En pleno invierno y tras más de cinco años de ocupación, las tropas lideradas por Estados Unidos se encuentran a las puertas de un infierno en Afganistán. La seguridad está al borde del colapso, con la vuelta de los talibanes como fuerza que controla de facto buena parte del país. De hecho las fuerzas ocupantes pasan la mayor parte del tiempo recluidas en sus cuarteles, y la autoridad del gobierno de Karzai apenas se sostiene en algunas zonas de la capital, Kabul. Además, las operaciones militares de la coalición liderada por EEUU no hacen sino aumentar el rechazo popular a su presencia, al tiempo que aumenta el apoyo hacia la resistencia taliban y de otras organizaciones.La política encaminada a poner fin a la explotación y cultivo de opio es otro fracaso evidente. Sin alternativas económicas, las familias dependientes de estos cultivos han visto cómo sus vías para obtener recursos desaparecen y sus condiciones empeoran. Las prometidas ayudas internacionales no llegan, o al menos a los ojos de la población afgana éstas tienen la forma de bombas y operaciones militares que añaden aún más sufrimiento y destrucción al ya deteriorado clima social que vive Afganistán.
Frente a ese cúmulo de errores, las fuerzas taliban siguen desarrollando su propia estrategia, con una propaganda cada vez más «sofisticada y efectiva» y con una actividad militar que sigue en aumento según pasan los meses. Ya durante la primavera pasada se pudo observar ese auge de las acciones de la resistencia, materializándose en el control por parte de los talibanes de grandes zonas del sudoeste y sur del país, así como el incremento de las bajas en las filas de las fuerzas ocupantes y entre las del gobierno colaboracionista de Karzai. Un aspecto clave en esta nueva coyuntura lo encontramos en la alianza de abril pasado, cuando las fuerzas taliban cedieron el mando de las operaciones militares a Maulana Jalaluddin Haqqani, que no pertenece a los taliban, pero que tenía un amplio historial de la guerra contra los soviéticos.
Este movimiento atrajo también a otros sectores que no participan de la política taliban, pero que accedieron a formar esa alianza o «matrimonio de conveniencia», como «la mejor alternativa ante las corruptas e ineficientes autoridades locales». En estos movimientos, los talibanes han sido capaces de unificar las fuerzas contra la ocupación, pese a las diferencias ideológicas y estratégicas que persisten entre todos ellos.
Desde la primavera pasada hemos visto cómo la ofensiva militar taliban se sucede por todo el país, con ataques relámpago, con ocupación de significativas zonas de Afganistán, con un aumento de los ataques suicidas y la presencia de fuerzas taliban en ciudades y poblaciones importantes. También es evidente el creciente aumento del apoyo popular a las fuerzas de la resistencia, e incluso el llamamiento de las tribus del sudoeste para que las mismas se encarguen de gobernar esas regiones.
Como señalan fuentes locales, «la capacidad crece cada día. Los ataques suicidas y las bombas se han multiplicado por cuatro este año, con incidentes violentos en 32 de las 34 provincias del país, y con más de cuatro mil personas muertas». Este es el panorama al que ha llevado la ocupación en estos cinco años.
A pesar de la imagen que pretende dar el gobierno afgano y sus aliados extranjeros, con patrullas de la OTAN, con operaciones militares, con la presencia de controles de la policía y el ejército leal a Karzai, lo cierto es que todo ello es mera apariencia, y la realidad apunta a que la batalla se está decantando a favor de los talibanes y sus aliados coyunturales de la resistencia. Y además, el tiempo juega a favor de estos últimos.
Nuevamente se repite la historia en Afganistán, y al igual que en el siglo XVIII, las tribus Pasthun de las provincias de Kandahar, Helmand y Uruzgan «se ven políticamente marginadas y con unas fuerzas de ocupación que no confían en ellas». Y esto forma parte de la estrategia taliban para recuperar nuevamente el poder en el país. La línea de actuación de la resistencia afgana en los próximos meses sigue un patrón muy claro. Primero hacerse con el apoyo de las áreas rurales pasthun (algo que están a punto de conseguir), para poder controlar toda la región, posteriormente lograr el control de Kandahar, y de ahí preparar el asalto definitivo de Kabul.
El objetivo central de la nueva campaña es la toma de Kandahar, para poder movilizar posteriormente las fuerzas del sudoeste en contra del gobierno de Karzai. Los acuerdos y alianzas que están desarrollando les pueden permitir que «el próximo verano estén listos para lanzar una campaña a gran escala, contando con el apoyo de las tribus locales y de señores de la guerra que hoy en día ‘oficialmente’ estarían con el gobierno central». La toma de Kandahar, considerada como la capital espiritual de los talibanes, significaría un importante impulso para el desarrollo de esa estrategia, ya que podría facilitar un acuerdo de las tribus locales bajo la bandera taliban.
Ya en 1996, la campaña de los taliban siguió el mismo guión, y tras hacerse con Kandahar se harían más tarde con la capital. En esta línea todo parece indicar que el camino hacia Kabul pasa por Kandahar, que puede sufrir un aislamiento en los próximos meses (paralelamente, los talibanes cuentan ya con importantes recursos dentro de la ciudad), y así buscarán bloquear «la carretera que le une con Herat al oeste, y la que lleva a Kabul al este».
Una alternativa real y poderosa
Y mientras que en estos cinco últimos años las fuerzas de los taliban se han convertido en una alternativa real y poderosa en el escenario afgano, las fuerzas de ocupación continúan repitiendo los errores. Y uno de los más importantes es el alto número de vidas civiles que se están cobrando las operaciones militares de la coalición liderada por EEUU, una situación que en Occidente se intenta ocultar. Así, cuando en determinados medios se repiten las consignas de las fuerzas de ocupación en cuanto al número de «talibanes muertos» en esos ataques, se debería tener un poco más de rigor y no caer en el juego propagandístico que imponen Washington y sus aliados.Recientemente se señalaban más de un centenar de bajas taliban, y hace algunas semanas se hizo lo propio con otros ochenta muertos. En aquella ocasión, la propia OTAN tuvo que reconocer posteriormente que la cifra real de talibanes muertos era seis!! Y paralelamente, en la prensa occidental han aparecido algunas noticias breves que indicaban que «los militares extranjeros en Afganistán sufren decenas de ataques que los gobierno no informan».
La apuesta militar en Afganistán por parte de las potencias occidentales está condenada al fracaso, tan sólo la apertura de vías políticas y la salida del país de las fuerzas de ocupación pueden suponer el primer paso para una solución a aquel conflicto. Los intereses de actores extranjeros (EEUU, Pakistán, Rusia, India, IránŠ) no deberían anteponerse a las demandas de la propia población afgana, pues puede ocurrir que las ramificaciones del infierno afgano acaben extendiéndose a esos otros actores regionales o internacionales. -
(*) Txente Rekondo: Gabinete Vasco de Análisis
Internacional (GAIN)