Fue un buen augurio comenzar los viernes flamencos de esta temporada en el teatro Barakaldo con una de las cantaoras más entonadas y exigentes de la actualidad (aunque el balance final de su actuación no sea tan satisfactorio como esta cronista hubiera deseado).

La barcelonesa Mayte Martín es una artista atrevida y versátil donde las haya. Lo mismo toca la guitarra con consumada maestría que canta boleros junto a grandes del jazz, el desaparecido pianista Tete Montoliú, o monta espectáculos de cámara tan interesantes como el que todavía mantiene en gira junto a Belén Maya. Y todo lo hace con un rigor que deja muy a las claras sus altas ambiciones artísiticas.

Rigor también evidente en el breve recital que nos ofreció en la sala de cámara del teatro Barakaldo, repleta de fieles aficionados muy alejados en su procedencia de la localidad fabril.

Martín comenzó con unas peteneras, particular homenaje a la Niña de los Peines, entonadas con un alarde de voz que puso de inmediato en su favor a los asistentes. Siguieron a continuación malagueñas, seguirillas, tangos y uno de esos cantes de ida y vuelta, la guajira, que la cantante ha contribuido a popularizar en sus últimos discos. Unas bulerías pusieron el bis final a un concierto de apenas una hora de duración, demasiado breve para el fervor de los congregados.

A Mayte Martín le sobran facultades, el torrente de su voz posee una pujanza melismática fuera de toda duda y además su búsqueda de la perfección técnica, del mejor sonido posible en la sala, fue digna de encomio. Pero el flamenco es el arte de la emoción fugaz, concebido en instantes pasajeros de inspira- ción ligados a la autenticidad del sentimiento. Y eso fue precisamente lo que faltó en un recital demasiado medido, algo frío, en definitiva. Fue una exhibición de calidad exenta del pellizco de la emoción. Si fue cuestión del momento o del carácter de la cantante, como algunos piensan, el tiempo lo dirá. Y nosotros lo veremos. -

Arantza AMEZOLA