El conocimiento de, al menos, algunos datos sustanciales de la última reunión celebrada entre representantes oficiales del Gobierno español y ETA, en la primera quincena de diciembre, ofrece determinadas pistas para valorar el conjunto del proceso, así como, si se comprometieran a ello los agentes implicados, para hacer una apuesta seria de futuro.
Si se echa la vista atrás, cabe constatar que el punto de inflexión que supuso la declaración de alto el fuego permanente por parte de ETA no trajo consigo, como cabía desear, una nueva situación de avance sustancial o, si se quiere, de cambio cualitativo de escenario. Un cambio cualitativo que permitiera encarar, en un futuro más o menos cercano, la resolución definitiva del conflicto y la superación de sus duras consecuencias. Dos han sido, fundamentalmente, los motivos que han imposibilitado durante estos meses un desarrollo óptimo del proceso: el incumplimiento de compromisos y garantías suscritas para lograr el alto el fuego, con el consiguiente y reiterado escenario de agresiones y violencia, y la falta de concreción del acuerdo político entre las fuerzas vascas que debía abordar las raíces del conflicto. Sin la consolidación de esas bases, las situaciones de colapso, crisis o posible ruptura no han hecho más que concatenarse.
Si echamos la vista adelante, nadie dirá que la situación a encarar sea sencilla, pero tampoco sería bueno perder de vista que las cuestiones centrales para un proceso democrático real sí se han puesto en común, por lo que no habría que echar en saco roto los llamamientos, muy numerosos en el seno de la sociedad vasca, a seguir trabajando y luchando por una solución justa y duradera.
En el carril entre el Gobierno español y ETA, la organización armada ha mostrado, más allá de las interpretaciones que haya suscitado su último comunicado, que la opción de un escenario de distensión multilateral sería posible por su parte, y que está dispuesta a seguir con el proceso.
Se podrá decir que los márgenes del Gobierno hoy, después del atentado de Barajas, son más estrechos, casi con la misma rotundidad con la que se puede afirmar que cuando los ha tenido mucho más amplios no ha dirigido su acción precisamente a favorecer el camino de la distensión y el acuerdo. La cuestión ya no es ésa, sino saber por qué camino se va a transitar. A nadie se le escapa que el Ejecutivo español puede cerrar la vía del diálogo (Zapatero no sería el primer mandatario español en hacerlo), pero sería a sabiendas de que no existe otra alternativa real al conflicto. -