Raimundo Fitero
Comer
Nosotros, los occidentales con hipotecario y bendición papal, no podemos tener hambre, a lo sumo apetito. Formamos parte de la gran paradoja del mundo. Vemos por nuestras pantallas cómo se muere de hambre en muchas regiones del planeta, al que decimos amar, y nosotros nos morimos por obesidad. De tal manera que ya hay campañas de galenos endocrinos que recomiendan que en los productos precocinados, en los cocinados y en los manufacturados figure la advertencia de que pueden producir colesterol, hipertensión o triglicéridos. Es un primer paso, dentro de poco comer será perseguido, como fumar. La verdad es que si nos sentamos delante del electrodoméstico esencial podremos ver la cantidad de productos lácteos que ayudan a combatir no sé cuantos problemas producidos por otros productos lácteos. No hay cadena que no tenga, por lo menos, un programa de cocina. Ni que nos coloquen consejos médicos a modo de encíclicas. No hay noticiario que no nos hablen de asuntos relacionados con la anorexia, la bulimia o el exceso de peso de la po- blación escolar o general. Es decir, comer empieza a ser un problema porque la Administración se ha empeñado en meterse en nuestra cama y en nuestros pucheros. Cuatro presentó un nuevo programa la noche del viernes que lleva un título obvio: “Soy lo que como”, y que tiene una estructura a modo de súper Nany. Una presentadora que se mete en la casa y en la mesa de una familia, una doctora que evangeliza a los pobres ciudadanos ignorantes de su capacidad autodestructiva al comer de una manera no adecuada, y un aire entre divulgativo e inquisidor, dejando siempre una estela de mala conciencia que se materializa en unas regañinas con aire melifluo, como si estuvieran hablando de gula y no de, supuestamente, salud. Las intenciones del programa son claras, no hay ningún reproche más allá de su tono, pero lo que televisivamente resulta es algo más que conocido. No aportan nada en el discurso, ni en la forma. Reiteran una serie de conceptos que debemos admitir como canónicos y que dentro de un quinquenio variarán, según investigaciones o intereses empresariales. Y si soy lo que como, ¿soy más un champiñón o un langostino? -
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