirilios, ni flechas, ni cuerpos mutilados y sin asustarnos a poder ser, lograra evitar las injusticias sociales que prolongan los sufrimientos de muchos de los habitantes de este mundo en continuo cambio, algo me dice que volvería a la fe.
Pero mientras esto no suceda, la lucha continua desde la conciencia por la igualdad y el reparto justo de conocimientos y recursos, el respeto a estos bienes comunes, son la única vía de hacer algo parecido a los milagros.
La fe pertenece a quienes actúan con prepotencia y chulería y se reparten el mundo terrenal por encima de los intereses de quienes hemos de sufrir su represión por pedir cambio. Ellos sólo nos obligan a ser sumisos y seguir creyendo en los milagros imposibles y en otros mundos lejanos, porque éste lo explotan como un bien propio, a su antojo.
La verdad, lo más parecido a un milagro que se me ocurre sería, por ejemplo, que los gobiernos represores «concedieran» el derecho a decidir a los pueblos para autogestionar su futuro, y que posteriormente lo respetaran. ¡Imposible! -